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Un esperado regreso

Hemos oído decir tantas veces que la novela es un género omnívoro, una especie de monstruo tragabolas, de voraz hipopótamo de plástico que, en su afán por ganar la partida, fagocita todo cuanto se encuentra a su alrededor, que no podemos entender el título del último libro de Pilar Galán, Si esto fuera una novela, más que como una suerte de duda retórica, más aún tratándose de alguien que, como ella, tanto sabe de Literatura. Doscientas diecisiete páginas de buena prosa. Por supuesto que es una novela. Qué duda cabe. Así lo corrobora, además, la cita del escritor Ford Madox Ford que abre sus páginas y que dice: “pues, según nuestra visión de las cosas, una novela debería ser la biografía de un hombre o un caso, y toda biografía de un hombre o un caso debería ser una novela”. Despejadas, pues las posibles dudas sobre el género del libro, cabe preguntarse aún por qué ese título, y la respuesta podría ser que de ese modo se intenta subrayar lo mucho que hay de verdad en lo que se cuenta ‒lo que la colocaría en el subgénero de la llamada autoficción‒, pero también, tal vez, un deseo velado de que todo lo que se cuenta, de que todo lo sucedido, hubiese sido ficción y no realidad, terrible realidad. Porque no es fácil ver a tus padres envejecer, ver cómo dejan de ser ellos, de ser tus padres, mientras tú misma dejas de ser hija y te conviertes no sé si en su madre pero sí en una especie de tutora permanente, y no es fácil tampoco contarlo, porque contar, cuando se quiere hacer bien, implica, incluso en el más veraz y sincero de los casos, una importante dosis de mentira, de artificio, de manipulación que nos hace sentir traidores con la memoria de esos seres tan queridos a los que de repente convertimos en personajes.

En este sentido, a lo que Pilar renuncia al poner por escrito su historia no es a novelar lo sucedido, sino al artificio de la trama, a ordenar los sucesos otorgándoles un sentido, ese sentido que la ficción suele ofrecer y que la realidad, por mucho que lo busquemos, normalmente no tiene. Y, a falta de trama, ella opta por un género híbrido, fragmentario, que nos recuerda al que ha venido practicando, de manera tan excelente y con tantos lectores (yo diría que lectores agradecidos, por lo bien que cuenta las cosas y porque se ha convertido en la voz de ese sentido común que tanto solemos echar en falta), como columnista de El Periódico Extremadura, con sus “Jueves sociales”, en los que lleva años ejerciendo de cronista de lo que sucede, no ‒por lo general‒ de lo que habitualmente se considera noticia, sino de la cotidianeidad, de lo que nos pasa a los ciudadanos de a pie o de lo que se nos pasa por la cabeza, a menudo tan absurdo y tan sin sentido. Pues bien, en alguna medida, Si esto fuera una novela vendría a ser una sucesión de columnas extendidas, como si de cada una Pilar hubiera hecho el montaje del director, añadiendo escenas que, por limitaciones de metraje, habría omitido en el montaje original. Pilar nos ofrece, así, la crónica de un duelo por medio de una serie de columnas extendidas que funcionan a modo de episodios sin que el libro se convierta, por ello, en una sucesión caprichosa o meramente cronológica de textos en los que, de manera fragmentaria, nos cuente la historia de sus padres, la de su familia, la de la vejez, la de la pérdida, la suya propia. No. En la organización del libro no hay capricho alguno. Yo diría que su organización sigue el propio orden del duelo, un orden que a veces puede parecer caprichoso, pero que no está exento de lógica, de azarosa y terrible lógica, y que pasa por la negación, por la aceptación, por la nostalgia y por el recuerdo pero no de una manera lineal o, mejor dicho, recta, sino dibujando una especie de espiral sinuosa que se va abriendo hacia el pasado con pausas y retrocesos y regresos al presente, en el que tanto nos falta y nos duele. Y diría también que el resultado acaba por tener algo de sinfónico, pues mezcla movimientos rápidos y lentos, pero también pasajes patéticos, terribles, con otros amables, divertidos, capaces de arrancarnos una sonrisa o incluso a veces la carcajada, pero también porque utiliza temas que se repiten, que regresan, sobre todo al principio, mientras, con un trabajo infinito, trata de encauzar una narración que se le resiste, que le da pereza y angustia afrontar, temas que nos hacen recordar de dónde venimos, qué música estamos escuchando, una música alegre y melancólica, a ratos muy triste, pero al final bella como la vida misma.

