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Jornadas de Turismo en torno a Carlos V

Por chiripa participé el pasado 21 de mayo en las jornadas culturales sobre Carlos V, que llevaban por título: El itinerario cultural “Las Rutas Europeas del Emperador Carlos V. Nuevas perspectivas del turismo cultural en la Comarca de la Vera” en las que eché de menos, aparte de la participación, la prisas en algo que “hay que tomar” personalmente sin pausas pero también con calma y en profundidad.

Desde que llegué o retorné a “mi comarca”  en la década de 1990, me empeñé en destacar a través de lo que sé, “escribir”, la figura de una celebridad como es la de Carlos V, en sus diversas facetas. No en vano es uno de los personajes más fascinantes de la historia, el más poderoso de los emperadores, precursor del Europeísmo, cristiano y católico de raíces profundas, lo que no resta que en ocasiones acusara debilidades, como él mismo reconocía con humildad a su confesor, Fray Juan de Regla: “Yo que vencí tantas batallas no fui capaz de vencer la entablada con el  diablo”.

Pocas veces la historia, la creación literaria y la misma leyenda han sido tan prolíferas al hablar de un emperador y su vida como de Carlos I de España y V de Alemania. Biografías, documentos, cartas, relaciones, asuntos de estado, inquietudes, tratados,  y un largo etcétera comprenden la abundante bibliografía de Carlos Emperador. De las variadas facetas de su ajetreada existencia (batallas, viajes, relaciones, intrigas, tratados y convenios, legislación y ordenanzas, economía y alimentación,  etc.), a mí me tocó participar en la referida al tema gastronómico, un aspecto por el que destacó él tanto por la escasa información objetiva como por la exagerada literatura, y tanto por el interés que suscita su filofagia como por la tradición y fama flamenca ante el plato, avalados por los padecimientos de la gota, la enfermedad que martirizó su voracidad y empañó sus victorias hasta hacerle retirarse de la vida activa a Yuste.

En este aspecto se echó en falta la escasa preocupación de la restauración verata  por la introducción en las cartas de oferta culinaria algún menú de los que formaban parte de sus variada alimentación, que interesa al turismo de hoy, o la celebración de unas jornadas gastronómicas dedicadas al Emperador, además de una guía del yantar imperial… Lo mismo que la participación de los cocineros a estas actividades, aunque sean disculpables por sus tareas. Y habrá que hacerlo. Habrá que tomar en serio este tema pues, aparte de lo ya escrito y realizado (libros, recetarios, estudios específicos, seminarios, jornadas y etcétera) hay que recordar que Yuste históricamente fue en aquel tiempo el fogón y centro culinario de la época, de Europa y del mundo. Aunque de todo esto, (aprovechar la figura del Emperador y su mesa) se comentó entre los participantes, tal y como hacen con sus personajes otras regiones o comunidades (recordemos la comida del Quijote en Castilla–La Mancha, por ejemplo, o por el mismo Greco en lo que se trabaja ahora, con tal de sacar jugo a “sus paisanos”, y no hablemos de los catalanes que exprimen cuanto procure una gota de ”pelas”…)

Aunque no por la comida debe destacarse la figura del Emperador, el más poderoso  señor de su tiempo, dueño de medio mundo, sino por otros muchos aspectos que debe animar nuestra cultura. Carlos V, por su cargo al frente del Sacro Romano Imperio,  estaba dotado de un sentido espiritual, la universitas christiana” y sin llegar a creerse, como emperador, un enviado especial de Dios, percibió sobre sí la mano del Todopoderoso, llegando en ocasiones, como en el tema de la celebración del Concilio de Trento de la Iglesia Católica, a imponerse en cierto modo a los mismos pontífices romanos.

No es Carlos, el Emperador, un hombre de visiones cortas y localistas sino todo lo contrario, su visión es universalista, aspirante no precisamente a dominar sino a unir, a la unificación de la fe y el cristianismo por la que trabajó denodadamente y por la que podíamos afirmar que entrega su vida. Esta actitud no se precisa hasta que se restablece en toda su originalidad su figura, libre de las supuestas influencias de los cancilleres sucesivos. Esto lo queda claro Ramón Menéndez Pidal en su conferencia Formación del fundamental pensamiento político de Carlos V :  “por más que algunos se empeñen todavía en ver a Carlos como un escolar dócil que escribe cuanto le dicta Mercurino Gattinara”. Pues es evidente que Carlos disiente de su canciller en lo principal de la política imperial: para Gattinara es la monarquía universal, mientras que para Carlos es la cristiandad en paz interior.

