Agosto viene este año con fuerza tras una pandemia que ha tenido al personal entelerido el ánimo y aginado el cuerpo con prevenciones y encierros por temor al maldito covi. Gracias a Dios. En la Vera estalla este año como una piñata el ambiente con sus fiestas en pleno apogeo: noches de parranda y disco, folklore y rondeñas, verbenas y mercadillos, teatros y cine al aire, y toros que nunca faltan “al envejecido estilo de la Vera”.
Me pregunta mi amigo Paco, mientras andamos “de tascas”, si yo, como investigador y etnógrafo con mis libros sobre la Vera, sé algo del origen o raíces de los toros o capeas de la Vera.
Sin meternos en honduras podemos decir que “los toros” como fiesta fueron patrimonio de los nobles a caballo y poco tienen que ver con los “toros”, o capeas actuales. Aunque hay autores que dicen que sus orígenes están en los juegos romanos.
Y con la paciencia propia de estos días de barra y tal, le explico a Paco que hay autores (que siempre ha habido escritores expertos tauromaquia), como Nicolás Fernández de Moratín, poeta, prosista y dramaturgo español, que niega que las corridas de toros tengan su origen romano, como se ha divulgado en alguna ocasión.
Podemos decir que los toros, según Moratín, es un fenómeno hispano autóctono y casual. Y todo esto es debido a la riqueza de España en toros bravos, lo que nos hace pensar que desde antiguo se ha ejercitado la habilidad para combatir sus embestidas y para mostrar frente a ellos cierto valor personal, o también como una manera deportiva de entretenerse ante la necesidad de cazarlos para alimentarse.
–Lo veo perfectamente lógico –afirma mi amigo, mientras pega un par de tragos de su jarra de cerveza.
–Por tanto, parece ser que las corridas comenzaron como una demostración de destreza en la España de los primeros siglos, a caballo y a pie, en bandas o partidas de caza. Pero es en el siglo XII y aun en el siglo XI en el que se sostiene Moratín que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, peleó a caballo con toros.
Este ejercicio fue tomando forma hasta alcanzar su máximo apogeo en el siglo XV, en la corte de Juan II, y posteriormente con Enrique IV, que definía la fiesta taurina como “el arte de combatir los toros a caballo como condición indispensable a la galantería y al honor caballeresco”.
–No faltan autores que comentan que el juego o arte del toreo y la capea fue uno de los legados culturales de los árabes españoles a los reinos cristianos. Una de esas destrezas consistía en esperar al toro de pie engañándole con el manto de lana (albornoz), prenda de vestir habitual musulmana. Pero, en todo caso, la opinión más generalizada es que la lidia como espectáculo, arte o ejercicio comienza a ser practicada por los nobles a caballo, en señaladas efemérides (cumpleaños, nacimientos, victorias, festejos, etc.) Posteriormente, al entrar el pueblo en el juego, se inicia la lidia a pie: correr al toro, al principio por las calles y después en la plaza.
La historia refiere numerosos casos de caballeros y fiestas con toros, tanto en España como en Portugal y más concretamente en Extremadura.
–No voy a enumerar a títulos y nobles que destacaron en este sentido, como los denominados entonces “alanceamientos” con el famoso torero o toreador Pere Ponce, en tiempos de Carlos V, el Emperador, quien, en 1527, para celebrar el nacimiento de su hijo, Felipe II, llegó a lancear o torear un toro en Valladolid
Nos pedimos otras jarras con cortezas picantes y sigo contando a mi amigo:
–Referente a los toros en la Vera, parece que fueron las cofradías de santos y vírgenes, como encontramos en los archivos de Garganta la Olla, por ejemplo, quienes se preocupan de “conseguir un toro para soltarlo en la plaza para regocijo de los fieles”.
Las características que diferencian a las capeas “al estilo envejecido de la Vera” y las que se celebran en otros sitios o plazas de España, se resumen a soltar el toro sin ataduras ni cuernos embolados u otro tipo de sujeción, y sin picadores, con el fin de demostrar el valor de los más atrevidos en acercarse al astado y burlarlo. Todo un ceremonial que arranca con el traslado del toro desde su hábitat a la plaza con pica, pértiga o garrocha que en ciertos casos sirvió para burlar al toro pasando por encima, como nos ha llegado en ciertos dibujos y pinturas de artistas antiguos, o con un capote o franela, sin banderillas ni rejiletes, prohibidos hoy día en las capeas con sus peñas correspondientes.
Luego nos pedimos una tercera o cuarta ronda y llevando el ritmo con el puño cerrado sobre la barra, entonamos “por lo bajino” unas toreras: “Ya viene el torito bravo/ por la sierra de Garganta/ con el cuerno ensangrentado/ pisando la viene blanca- Échale y dale…”
Autor: José Vicente Serradilla Muñoz
Publicado en agosto de 2023