La seca es como se conoce a esa misteriosa enfermedad que afecta a alcornoques y encinas y que amenaza con destruir algo tan fundamental para nuestra cultura y tan definitorio de nuestro paisaje como es la dehesa. Como la acción tiene lugar en un pueblo rodeado de alcornocales, en el que la explotación del corcho es la principal forma de ganarse la vida para muchos de sus vecinos, la escritora Txani Rodríguez ha utilizado ese nombre, La seca, para dar título a su más reciente novela (la siguiente después de haber ganado en 2021 un galardón tan importante como el Premio Euskadi de Literatura con su anterior entrega, Los últimos románticos). Pero la temible enfermedad vegetal (presente en el libro como amenaza para el paisaje y la forma de vida del pueblo) no agota, a mi parecer, los significados que la seca tiene dentro de la novela. No creo que sea coincidencia, por ejemplo (refiriéndome a la seca como enfermedad), que la acción tenga lugar en tiempos del COVID, esa otra enfermedad (en este caso humana) no menos misteriosa y temible que nos volvió a todos, respecto a los demás, extraños y enemigos potenciales. Y destaco esto último, uno de los aspectos (por detrás de todas las muertes, desde luego) más duros y terribles de la pandemia, porque sobre la relación con los demás trata también, en gran medida la novela de Txani Rodríguez, sobre todo de la su protagonista. Nuria es una mujer que tiene miedo de vivir. Sus temores son previos a la pandemia y no tienen que ver tanto con enfermedades y catástrofes como con la mera relación con los otros. Puede que más de uno de ellos sea infundado, y, por ello, para convencerse de la necesidad de apartarse del mundo, ha logrado encontrar en la enfermedad de su madre, Matilde, una razón de ser, un sentido, y en la necesidad de cuidarla (seguramente menos imperiosa de lo que ella quiere creer), un refugio, una excusa para seguir alejándose de los demás. En la novela, las dos regresan al pueblo en el que han veraneado toda la vida, donde se va desarrollando una serie de pequeños conflictos (con su madre, con un antiguo amante, con un amigo de la juventud) que harán que ese pequeño refugio de Nuria (a la que tal vez también podríamos denominar, en buena medida, la seca) se tambalee (no diremos, desde luego, cómo ni con qué resultados). Además, como telón de fondo, en algunas escenas y en el diálogo con personajes del pueblo, se va planteando también ―como dice el texto de la contraportada― el “conflicto entre dos formas de entender el futuro, representadas por la población local que busca nuevas formas de ganarse la vida ante el avance de la seca (…), y los veraneantes procedentes de la ciudad, que quieren preservar el entorno”, un conflicto que no es solo de Los Alcornocales (el pueblo en el que se desenvuelve la trama) y en el que, en muchos casos, se está jugando el futuro de muchos pueblos de la así llamada España vacía. Todo esto contado ―como dice una de las referencias críticas que se mencionan en la solapa― “con una prosa sencilla, sugerente y cuidada” con la que Txani acaba contando mucho más que lo que dice, cargada de emoción por más que pueda parecer aséptica y que de vez en cuando nos regala verdades como puños o certeros análisis sociológicos (recuerdo algunos parecidos, maravillosos, en su anterior novela), como cuando, en un momento de La seca, dice refiriéndose a Nuria que “ella defendía la idea de que hay cierto tipo de personas con aspecto de tomar muchos yogures naturales, que solo encajan en la ciudad o en cabañas de madera”, un retrato, trazado con apenas un par de pinceladas, de cierto tipo de individuo que me parece digno de los caracteres de Canetti. En definitiva, un libro hermoso sobre lo difícil que a veces se nos hace (o que a veces hacemo nosotros) vivir con los demás que viene a confirmar (por si no estuviese ya suficientemente demostrada) la enorme calidad de Txani Rodríguez (de la que podremos disfrutar, por cierto, en nuestro próxima feria del libro) como narradora.
La seca
Txani Rodríguez
Seix Barral
19 euros
Publicado el 29 de marzo de 2024