En el discurso que dijera en su nombre el obispo Pedro Ruiz de la Mota, en 1520 (pues no hablaba aún el español) ya definía su línea: “no quiere el imperio para ganar nuevos reinos, ya que le basta con los que tiene, sino para desviar grandes males de nuestra religión cristiana y para la empresa contra los infieles”. La afirmación de una política de unidad, emprendida por sus abuelos los Reyes Católicos, encuentra continuación en su persona; y así, a ejemplo de Fernando el Católico, ya a los veinte años de edad, aspira a “empeñar su persona real” contra cuanto signifique infidelidad a esa unión; actitud que campa de nuevo en el discurso de Roma a los 37 años, reciente la victoria de Túnez (1535), en la que luchó a la cabeza de sus tropas.

Carlos, en fin, hemos de decir que es un hombre europeísta y universal, un auténtico emperador o un gran jefe de estados unidos, como lo podríamos definir hoy. Y su actualidad sigue aún vigente: como hombre adelantado a su tiempo, nos la brinda su presencia en diferentes actuaciones, acciones e instituciones en los que campa su personalidad. Hay una serie de similitudes, casi identidad, del núcleo central y el marco geográfico entre la Europa de Carlos y la de Maastricht. La de Carlos tuvo como núcleo inicial la Lotaringia, es decir, el mismo centro del Imperio carolingio, y a partir de ella, se fue ampliando con las herencias recibidas por ambas ramas (la borgoñona y austriaca por vía paterna, la hispano-italiana-americana por vía materna) con lo que configuró una Europa sustancialmente coincidente con la comunitaria actual, excepción hecha de Francia.

Esta política española con vocación europea se conjugó con el destino, como describe Ramón Carande: “las dinastías se agotaron para ofrecerle tronos, y el mundo va dilatando ante él, sacándolas del misterio, tierras vírgenes”. Carlos iba a jugar a la política europea, españolizándose sobre todo al final de su nómada existencia. Su trayectoria política fue una obra planificada de Unión Europea que se convirtió en un auténtico mito de Sísifo. El mito del Imperio Universal creado en torno a la figura del César Carlos tuvo una enorme difusión y marcó con su huella el complejo mitológico que se iba constituyendo en torno a cada una de las monarquías tradicionales. Pero su concepción de la Unión Europea y de la Monarquía Universal, de la misma forma que difería de Gattinara, difería de la de otro emperador, años más tarde, Napoleón, que proyectaba una Europa con un Código Civil, un metro, una Administración… Los nexos de la unión y denominador común de tan rico y diverso mosaico de pueblos, lenguas, culturas convergían en la persona de Carlos y el catolicismo romano. Su propia persona, pues, era el mejor ejemplo de esa variopinta realidad. En sus dominios habló el flamenco como lengua natal, el francés fue el idioma de la corte, el castellano su lengua materna, aprendió el italiano y algo de latín… pero por encima de todo, a pesar de las divergencias lingüísticas, e incluso de las guerras, Carlos buscó la unificación y la paz. Quizás convenga recordar aquel deseo del Emperador cuando se despidió de su hermana María de Hungría en Maastricht el 6 de marzo de 1546: “Ninguna cosa yo en mi vida tanto deseo ni quiero, como la paz y la quietud del mundo”.

Salvador de Madariaga en su obra Carlos V dice textualmente: “Carlos V sugiere a la imaginación algo así como un alférez o banderín en torno al cual se produce el giro más espectacular que la Historia de Europa ha conocido. En torno a él, como compañías de soldados bien instruidos, giran los destinos de numerosos pueblos y el de Europa entera…” Y entre estos pueblos, terminando, se encuentra La Vera, el lugar de “cielos tranquilos y serenos”, a donde quiso venir a reposar y comer con una mesa bien puesta.

Publicado: 25 de Mayo de 2015

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