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Lo que me gusta y lo que no, hablando de turismo extremeño

Sentado en una hermosa terraza con vistas, como la peli, me vino a la memoria otra escena, la de dos ciegos abocados a chocarse al cruzar la esquina mientras una voz en off relataba las cosas que le gustaban y las que no. Era un corto que proyectaban con Delicatessen y que de lo que te tenía pendiente era de cuándo se darían el encontronazo. Pero que esta vez lo recordaba como un reto, el de contar desde esta sección que estreno hoy lo que me gusta y lo que no me gusta del sector turístico en Extremadura. Tal cual. Con el único ánimo de que no haya encontronazo, sino diálogo.

Porque mira que me tenía deslumbrado la panorámica mientras desayunaba frente a todo un señor monumento y pensé lo mucho que me gustaba estar ahí sentado con el sol de otoño dándome en la espalda. Hasta que me trajeron la tostada con una pizca de aceite ya echada y una loncha de jamón como plastificado y lo que pensé es que ya me habían fastidiado la magia del momento. En una tierra con aceite y jamón de primera, había ido a sentarme en una terraza que ya nunca podría recomendar, pese a sus magníficas vistas.

monfragúe aves

Así es que me lancé a la caza y captura del jamón ibérico que tanto me gusta para hacerme un bocadillo del que poder disfrutar en el almuerzo contemplando otra imagen sensacional, esta vez de un paisaje que por nada del mundo me iban a perturbar. Aún recuerdo la experiencia de verme solo ante la inmensidad de la naturaleza y con mi bocata, por cierto, regado con aceite del bueno que tanto abunda por estas tierras, como los buitres negros que tuve la suerte de ver revoloteando a mi alrededor y sin estar muerto.

A la vuelta a la ciudad histórica, quedé con cuatro amigos para picar algo antes de acudir juntos a un espectáculo. Lo que me gusta a mi pisar por donde pisaron personajes de la Historia. Pero lo que no me gustó ya tanto es que para sentarnos en la terraza elegida, debíamos literalmente cargarnos a alguno de nosotros porque estaba prohibidísimo unir dos mesas y los cinco no cabíamos. Orden de la dirección dijeron. Debió ser el destino porque me sonrió con unas sopas de tomate que sabían a gloria en un modesto, pero agradabilísimo local entrado en años donde te recibían hasta con alegría.

Lo que me gustó también esa noche fue dormir a pierna suelta en una coqueta habitación donde reinaba el sosiego y hasta opté por desconectar los datos del móvil para que no me sonara ni un solo Whats App. A la mañana siguiente me conecté a la wifi del hotel para buscar cómo llegar a un pueblo en fiestas de lo más singulares y dudé entre hacerme otro bocata o probar suerte. Opté por lo segundo, no solo por mi actitud positiva, sino porque me gusta pensar que la fama de hospitalidad de esta gente será por algo. Ya os contaré más, ya.

Publicado en octubre de 2016

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