Search

Con la mochila al hombro: rutas intrahistóricas y heterodoxas (I) Hacia el Paraje de ‘El Rueu’, donde hacían las ferias ‘loh móruh’

Sabido es que la intrahistoria es la historia de la gente que no aparece en los gordos (tampoco en los menudos) libros históricos, pero que también tuvieron su protagonismo, desde sus escondidas villas, lugares y aldeas, para aportar, aunque fuera casi de forma anónima, su grano de arena para construir la historia real, que no suele coincidir con la oficial.  Es la historia de los más humildes, gente campesina que, con sus albarcas, sus ‘chancah’, sus rústicos ‘borceguínih’, y sus ‘arpergátah’ y ‘andáliah’ labriegas, recorrieron miles de veces estas sendas, a fin de acudir a sus trabajos agropecuarios.   El trotacaminos, con su mochila al hombro, se introduce por tales veredas, carriles, cordeles, mangas o cañadas y muchas veces campo a través, y va contando, de manera transversal, heterodoxa y multidisciplinar lo que penetra a través de sus cinco sentidos y, tal vez, de un sexto, que está cimentado en la intuición.  No va a descubrir nada, porque prácticamente todo lo que está sobre la tierra ya es parte de la memoria antigua de los que se fueron a otros mundos de los que no volvieron.  Nadie se puede hinchar como pavo huero afirmando que descubrió esto o lo otro, a no ser que buceara bajo estratos de la tierra, que lo que estaba en superficie ya lo vieron y lo palparon remotas generaciones y le dieron su particular interpretación.

Antolina Dosado Gómez, que participó en las grabaciones fonográficas realizadas en el lugar en 1988 y que nos cantó un preciso romance, una “toná” de cuando se “espaaba el linu” y nos pasó un mentado sobre los míticos “mórus” y sus monedas enterradas en el paraje de “El Rueu”.  (Foto: Juan Calle Dosado)

El trotacaminos, que sabe que la mayoría de los que solo son ya polvo se fueron en la creencia de que acabarían en edenes que les prometieron eclesiásticos purpurados y ensotanados, a fin de tenerlos más controlados, no admite control alguno sobre su persona.  Es descreído y la libreta que lleva en la mochila está impregnada de ciertas antropologías y filosofías que corretearon por la mente del nunca bien llorado peruano José Carlos Mariétegui de Chira.  ¡Qué lástima que se nos fuera tan pronto!  Por ello, los campesinos con los que se topa en sus correrías no son los indios de Mariátegui, pero si son los indígenas o nativos de un espacio concreto y, en su mayoría, formaron parte del proletariado labriego; palabra esta de ‘proletario’ que hoy ya han abandonado cobardemente la progresía ciudadana.  Proletarius”, en latín, era aquel que tenía que mantener a su prole con la fuerza de sus brazos, trabajando sus escasos minifundios o bien por cuenta ajena, o alternando ambos quehaceres.  Era pobre, pero nunca entendido en el sentido de miserabilidad que le otorga el capitalismo sin alma.  Ser pobre no implica ser un infeliz o pertenecer a un lumpenproletariado desclasado, lleno de roñas materiales y morales.   Se es pobre en la medida que la cosmovisión del campesino proletario se opone a la burguesía porque esta carece de mitos y se volvió incrédula, escéptica y nihilista.  La burguesía niega el mito; el proletariado, lo afirma.

Valgan ya las anteriores reflexiones como introducción a los párrafos que vamos a acometer, más ligeros y asequibles.  Por ello, dejamos a nuestro correcaminos reconciliando la teoría con la praxis, poniendo a buen recaudo su carácter antidogmático, creador y crítico, salpimentado de un cierto positivismo y de un determinismo probabilista.   Será él quien, imbuido de su peculiar indigenismo, aplicado a la sociedad campesina en la que vio la luz del sol, nos haga copartícipes de lo que sus sentidos van abarcando a lo largo del camino.

