Febrero, a la vuelta de la esquina, rebrilla, como un cobre guadalupense, con el Carnaval asomándose a la embocadura de sus alforjas. Y aunque en todas las poblaciones se celebre, hablar de Carnaval en la Vera es mentar y vivir el Pero palo de Villanueva, la fiesta por antonomasia de un pueblo que, en orden a un suceso, se une para cantar, bailar, beber, comer y divertirse… que es lo que indican las crónicas y rituales carnavaleros como símbolo de la libertad, la alegría vital y las fuerzas genésicas de la naturaleza, antes de embadurnarnos de la ceniza cuaresmal.
La tradición, que es tanto como decir la leyenda o la traducción de lo que vive la gente, se cierne en este caso a un bandido, ladrón, vividor y mujeriego, el Pero palo, que en tiempos pasados asoló la población y su entorno y que, detenido por la Justicia, paga con su condena y muerte popular.
El hecho en sí no tiene otra razón que servir de marco para la festiva celebración de una serie de ritos y ceremonias de distinto significado, animada por los tambores, escopetazos, bailes, música, (mucha música y cantares con guitarras, laudes, bandurrias, panderetas, almireces y etcétera) que llenan de bulla y colorido los días del Carnaval de Villanueva.
Al fin y al cabo, la tradición peropalera no hace más que cumplir lo que rebulle en los sonajeros más antiguos de los carnavales. Covarrubias dice que este vocablo “vale lo mismo que carnestolendas y en las aldeas le llaman antroydo”. “Son ciertos días, explica el autor, antes de Cuaresma que en algunas partes los empiezan a solemnizar a primeros de enero, y en otros por San Antón. Tienen un poco de resabio de la gentilidad y uso antiguo de las fiestas que llamaban Saturnales, porque se invitaban unos a otros, y se enviaban presentes, hacían máscaras y disfraces, tomando la gente noble el traje vil de los esclavos, y los esclavos por ciertos días eran libres y no reconocían señor”
Pero quizás sea Gaspar de Lucas Hidalgo en su obra Diálogos de Apacible Entretenimiento, quien define el Carnaval más literaria y popularmente, al afirmar entre otras cosas: “¡Qué de gritos por las calles, qué de burlas, qué de tretas, qué de harina por el rostro, qué de mazas que se cuelgan; trapos, chapines, pellejos, estopas, cuernos, braguetas, sogas, papeles, andrajos, zapatos y escobas viejas! y con ser tan grande el frío, la gente se abrasa y quema. En un fuego que jamás miró Nero de Tarpeya”.
Y eso es lo que se palpa en el Carnaval peropalero verato de Villanueva. Ahí está toda su salsa, en la manifestación, la participación, la masa, el jolgorio, la alegría, los cantares y el buen yantar y beber hasta que el cuerpo aguante.
El contraste entre la alegría del Carnaval se encuentra la tristeza del miércoles de ceniza, que lo expresa también Juan de la Encina en la segunda égloga de Antruejo, Carnal o Carnestolendas.
Pero en eso no vamos a entrar pues es otro cantar. Ahora toca “Febrero, carnaval peropalero”, que no vale contarlo sino “vivirlo”.
Publicado: 25 de enero de 2017