‘¿Habremos tropezado alguna vez con ella? Puede que sí, salvando las distancia. Nos referimos a aquella hermosa mujer de cabello negro y ojos de penetrante aguamarina que le enviaba al hombre que bebía los vientos por ella y que, como solitario náufrago se desesperaba en remota isla, irónicos mensajes en una cajita de madera (entonces, no se había inventado el vidrio y no había botellas), que arrojaba a los ríos que van a parar a la mar.
El mensaje solo daba a entender que ‘no había mensajes nuevos’, lo que desamparaba más al infortunado receptor, aunque estaba acostumbrado a aguantar el chaparrón con sana deportividad.
Nos remontamos a épocas calcolíticas, hace la friolera de unos 5.000 años. Sabido es que el famoso pintor noruego Edvard Munch dio vida a su impresionante cuadro ‘Skrik’ (‘El Grito’), cargado de expresividad y fuerza psicológica. Lo terminó en 1893.
Algunos hablan que intenta reflejar la soledad y la angustia vital del ser humano, aunque otros señalan que es el grito de la naturaleza. Las grafías humorísticas, pero de un realismo latente, en ocasiones, han alargado la pintura y le han colocado pies al personaje que se tapa los oídos con las manos mientras profiere el grito. Uno de los pies está levantado y a punto de pisar una trampa. El miedo, la inseguridad, la incertidumbre, la inquietud y tormento del ánimo impiden al personaje, vuelto mujer cazadora y recolectora de la Prehistoria reciente, dar el paso firme, seguro, que le pude llevar a buen puerto o a terrenos pródigos en especies cinegéticas y frutales. Podría llegar a la isla del náufrago, donde hay de todo, aunque falta el calor humano, la afectividad y el amor para que él taña el litófono, que guarda como oro en paño, con desbordante alegría y ella pueda desprenderse de resquemores, aflicciones e intranquilidades estresantes. Mas para ello necesita tener arrojo, auténtica valentía, ser audaz, mirar hacia el futuro y no hacia atrás, tirar por la borda desconfianzas absurdas y carentes de verosimilitud y entregarse en alma y cuerpo a lo que de verdad quiere y no se atreve a alcanzarlo. Quien no se atreve a vivir sus propios sueños estará toda su vida constreñido por sus propios miedos. Quien se duela por dolores que no existen o se intoxique sin que nadie haya lanzado tósigos, es que no le ha tomado la medida al mundo, y su mente, en vez de estar felizmente ocupada, se encuentra melancólicamente preocupada. Seguro que escuchando el sonoro y rítmico tintineo del buen tañedor del litófono, los miedos, los dolores y las melancolías desaparecerán en menos que canta un gallo (…)’.
Así comenzaba un relato inédito, donde el ayer, el después y el ahora se entremezclan en un mundo real, ribeteado de un leve surrealismo. Un relato que nos guía a centrarnos en una palabra que aparece en sus líneas: ‘litófono’.
¿Qué es un litófono? No se escucha esta voz tan fácilmente. Tenemos que entrar dentro de los campos de la Arqueomusicología, una disciplina reciente, pues comienza a desarrollarse en Europa Central y Europa del Norte en los años 50 del presente siglo. Algunos la definen (Laura Hortelano Piqueras: ‘Pautas para la sistematización de los artefactos sonoros prehistórico’. Universitat de Valencia, 2003) como ‘la búsqueda que, con ayuda de métodos interdisciplinares, intenta aproximarse, describir e interpretar la música y práctica musical en épocas prehistóricas’, entre otros cometidos. La arqueomusicología se emparenta con la etnomusicología. Apenas la separan solo un delgado tabique. La etimología de la palabra ‘litófono’, que no suele aparecer en un diccionario al uso, es bien sencilla: ‘litos’ = piedra; ‘fonos’ = voz. Por ello, un litófono sería aquella piedra que nuestros antepasados, no solo de la Prehistoria, recogían del medio natural y percutían con otra, produciendo algún tipo de sonido. Pero no todas las piedras valían.
El hombre, a lo largo de los tiempos, iría seleccionando aquellas que reproducían sonidos especiales, gratos al oído y que permitían, en la percusión, llevar ciertos ritmos. En nuestros días, conocemos a personas que siguen usando estos litófonos, como es el caso de Valentín Garrido Pérez, natural del pueblo cacereño de Aceituna, campesino, y que forma parte de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, que tengo el honor de coordinar. Valentín recoge del lecho de ríos o arroyos las piedras apropiadas, que, luego, como si fuesen castañuelas, se las coloca entre sus dedos y lleva el ritmo de las canciones y danzas que desarrollan los compañeros de ese grupo etnomusicológico.
