Susana Martín Gijón es una escritora de talento, que duda cabe, que ha ido imprimiendo a sus novelas un latido literario propio y reconocible en el panorama de la novela actual. Desde sus inicios sus novelas se han inscrito en el género negro, con un diseño de los protagonistas muy dinámicos y originales. Las dudas, las responsabilidades, la necesidad de los otros, la determinación con que toman decisiones afloran, además, a través de unos diálogos ágiles y bien cimentados que definen los perfiles vitales de los personajes, tanto principales como secundarios. Estos se enfrentan dentro del territorio de la normalidad urbanita a un mal perverso y horroroso con cierto gusto por la viscosidad y la escenografía teatral, lo que la aproxima a la corriente del true crime. Sin embargo, Susana Martín Gijón no se queda en un mero vaciado escatológico y en una resolución trepidante. En sus últimas novelas, Progenie, Especie, Planeta, trilogía protagonizada por la inspectora Camino Vargas, hace una disección de problemáticas sociales complejas asociadas a la maternidad, la alimentación y la ecología como negocios que, usurpados, amparan intereses oscuros y despiadados. De esta manera, su hacer novelístico se troca en cuestionamiento de un mundo amoral y violento, mediatizado por los apetitos mercantiles más infames que no dudan en placar con el terror a una sociedad sugestionada por las presuntas facilidades económicas y los beneficios tecnológicos que se le ofrecen en bandeja, sean las fertilizaciones programadas o los límpidos lineales del supermercado. Esta perspectiva, al menos en las novelas señaladas, parece mostrar cómo los individuos viven inmersos en un flujo de fuerzas que profanan el legítimo derecho de libertad y de elección, y cómo, a poco que penetremos en los entresijos de la realidad, por las pesquisas policiales, se desvelan las capas de degradación sobre las que esta se levanta.
El género noir, en su vertiente norteamericana, siempre menos intelectual que el británico, comenzó como un relato de resistencia sociopolítica del presente, testimoniando la hipocresía y la falsa ingenuidad social. Género pulp, de acciones rápidas y violentas, de diálogos acerados y personajes que subían y bajaban con facilidad por las escalas sucias del poder y la corrupción, en el que importaba menos la solución del crimen que el desenmascaramiento de su trasfondo moral: el odio, la envidia, la codicia, la lujuria, etc.
En esta liga juega Susana Martín Gijón. Sin embargo, hace pocos meses ha presentado una novela que si bien bebe de los mismos caños acontece en un mundo muy distinto. La Babilonia, 1580 es una novela histórica, de espíritu policial, que se sitúa en la opulenta Sevilla de finales del siglo XVI. En un marco histórico recreado con esmero (y documentos), Sevilla es una urbe por cuyos arrabales deambulan, aferrados al puro sentido de la supervivencia, los desclasados y menesterosos que se arremolinaban en torno a las migajas que se caían de su muelle. La flota de Indias, en esta época, partía de la capital bética con su promisión de sueño ultramarino para portear, en el viaje de vuelta, mercancías que dejaban pingües beneficios a las clases nobles y a la Corona. Un ambiente de riqueza y miseria que se eleva en la novela sobre los pilares deshumanizadores del odio, la rabia, la promiscuidad, la mentira, el miedo, la corrupción y el hambre, mucha hambre. En esta atmósfera necrosada los personajes están marcados a fuego por un presente y un futuro inhóspito, en el que apenas pueden fiarse de sus instintos, asiéndose con fuerza a los secretos de un pasado que centellea como la promesa de una liberación.
La crueldad se ceba especialmente con las mujeres, profanas y religiosas. Varios crímenes atroces sacuden la atareada normalidad del puerto andaluz y los prostíbulos aledaños. Los restos de unas prostitutas aparecen esparcidos macabramente por la proa o los aparejos de los barcos capitanes de la Armada. Pero son prostitutas insignificantes, si acaso signos de mal agüero, sin valor y sin relevancia para que alguien se tomara en serio el crimen. Sin embargo, desde el dolor y la rabia más profunda, hay quien sí quiere saber quién o quiénes han matado a sus compañeras y amigas: Damiana, la pájara, una joven prostituta, que es pura energía, resistencia y obstinación, y, en definitiva, el personaje sobre el que pivota esta historia. Un personaje, cuyo complejo perfil psíquico y moral, me ha fascinado como lector, dejándome, al acabar la novela, una estela de preguntas acerca de la imagen que últimamente se está ofreciendo, en el cine y en la literatura, de las protagonistas femeninas.
Aunque La Babilonia, 1580 no es una novela de personaje único, sino una novela coral en la que los diversos planos narrativos se ensamblan impecablemente a través de los relatos y peripecias de los otros personajes: la priora del Convento de las Descalzas, el piloto mayor de la Armada de Indias, Fray Colomer, el pequeño Diego, Sor Catalina, el Veinticuatro, Gaspar y otros que no van a dejar de deparar sorpresas y buenas dosis de intriga al lector.
No obstante, es el ambiente de violencia descarnada que nos sacude desde las primeras páginas y que gobierna el destino de estos personajes, el telón de fondo sobre el que se proyecta, a mi modo de ver, un tema esencial en esta obra. A través de la feminidad subordinada y vulnerable de la época, se propone una lucha por la libertad, la libertad de ser, se saber, de poder elegir y decidir por una misma, a pesar de la lacerante impunidad y violencia que rubricaba una sociedad corrompida en todos los estratos sociales y morales. Un ambiente al que solo se le podía hacer frente con la afirmación del libre albedrío y el impulso de la rebeldía, que es el honor de los miserables.
Cuando compré el libro en la librería me llamó mucho la atención la portada, una composición en la que, sobre un grabado antiguo de Sevilla abrazada a un ensangrentado Guadalquivir, se superpone el dibujo que hizo John James Audubon de una fragata o rabihorcado, que así es como llamaron a este pájaro los primeros españoles que llegaron a las costas caribeñas. Un ave que les causaba una profunda alegría, ya que era un indicio seguro de que la tierra estaba cerca. Un ave prodigiosa que realiza libremente admirables vuelos acrobáticos y que puede volar por periodos que sobrepasan los dos meses, divagando a menudo por el océano atlántico hasta las costas africanas. Vivir libre es un sueño aún para muchos hombres y mujeres invisibles. A ellos solo les queda por delante la rebelión y la lucha contra sociedades impasibles y ajenas, gobernadas por prejuicios, dogmas y ambiciones. La libertad no es un bien in aeternum. De alguna manera, La Babilonia, 1580 me lo ha recordado.
Texto de Felipe Rodríguez publicado el 12 de febrero de 2024