Dicen que el desayuno es la comida más importante del día. Pues bien, pregunten a los que saben de alimentación, a los doctores especialistas en la cosa del comer y le dirán que esa afirmación no es cierta, que hay que alimentarse pero nunca ponerse hasta las trancas a la hora del desayuno. Vamos, que la frase es de nuestros abuelos y ahí quedó.

El desayuno debe ser frugal, alimenticio en lo justo y caprichoso a elección. Allá cada uno con sus apetitos y el nivel del colesterol malo. A este foráneo que madruga le gusta el café muy largo, negro y de calidad, manchado con una gotita de leche y bebido muy, muy temprano. Luego, al cabo de una par de horas, cuando las personas se saludan en el bar, ya camino de sus trabajos, vuelan los desayunos potentes.

Hay veces que mi estómago no entiende a los de otros. Un decir, me repele ver cómo alguien toma café con jamón o con una generosa pinchada de morros e incluso acompañan una leche manchada con una tartera de migas extremeñas. Mis tripas lo rechazan y no lo asimilan. Entiendo el desayuno con una buena tostada al punto y el buen aceite con que esta región puede regarla.

No es que uno quiera ser el doctor desayuno, pero donde estén los churros de Marisa que se quite el resto de tripadas. Dejo las ricas migas o el excelente jamón de esta tierra para disfrutarlo al aperitivo con un vino más que decente de la tierra o de la otra, de la Ribera del Duero. En cualquiera de los casos, y si algún futuro visitante me lee, le aconsejo se compre unos excelentes churritos en plena Plaza Mayor, casi enfrente del Mayorga, a la sombra mañanera de los soportales. Siempre está y estará allí, todos los días del año del frío y del calor, con churros y porras recién hechos, siempre sonriendo, siempre Marisa. Y es que es la institución del desayuno placentino, la única.

Texto y fotos de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo

Publicado el 24 de mayo de 2017