La sinfonía que nos regala Pilar Galán comienza con una mantis religiosa que sin querer muere aplastada y que acaba provocando un accidente doméstico que, más que la gota que colma el vaso, se convierte en un capítulo más en una serie de catastróficas desdichas, las que provoca la vejez en estos tiempos en los que la vida, por suerte, se alarga mucho más de lo que hasta hace poco hubiéramos imaginado, pero estrechándose a menudo más, muchísimo más, de lo que sería deseable. A partir de ese episodio inicial, el relato merodea por los antecedentes y las consecuencias de la pérdida, primero la del padre de la autora, luego, poco más de un año después, la de su madre, para después irse centrando sobre todo en esta última y explorar quién era en realidad, pues, por sorprendente que pueda parecer, a menudo acabamos por no saber del todo quiénes eran nuestros padres. Para ello da largos saltos atrás en el tiempo, hasta la posguerra, con toda su grisura, pasando por la larga crianza de cinco hijos en una época en la que tenía que trabajar como una bestia dentro y fuera de casa, por los desencuentros con su hija en la juventud y por el reencuentro definitivo entre las dos cuando la memoria de la madre empieza a desmoronarse, con episodios dramáticos y entrañables, como el de la pérdida paulatina del lenguaje mientras su nieto se esfuerza por aprender nuevas palabras, otros cómicos, como un tonto accidente con el coche, y otros verdaderamente trágicos, como cuando la gravedad de la situación obliga a buscarle una residencia, episodios contados con emocionante contención, con cuidado y enorme ternura, construyendo entre todos ellos un libro muy hermoso, un libro que a la vez sonríe y está triste, como el rostro partido de su autora, dividido entre la portada y la contraportada, diseño, por cierto, que inaugura una nueva colección de la editorial de la luna libros, la titulada “La luna del norte”, llamada a seguir radiografiando la creación literaria en Extremadura.

He de decir, por cierto, por lo que respecta a la editorial y a la edición, que hay algo en algunos de sus libros, y en particular en los que publican de Pilar Galán, que nunca me ha gustado. Me refiero a la costumbre de dejar un espacio en blanco después de cada párrafo. Me molesta porque lo habitual es que haya continuidad entre párrafos y que, cuando se introduce algún salto, sea para subrayar algún tipo de cambio, de personaje, de lugar, de momento temporal, y, cuando no se dan esos motivos, las líneas en blanco me desconciertan. Sin embargo, yo diría que en Si esto fuera una novela acaban por tener algún sentido. En primer lugar, porque lo que se cuenta no es fácil, porque es intenso, y esas pausas pueden servir para darnos en ocasiones un respiro, pero también porque convierten cada párrafo en una pequeña unidad narrativa cargada de significado, cargada muchas veces de dolor, otorgándole al texto un cierto aspecto de prosa poética, como en muchos casos lo es, por el mimo con el que está contado todo y por el acierto en arrimar palabras sencillas pero que juntas se inflaman y nos hacen ver las cosas como son, como ‒por poner un ejemplo que se me viene ahora a la mente‒ ese “sol de manteca” que aparece varias veces al principio del relato y que tan bien retrata la atmósfera física y sentimental de esos días.

Hablaba antes de lo difícil que le hizo a la autora arrancar, lanzarse a escribir el relato. Pues bien, por lo que cuenta, tampoco le resultó nada fácil abandonarlo, por razones, supongo, personales (pues cerrar un libro así es fosilizar el recuerdo, lo que en unos aspectos puede resultar un alivio pero en otros es verdaderamente desolador), pero también narrativas, porque, cuando las cosas no son lineales ni tienen propiamente un principio y un fin, cuando van dando vueltas, ensayando círculos ‒que diría Álvaro Valverde‒ o amagando movimientos orquestales, es difícil encontrarles un remate adecuado, un chimpún que le haga entender al público que la sinfonía ha terminado y que el relato ha llegado a su fin. Pero el final llegó, por supuesto (si no, no estaríamos aquí todos estar tarde), gracias a una feliz sugerencia de su marido (preocupado tal vez al verla encadenada a la escritura sin fin de un mismo, doloroso relato), y, sin desvelarlo, les diré que es verdaderamente emocionante, que es coherente con un relato que no es convencional, que a menudo se enreda y se complica y deja hilos sueltos como la propia vida, que aúna de una forma muy bella lo textual y lo textil, tan presente cuando habla de su madre, y que me parece el remate perfecto para un libro excepcional que supone el esperado regreso de Pilar Galán a la novela y que esperemos que le sirva además de impulso para, dentro de no mucho, volver a ofrecernos nuevas ficciones.

Si esto fuera una novela

Pilar Galán

de la luna libros

20 euros

Publicado en abril de 2023

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