No se puede ir a Plasencia y dejar de visitar La Pitarra del Gordo. Solo el nombre llama la atención de la que es la tasca por excelencia de la ciudad, allí donde se retratan literalmente los turistas, donde los placentinos llevan a todo aquel que los visita a tomarse la caña más típica y donde los feligreses buscan la familiaridad de Raúl Paniagua. Es la segunda, y también ahora tercera generación con los nietos, Daniel y Raúl Paniagua, herederos de la fórmula que ideó el hombre carismático que fue Vicente Paniagua: productos autóctonos como la marca de la casa entre tinajas y fotos de la tierra.
Más de veinte años avalan el éxito de la “fórmula” de Vicente Paniagua, diecisiete de los cuales lleva en plena plaza Mayor de Plasencia, en el rincón que es la entrada natural del turista al casco monumental. El edificio entero del número 8, que linda con la casa “de cuento” que es ejemplo de la arquitectura modernista de la primera mitad del siglo XX en la ciudad.
Vino de pitarra y productos de la tierra
A pie de calle, la terraza y el ventanal abierto siempre de par en par a los “parroquianos” que nunca faltan en animada charla con Raúl Paniagua y el interior típico con su barra de piedra abajo y su salón para comidas con vistas a otra de las casas más singulares de Plasencia. Ésta por ser una de las de más estrecha fachada de toda España.
No podía estar mejor situada la Pitarra del Gordo y, con todo, cuando allí llegó llevaba ya el bagaje del modelo de negocio que montó Vicente Paniagua, cuya memoria se respira por toda ella. “Yo presumo de que mi padre nos dio la oportunidad de continuar con su legado”. Es el sentido homenaje del hijo al padre fallecido en noviembre pasado, un hombre que supo ver en los productos de toda la vida la clave del éxito. Lo suyo fue una apuesta por el vino de pitarra, el jamón y el queso autóctonos porque eliminó de su oferta todo lo demás.
Pero también era un hombre de su tiempo y se fue adaptando a la demanda para que no solo vino del año pudiera tomarse quien visitara su casa. Eso sí, en vinos siempre de pitarra o de Ribera del Guadiana. Mientras fiel a su espíritu, a su eslogan radiofónico en la memoria histórica local, el tapeo es el mismo: “Excelentes vinos de pitarra acompañados de acojonantes tapas de jamón, patatera y quesos del pueblo”. Una oferta a la que hay que sumar una carta de comida en plena renovación y en la que se lleva la palma la llamada grillada con una selección de carnes a la brasa desde secreto ibérico a magro, costillas y el chorizillo o los menús pensados para los niños con hamburguesa o croquetas caseras.
La tradición de lo auténtico con el sello de calidad más actual, del Sistema Integral de Calidad Turística en Destino (SICTED), y con precios competitivos de entre 6 a 19 euros en carta o el vino más el pincho a 1,30 euros. ¿Se puede pedir más? Pues que te nazca en la familia el primer niño del año y te llevarás un jamón de La Pitarra del Gordo a casa, que es otra marca de la casa como la de obsequiar con vino de pitarra a quien quiera regar las migas de la Asociación de Amas de Casa en su misma puerta para celebrar a San Fulgencio, el patrón de la ciudad en enero. Lo dicho, parada obligatoria en la plaza Mayor de Plasencia.