Personalmente, recuerdo también a un pastor de mi pueblo (Santibáñez el Bajo, Cáceres), Antonio Paniagua Cabezalí, más conocido por ‘Ti Antoniu Lereli’, que tocaba con gran maestría los rollos de río, a la vez que cantaba y hacía bailar hasta las ovejas. Otro buen amigo, que ya peina algunas canas y que baila él solo tocando los rollos, es Jesús Domínguez Jiménez, de la villa jurdana de El Casar de Palomero. ‘Chuchi el Gallu’, que así es conocido en la zona, aprendió a tocar los rollos de manos de Pilar Martín Calvo, abuela de otro amigo: Esteban Hernández Ruíz, que es el que nos lo ha notificado. Pilar tocaba los rollos con ambas manos, cuando lo normal es que se haga con una sola.
El litófono de la peña sacra
Como es sabido, de la peña sacra de ‘El Esribanu’ y su entorno inmediato ya hemos venido hablando en capítulos precedentes. Ni por asomo nos imaginábamos que, milimetrando todos los cuarzos, feldespatos y micas que componen sus anatomías graníticas, íbamos a dar con un litófono muy singular. Nos llamó la atención un más que regular riñón de cuarcita, subido exprofeso a un estrecho pasillo del complejo rocoso, para percatarnos que, aprisionado entre él y el bolo granitoide, casi ocultado por la broza, los líquenes y los mullidos musgos (‘amojus’ les dicen por estos pueblos), se hallaba una curiosa pieza pétrea.
Presenta 28 centímetros de larga por 15 de ancha, superando claramente las medidas propias de las lascas, cuyo promedio se encuentra en 8 centímetros, con un máximo de 15. Su textura se corresponde a una ortocuarcita o cuarzoarenita. Aparentemente, muestra una estructura esquistosa. En su recristalización metamórfica han dejado perceptibles huellas antiguos materiales cementados, como el óxido de hierro. La pieza nos muestra diversos lascados por ambas caras y un talón cortical, que pone de manifiesto la corteza natural de la roca que conformaba el núcleo. En su generalidad, predomina la tonalidad grisácea en la pieza, con toques muy difusos, casi inapreciables, de color amarillento, y las típicas manchas lenticulares del óxido de hierro, que citamos más arriba. El segmento cortical es de color cremoso, con pequeñas estrías. presentando en uno de sus extremos una irregular mancha negra, como si hubiera estado en contacto con el fuego.
Curiosamente, la piedra, ante los ojos de cualquier persona, como hemos comprobado, aparece como si fuese un pez lítico. Da la impresión que la mano de nuestros antepasados prehistóricos intentó lascar el núcleo cuarcítico con el fin de que, efectivamente, adquiriera una forma de pez. Paisanos de la zona, que tiene como eje fluvial al río Alagón, fueron más allá en sus apreciaciones y manifestaron que era un barbo (‘barbus barbus’), tan abundante en el citado río. No podemos afirmar que el propósito de aquellas gentes de hace miles de años fuera el de conformar, con sus técnicas líticas, un pez que con toda seguridad era parte de su dieta, máxime cuando la cuarcita se aprovechaba prácticamente para fabricar utillaje que le era necesario para su subsistencia (cazar, pescar, talar, arrancar bulbos y raíces, preparar pìeles…) y poco más.
Tal vez habría que acudir al etnólogo y prehistoriador francés A. Leroi-Gourhan y a su ‘chaine opératoire’, que nos llevaría a concebir el material lítico como el resultado de un ‘proceso técnico’, interaccionándolo con un comportamiento humano de los clanes prehistóricos en su dimensión económica y social e incluso, a nuestro modo de ver, también en relación con el mundo de sus creencias. Pero no nos metamos en complejos dibujos, más propios de otro tipo de publicaciones más especializadas. Nuestra pretensión es que nuestras líneas lleguen a la comprensión de todo el mundo y generen auténtica fascinación por las culturas de tiempos nebulosos, precisos todavía de apartar algunas nubes para entender mejor su evolución en todos los aspectos de sus vidas, aunque difícil es bucear entre las neuronas cerebrales de las comunidades paleolíticas y de otras muchas de la Prehistoria Reciente. Más difícil incluso que navegar por los mares cefalorraquídeos de aquella hermosa mujer de cabello negro y ojos de aguamarinas, que enviaba mensajes sin mensajes nuevos al náufrago de la desierta isla. A nuestra piedra cuarcítica , auténtico litófono, todavía le quedan muchas e interesantes cosas por decir. No le metamos prisas, que nunca fueron buenas, y esperemos al próximo capítulo.
Foto superior: “El litófono del que damos cumplida cuenta en nuestra crónica”. (Foto: F.Barroso)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en diciembre de 2023