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Amor a la vida

A veces me extasío ante el paisaje de esta parte de la alta Extremadura, nuestra comarca de la Vera, en este otoño anodino en el que aún barruntamos el sabor de la pandemia de la que tratamos de salir, sin depresiones. Las últimas estadísticas de que dispongo. correspondientes al año 2020, recogen que la tasa de suicidios en España llegó a casi cuatro mil personas. Demasiado.

Mis pensamientos, por ello, me llevan a una serie de reflexiones Y digo, como comentaba el sabio abuelo de una de mis narraciones, a esa edad en la que las cosas se ven más claras: “si la muerte, que a todos nos iguala y no ceja en su empeño hasta ver a unos y otros, sin distinción de raza, edad y condición, reducidos a los mismos palmos de tierra, cuarta arriba, cuarta abajo, no exige más la vida por tirana que parezca ni da más de sí el tambor de nuestro pellejo por mucho que se estire y engrosen nuestros huesos, y es preferible conformarse, esperar y vivir. Las cosas como la historia vienen así trenzadas y nosotros tenemos que vivirla y aceptarla con la esperanza de que no hay mal que cien años dure y como canta el poeta, conformarnos con esa “gota de alegría que es un charco de esperanza”.

Y no es culpa de nadie. Somos nosotros, ambiciosos mortales, los que, desoyendo las naturales exigencias, la complicamos inventando una buena caterva de necesidades que a buen seguro nos persiguen, amargan y esclavizan por los días de los días.

Siempre he tenido que los hombres viven más de esperanzas e ilusiones que del presente y su realidad cotidiana; prueba de ello es la maraña de sueños y deseos con que tantas veces nos complicamos, enmascarados la mayoría de las ocasiones por la codicia, poderosa señora, que siempre fatiga, muchas veces enferma y en ciertas situaciones hasta mata.

Es éste un modo de pensar que desde la más tierna edad llevamos como un sello en nuestro interior que se nubla a veces también en la monotonía de nuestros días, guiando nuestros devaneos y quehaceres, tantas veces dispares y versátiles, y perdemos los principales objetivos de la vida. Cuando en el fondo nuestra única preocupación se cierne a las escasas cuartas de espacio que exige el cuerpo para descansar, el puchero suficiente para acallar el bandullo y las prendas precisas con que abrigar las carnes y cubrir las vergüenzas.

Cuando nacemos todos somos iguales, como una tabla rasa; luego la sociedad (los hombres y sus instituciones) van tallando en ella las formas de comportamiento. Animales sociales somos, aunque se nos haya inculcado que cada cual debe seguir su camino y realizarse a su manera, sin depender de nadie ni de nada porque somos hombres libres, y la libertad es el don más hermoso y grande del mundo.

Ahora que tratamos de virar nuestra vida por los cauces de la naturaleza no viene mal recordar, como yo hago en este esplendoroso día de otoño mientras contemplo el sol que muere como siempre, en su batalla con la oscuridad y las sombras que ha de aparecer de nuevo la luz espléndida con la mañana de nuestros días.

Y cierro con una frase que me acabo de topar de Fernando Savater: “Después de tantos años estudiando la ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”.

Vivir, convivir y sobrevivir. El amor de la vida o a la vida. El amor que es la palanca que mueve el mundo. A lo que el gracioso de turno replica: “el amor al dinero”; así no, eso no, estás confundido.

Publicado el 11 de noviembre de 2022

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