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Una costumbre de azogue

Una de las mayores satisfacciones que podemos llegar a disfrutar quienes, como yo, practicamos la escritura al por menor, es la de que alguien a quien no conoces –y que no tiene, por esa razón, motivos para tratarte con cariño o condescendencia– le llegue de repente alguno de tus libros y te diga que le gusta lo que escribes. La circunstancia es satisfactoria por una doble razón, porque alimenta el ego –desde luego, no lo vamos a negar–, pero también porque a veces da pie al nacimiento de amistades espontáneas, inesperadas, basadas en la pura pasión por la Literatura que se prolongan en el tiempo y le hacen, quizá, a uno sentirse menos solo. Ese es el caso de Rubén Castillo, un escritor murciano con el que mantengo amistad desde que, hace ya cerca de diez años, tuvo la amabilidad de reseñar El círculo de Viena, mi segundo libro de cuentos.

Rubén es autor de numerosas novelas, además de ensayos, relatos, artículos periodísticos e innumerables reseñas literarias, y acaba de publicar, en la editorial Balduque, su primer libro de poemas, que ha titulado Por un país desconocido acaso por esa precisa circunstancia, por tratarse de su primera incursión –al menos su primera incursión pública– en las regiones de la lírica, o quizá por la pura concepción de la vida como territorio agreste, desconocido, en el que nos adentramos temerosos, débiles, vulnerables.

A este respecto, advierte la solapa del libro que el cambio de género, de la narrativa y el ensayo hacia la poesía, “supone también un cambio de tono y de temática: frente a la ironía o el humor de sus últimos títulos, adopta aquí un lenguaje y unos enfoques más sombríos, introspectivos y desgarrados que nos descubren una vertiente muy distinta del autor”. Efectivamente, la versión sombría del mundo y la existencia no tarda en hacer aparición, insinuándose ya en el primer poema y poniéndose claramente de manifiesto en los primeros versos del segundo, que comienza diciendo “el mundo, esa devastación / donde todo gira y salpica estiércol. Los seres humanos como muladares”, y ante un mundo tan sucio y tan oscuro, los sentimientos casi podríamos decir necesarios del poeta son dolor, tristeza y miedo: un miedo que nos atenaza, que nos invade, que nos convierte, como dice en el poema 27, en “colecciones de miedos / almacenes de miedos / sentinas de miedos”, una tristeza que se trasluce en lágrimas, o en lluvia, como las que protagonizan, entre otros, los poemas 5 y 4, y un dolor, por último, que se configura como sentimiento íntimo, callado, que se oculta bajo el disfraz de la sonrisa, de una amabilidad o una alegría forzadas que lleva a otro de los temas fundamentales del libro, la incomprensión, sobre la que tratan numerosos poemas, como el 24,

Nadie puede comprender.

Nadie puede comprendernos.

Nos morimos

con ese dolor,

o el 30, rotundamente triste y devastador:

El gran secreto es que morimos muchas muertes

y que los demás sólo conocen

la última

–la menos importante.

El libro ofrece, la verdad, pocos lugares para refugiarse de tanta inclemencia. Uno puede encontrar ese refugio en la cafetería, donde un “hombre mínimo, ensimismado (…) inventa dibujos / en el poso del café”, o en el silencio en el que suceden muchos de sus poemas, pero el silencio es también, a menudo, una ocasión para el vértigo, con lo que el mejor resguardo –quizá el único resguardo a fin de cuentas– acaba siendo la propia poesía, versos como “vivir es un sol de invierno”, “las ventanas de la ciudad, aletargadas / por una costumbre de azogue” o las “gotas como relámpagos de agua” que la lluvia arroja contra el cristal, que insinúan pequeños reductos de belleza, discretos lugares para la esperanza, pero también otros como “somos, simplemente, animales heridos” o “somos / electrones que lloran” o “la noche, a veces, es un idioma cruel” en los que nos reconocemos, en los que vemos reflejados nuestros temores, nuestros miedos, nuestro dolor, en los que encontramos consuelo, en los que la poesía produce su efecto balsámico, ese que tantas veces, como lectores, buscamos, ese que acaso también Rubén Castillo haya buscado al escribir su Por un país desconocido y al que tan bellamente se refiere en su poema nº12, que reproduzco íntegro, para acabar, como una última invitación a la lectura:

Leer libros ajenos y buscar en sus líneas

huellas o esquirlas de nuestro dolor.

Ampararnos en el consuelo tibio

de que otros saben o dijeron. Que otros

atravesaron la tundra y envolvieron

su dolor con palabras que puedes sentir

como tuyas, que te traducen, te reflejan o lastiman.

pais desconocido

 

 

Por un país desconocido

Rubén Castillo

Editorial Balduque

12 euros

 

Publicado: 13 de mayo de 2016

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