La vecina Fernanda García Rodríguez, que se prestó voluntaria, para sacarse la foto en la que siempre fue la “Calleja de Mingu Miguel”.  Hoy ascendió de grado y es ya calle, cubierta de un antiestético encementado, que lo único que contribuye, como tantas otras reformas de una modernidad mal entendida, es a robar el encanto y la personalidad de nuestros medios rurales.   Al fondo, se observa el cerro amesetado, lleno de olivos y viejas oliveras, donde se encuentra el paraje de “El Rueu”. (Foto: F.B.G.)

El Rueu

Adolfo Gutiérrez Montero, otro vecino muy dispuesto a posar bajo el rótulo de “Calle de Mingo Miguel”, del que exigimos su reforma, por no ajustarse a la realidad legendaria ni filológica.  (Foto: F.B.G.)

El trotacaminos no sabe muy bien cuándo ni cómo ha arribado a una calle que mira hacia los campos agrios y abarrancados y que muestra el rótulo de “Domingo Miguel”.  Pero bien sabe el trotacaminos que los lugareños siempre dijeron “Calleja de Mingu Miguel”.  Algún sabihondo, como tantas veces ocurre, se pasó de la raya y colocó Domingo en vez de Mingo, cuando este último fue nombre propio en tiempos nebulosos y cuya etimología hay que emparentar con la voz protoindoeuropea “hmeig”, que viene a significar algo así como ‘sigiloso’.  Mingo o Mengo y Menga se registran en bastantes textos medievales.  Juan del Enzina, celebrado poeta, músico y autor teatral, en su “Cancionero” (Salamanca, 1496), saca a la palestra los siguientes versos: “… que si voy en el lugar / por oyr misa el domingo, / hasta Pascua hi de Mingo / presume de mí burlar”.  Y también sabe muy bien el trotacaminos que, en su día, en la dehesa boyal, cuando pastoreaba la cabriada del común, oficio en el que estuvo muchos años, Sotero Barroso Jiménez (“Ti Soteru el Cabreru”) nos contó que Mingo Miguel era un herrero “que se las sabía toas, c,hasta conocía el secretu del oru y de la prata”.  Y en el papel aquel mentado que nos dijo: “Mingu Miguel, el jerreru, / a Roldán jidu una espada: / el puñeru era de oru / y la hoja era de prata. / Peleandu con el moru, / la perdió en una batalla / y ha veníu a aparecel / en el Charcu la Tinaja”.  ¡Ahí queda eso!  Porque salir de su boca toda una leyenda con un sabor caloringio que deslumbra, es para quitarse el sombrero y volverse uno loco para intentar averiguar cómo tal tipo de leyendas (en este caso, medio romanceadas), llegaron hasta estas tierras, como también llegaron a otras demarcaciones no muy lejanas.  Sabido es que Roldán era sobrino de Carlo Magno, rey de los francos, y fue abatido en la batalla de Roncesvalles por una coalición de vascones y musulmanes (15 de agosto del año 778).  Hay otras hipótesis.  Pero el caso es que la famosa espada de Roldán, bautizada como “Durandarte”, la que era capaz de partir una roca en dos mitades, cayó a un río y fue arrastrada por la corriente.   La leyenda se tradicionalizó y recorrió diversos caminos.  En la parte que nos toca, según la coplilla de Sotero, se encuentra en el “Charcu de la Tinaja”, que, ciertamente, está en una rivera a pocos tiros de honda.

 Imagen surrealista de José Carlos Mariátegui La Chira (a la izquierda), en cuyas filosofías y antropologías bebe el trotacaminos.  De él hablamos en los párrafos dedicados a la introducción de esta nueva serie: “Con la mochila al hombro”. En la imagen, en compañía de su paisano, el celebrado poeta César Vallejo Mendoza.  (Imagen: revista “Hybrido”)
Sotero Barroso Jiménez (“Ti Soteru el Cabreru”), al que un día le encontramos pastoreando en la dehesa boyal y comunal y nos contó muchas cosas, como la leyenda de “Mingu Miguel”.  (Foto: Asela Jiménez Barroso)

