El pueblo de los “galiciánuh”, que así son nombrados los vecinos de la alquería jurdana de Aceitunilla, ya no es ni sombra de lo que fue, cuando superaba casi en número de habitantes la cabeza del concejo: Nuñomoral; había media docena de tabernas y su mocedad, siempre alegre y divertida (gran fama tuvieron siempre los “galiciánuh” de buenos danzarines y diestros en repicar las castañuelas), llevaba consigo la fiesta y la farra allá donde se presentaba.
La garganta o arroyo que los más mayores nombraban como “La Rotunilla” abrazaba, antiguamente, el casco urbano original, que semejaba un castro de la Prehistoria o de la Protohistoria, con sus casas pìzarrosas, muchas de ellas de estructuras redondeadas u oblongas. Por el saliente, defienden a la aldea otras gargantas que bajan de “Las Pedrizas” y de “La Antigua”. Hoy, el pueblo ya ha traspasado la frontera de “La Rotunilla” y ha ido buscando la carretera que conduce hacia Nuñomoral, abandonando muchas de sus viejas viviendas. A sus espaldas, el paraje de “La Llaná”, un espigón amesetado donde, a juzgar por los vestigios, se alzó un pequeño poblado minero de época romana. Allí también un monumento a Gonzalo Martín Encinas, conocido como “El Correcaminos de Las Hurdes”, hijo del pueblo y honesto velador y defensor de las arqueologías, historias y tradiciones de su comarca. Se nos fue para no volver nunca más, con apenas medio siglo de vida, en agosto de 2005. Arroyo abajo, al sitio de “Loh Paredéjuh” o “La Güerta el Cura”, una estación prehistórica, con su correspondiente petroglifo. Hay más grabados dispersos por el monte, y abrigos rocosos donde las leyendas cuentan que viven unos míticos “móruh” o sierpes de siete cabezas que guardan celosamente fabulosos tesoros.
San Antonio es para los “galiciánuh” algo más que un simple santo, como corresponde a toda comunidad pastoril que se precie. Hasta que el pinus pinaster, árbol alóctono traído desde otras latitudes y no muy querido por los jurdanos (les sobran más que razones), se enseñoreó de los terrenos comunales (imposición en épocas dictatoriales), las gentes de estas serranías fueron pastores de cabras “lanécah” y, mucho antes, de vacas “cachánah”. Esta última raza desapareció por completo, y las “lanécah” están reducidas a la mínima expresión. ¡Cuántos despojos ha sufrido el territorio jurdano a lo largo de los siglos! Pero San Antonio, al decir de los lugareños, sigue velando por “la jacienda”, y a él le atribuyen cientos de relatos mágicos, fruto de una hibridación entre antañonas creencias y la tradición cristiana.
Este año, no sin cierta polémica, las fiestas de San Antonio se han trasladado al 16 y 17 de junio, siendo su efemérides el día 13 de dicho mes. Dicen algunos que el programa del festejo tiene muchas hojas pero pocos frutos, a juzgar por el gran espacio que ocupan las firmas colaboradoras y el poco que se destina a talleres y actividades propiamente festivas.
No obstante, lo que hacen falta son ganas de divertirse, como refieren la mayoría. Por ello, el viernes, 16, todo el que quiera podrá saltar y contornearse hasta la madrugada al ritmo de la disco-móvil “David”. Después de dar algunas cabezadas, el personal se acicalará para asistir, al día siguiente, a la misa y a la procesión del santo, en la que el tamborilero de turno irá desgranando las notas de su gaita y tamboril. Y acabando los actos religiosos, sangría, aperitivos y otros tentempiés para calentar motores y llenar la andorga, en la plaza de “La Escuela”. La charanga “Chuku” desparramará sus acordes por aquellos estrechos valles y, al caer la noche, la orquesta “Destino” montará sus aparatos musicales para iniciar la verbena. Como otros años, el “galicianu” Jesús Duarte Azabal, que lleva un montón de años afincado en Suiza, de donde es nativa su esposa Esther, mostrará su esplendorosa generosidad sufragando una cena de hermandad para todo el vecino que se apunte en el listado correspondiente.
Publicado el 12 de junio de 2017
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1 comentarios
Félix: Un trabajo de los tuyos, completo y bien documentado.