A raíz de trasladarse el Ayuntamiento del concejo de Caminomorisco a la alquería de Las Calabazas, se cambió dicha aldea de nombre, abandonando el de esa planta cucurbitácea y tomando para sí el del propio concejo, del que forman parte, en la actualidad ocho núcleos de población, si bien, en el pasado, dependieron otras aldeas, hoy devenidas en despoblados.
Desde hace varios siglos, el pueblo de Las Calabazas, hoy Caminomorisco, celebraba gran fiesta en honor de Las Candelas o de La Candelaria. Hasta topónimos hay en sus términos que hacen mención a tal nombre, como el paraje de “Candelariu” y la garganta de “Arrocandelariu”. Sabido es que estas fiestas se celebran el día 2 de febrero. Pero los “calabacéñuh” o “morihquéñuh” la vienen trasladando, en estos últimos años, a uno u otro de los dos domingos que la flanquean. Hogaño, será el próximo domingo, día 8 de febrero, cuando la entronicen y la festejen.
La asociación de mujeres “Alavea”, con la que colabora el Ayuntamiento de Caminomorisco, se encarga de llevar a buen puerto el sencillo programa que elaboran. El caso es que la tradición no decaiga. Todos los actos se centran en la jornada vespertina. Así, las campanas repicarán a misa solemne a las 17,00 horas. Tradición siempre ha sido elaborar el llamado “Rohcón de la Virgin”, que se llevaba en una bandeja a misa. Al finalizar el acto religioso, se subasta el roscón y todos los asistentes son obsequiados con dulces caseros y chocolate, mientras no deja de sonar el tamboril y la gaita. Cuando ya el día guiña el ojo, se procederá a la quema del “Candelu”, una especie de pelele que se retorcerá entre las llamas de la gran hoguera que se levanta para la ocasión. Hoguera cuya simbología se pierde, tal vez, entre esas viejas mitologías del ciclo invernal que intentan, a través de la gran fogata, insuflar fuerzas al sol para que no desaparezca entre las brumas del invierno. A la par, se arroja el pelele en el fuego, respondiendo a lo que algunos consideran como símbolo de los fríos y los males de la estación invernal, el cual debe abrasarse para que huyan las nieblas y vuelva el sol con nuevas energías, anunciando una risueña primavera y, así, se restablezca el orden cósmico.
Esta fiesta de Las Candelas, que tuvo mayor tronío en el pasado, puede que arranque de las Lupercales romanas, que se celebraban en honor del dios Lupercus, relacionado con la fertilidad y los rebaños, el día 15 de febrero (“ante diem Kalendas Martias”). Durante ella, una alborotada procesión de gente con candelas en las manos pedía a voces y con cánticos la protección contra los males, las sombras del invierno y la muerte. Portaban pieles de lobos y de otros animales, cornamentas de machos cabríos e iban tocando cencerros. Eran festejos transgresores, donde se respiraba un gran ambiente libertino. El Papa Gelasio I las prohibió y condenó en el año 494. Pero no logró erradicarlas, como se desprende de los posos que han quedado en muchos ritos precarnavalescos y otros de los mismos días de los antruejos, como es el caso del “Carnaval Jurdanu”.
También tienen que ver muchos los rituales de Las Candelas con la fiesta céltica del Imbolc, en honor de la diosa Brigantia (“La Muy Luminosa”), cuando se celebraba la Fiesta del Fuego. Brigantia se relaciona con Brígida, y no hay que olvidar que la efemérides de Santa Brígida se conmemora el día 1º de febrero, víspera de Las Candelas. Todo ello, Lupercales e Imbolc, sumado a otras creencias anteriores que existían en las comunidades pastoriles (caso de Las Hurdes), conformaron gran parte de la mitología y rituales del ciclo de invierno que hoy perviven en zonas de gran sociocentrismo y arcaísmo y que es preciso conservar y fortalecer como patrimonio cultural dejado en herencia por los antepasados.
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Publicado: febrero 2015