El correcaminos se pregunta si no sería Mingo Miguel uno de aquellos herreros fabulosos, capaces de extraer el mineral de hierro, moldearlo bajo el fuego (labor de forja) que controla mejor que cualquier otra persona y, además, conocer los secretos del oro y de la plata.  Un personaje semejante a Weland, el mítico herrero de las sagas sajonas.  Tales herreros siempre gozaron de gran predicamente y su categoría social era semejante a la de los chamanes y curanderos.   Votos hace el trotacaminos para que el Ayuntamiento del lugar sea respetuoso con sus mitos y cambie el rótulo por el de ‘Calleja de Mingu Miguel’, respetando la transcripción literal en “Lengua Estremeña”, que por algo ha sido declarada por la UNESCO como Lengua Minoritaria.  Pero muchos munícipes ni se enteran, a tenor de los indicadores que se ven en sus cascos urbanos y en sus términos municipales.  No se caen de la burra y siguen inmersos bajo el imperialismo lingüístico castellano.

En lo alto del paraje de “El Rueu” (en castellano, sería ‘rodeo de ganados’), aparecen numerosos fragmentos cerámicos sacados por las rejas de los tractores, como el popurrí que aparece en la foto, donde se observan cerámicas de la Prehistoria Reciente, romanas e incluso algunas de verde-manganeso (época califal).  (Foto: F.B.G.)

Desde esta antigua calleja, hoy convertida en calle de antiestético encementado, situada en el área urbana de “Los Mártiris”, se ve la cogolla de un estratégico teso, que se ameseta en su cima, donde recibe el nombre de “El Rueu”.  El correcaminos recuerda las grabaciones fonográficas que se hicieron, en el invierno de 1988, en el lugar.  Y le queda en sus oídos el antiguo y precioso tonillo de la versión hexásilaba del romance “Casada de lejas tierras” y del hermoso canto que se entonaba cuando se procedía a ‘espaal’ el lino.  Ambas y preciadas piezas salieron de la voz de Antolina Dosado Gómez.  Pero esta vecina sería también la que, al salir a relucir las “historias de moros”, sorprendería al correcaminos con un curioso dicho: “En lo más altu del Rueu, / jadin los morus la feria.  / Moneas de plata y oro / de los tratus qu,ellus mercan, /están enterraus toditus / debajo d,una olivera”.  ¡A saber qué olivera será!  Todo el cerro es un bosque de olivos.  Pero este promontorio recibe el significativo y misterioso nombre de “El Castilleju”.  Ya hará el rastreo correspondiente.  Ahora, hay que hacer un alto en el camino y “echal una bola” (andar de cháchara) con los vecinos que van y vienen.  Tiempo habrá para proseguir la senda…

Huerto con granado, en la estrecha vega que forma un arrroyo que tiene diversos nombres, dependiendo de los parajes por donde pasa.  Este arroyo, llamado en este trayecto como de “La Rocetuna”, abraza al cerro de “El Cahtilleju” por su parte oeste y meridional.  (Foto: F.B.G.)

Imagen superior: El alto y estratégico cerro que recibe el nombre de “El Castilleju” y ya os hablará de él el trotacaminos.  La cima, amesetada, conforma el pago de ‘El Rueu’

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado en septiembre de 2022

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te puede interesar

A punto las fiestas de Santa Marina 2016 de Aceituna

Cuentan las viejas lenguas que Santa Marina nació allá por el año…

Reabre Granadilla, el pueblo abandonado más vivo de Extremadura

Granadilla reabre al público. El pueblo abandonado más vivo de Extremadura vuelve…

Por los Montes de Cáparra: hacia Lah Canchórrah (XX)

Habíamos dejado a nuestro caminante quebrándose los sesos en el Plau Laeru,…

Deporte en familia en Tierras de Granadilla

Planes con niños el sábado, 18 de abril, en Tierras de Granadilla…
Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de sus datos para estos propósitos. Ver preferencias | Más información    Más información
Privacidad