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Regreso a Verania

Dicen que Plasencia es una ciudad muy literaria, y probablemente así sea, pero no es menos cierto que sufre en las novelas una suerte de maldición, pues los autores que escriben sobre ella –y no son pocos– se obstinan en no nombrarla. Será por una extraña derivación del complejo de Edipo, por un no menos raro temor talmúdico a destruirla si pronuncian su nombre o por meras y sin duda justificadas razones literarias, pero lo cierto es que prefieren (preferimos) convertirla en Murania, o en Pomares, o simplemente no nombrarla, a llamarla por su nombre propio. Javier Morales, escritor placentino autor de novelas, ensayos y libros de relatos, es el último en hacerlo –o, mejor dicho, en no hacerlo– en su novela “Monfragüe”, recién publicada por la editorial Tres hermanas. Y es curioso porque, en su caso, mantiene intacta toda la toponimia que rodea a la ciudad (Empalme, Villareal de San Carlos, Valle del Jerte), la denominación de parajes tan placentinos como la Isla o el Puerto o incluso el nombre de vecinos a los que todos hemos conocido, pero cuando llega el momento de referirse a Plasencia, prefiere hablar de Verania. Anécdotas y bromas aparte, la última de Javier Morales es una novela de formación que –como bien señala la contraportada– “aborda temas como la amistad, el acoso escolar, la presión del grupo, la pérdida de la inocencia o el poder curativo de la escritura” y está construida como una suerte de diálogo con el pasado, todo ello al hilo de un reencuentro, el del narrador con Monfragüe, escenario de un episodio trascendental en su adolescencia, aunque, curiosamente, y aunque sea Monfragüe el lugar que da título al libro, yo diría que su auténtica protagonista es, más bien, esa Verania que viene a ser el trasunto literario de la Plasencia de finales de los setenta y principios de los ochenta, un lugar cerrado y gris, oprimente para un chaval con unos intereses y una sensibilidad que lo alejan, muchas veces a su pesar, del rebaño. En el debate lleno de contradicciones entre dejarse llevar por el grupo y  perseverar en lo que comienza a ser su identidad, se inserta su relación con Marcos, un chico que sufre acoso, con una sensibilidad y unos intereses absolutamente cercanos a los del protagonista, pero cuya compañía a menudo le resulta un lastre y lo pone en evidencia, relegándolo al grupo de cola de los inadaptados. Por eso su relación con él es unas veces de atracción y otras de cruel rechazo, lo que hace en buena medida de “Monfragüe”, un poco como “Campos de amapolas blancas” de Gonzalo Hidalgo Bayal, la historia de una amistad frustrada, fallida, con la diferencia de que si lo que reina en los “Campos de amapolas blancas” es, sobre todo, la melancolía, lo que sobrevuela en todo momento, como un buitre ávido de carroña, en la novela de Javier Morales es una dolorosa culpa cuyas razones, y cuyas posibilidades de expiación, iremos averiguando a lo largo de sus páginas y sobre las que, evidentemente, nada más conviene contar. “Monfragüe” es, en resumen, una historia amablemente cruda, escrita con extremada delicadeza, entreverada con elementos de autoficción que incluyen, entre otros, las razones para la escritura y las raíces del decidido amor por la Naturaleza del escritor, y cuya lectura, ágil, deja abiertos no pocos interrogantes, preguntas que tal vez nos pueda aclarar el mismo Javier en la presentación que haremos de su libro el sábado 1 de octubre, a las 19:30 horas, en La Puerta de Tannhäuser. No dejen de venir. A lo mejor entre su autor y una servidora logramos averiguar qué demonios sucede a los escritores placentinos para negarse con tanta obstinación a nombrar Plasencia.

Monfragüe

Javier Morales

Tres hermanas

17 euros

Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro

Publicado el 23 de septiembre de 2022

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