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Por los montes de Cáparra: el tesoro de Cabeza Tejón (XXXVI)

Dejamos descansando a nuestro viajero el día 31 del pasado mes de mayo en el paraje de La Encina la Patá (curioso topónimo que nadie nos explicó su porqué), sentado al pie de El Fortín de loh Móruh, y, como ya habrá disfrutado gozosamente del merecido reposo, le animamos a reemprender el camino con redobladas energías.  Vemos que se decide por la calleja que se dirige al pago de Cabeza Tejón.  Lo de Cabeza está muy claro: es todo un promontorio o cabezo atiborrado de rocas plutónicas, de encinas y cientos de esparragueras que hacen las delicias de los que disfrutan con un buen revuelto o una tortilla de espárragos montesinos.  Y lo de Tejón podría deberse a que por estos agrios terrenos andan los tejones vivaqueando. Claro que hay mustélidos de tal tipo, siempre solitarios, noctámbulos, desafiantes y perezosos, por estas latitudes.  Antiguamente, paisanos había que los cazaban y preparaban guisos para chuparse los dedos con ellos.  Pero el viajero debe escuchar el eco antiguo de Piedad Martín Martín, del clan familiar de Loh Pólluh, que, en una noche de estío, sentados al fresco sobre un aterrazado y enlanchado espacio de El Barriu la Encina, nos narraba una curiosa leyenda sobre este empinado riscal de Cabeza Tejón.  Relataba que, en la cima del pedregoso montículo, hay una cueva bajo un enorme canchal, camuflada entre dehjollinaórih (ruscos, que se empleaban para eliminar el hollín de las chimeneas), escobas y esparragueras.  La puerta de esta cueva estaba tapada por un tejón laboreado en duro granito.  Si alguien topaba con esta figura zoomórfica (recuerdo nos vienen de los verracos vetones) y la levantaba, observaría una larga galería, la cual conducía, según la leyenda, a un pueblo subterráneo, donde todo lo que tocara un mortal se convertiría en oro.  Pero, ¡ojo!, había que camelar primero a una enorme sierpe, que era la guardiana del lugar.  ¿Cómo se la camelaba?  Pues dándole de comer una presa cuya carne supiera, a la vez, a pescado y a magras de un animal de cuatro patas.  Tal presa solo podía ser la nutria, a la que por estos territorios se la denomina luéntriga.  De ella se cuenta que, si se caza en tierra, su carne sabe a carne de lagarto, y, si se caza en el río, el sabor es semejante a la carne de la anguila.

Lagunejo con torreón y deteriorada y abandonada noria de cangilones. En la base meridional del macizo de “Cabeza Tejón”. Son los restos de una antigua huerta. (Foto: F. Barroso).
Extraña roca, aislada, con curiosas insculturas laboreadas y cuyo significado concreto es harto difícil conocerlo. (Foto: F. Barroso)

Superada la prueba, aún tenía el aventurero que apartar y destapar una de las tres tinajas que obstaculizaban la entrada al pueblo.  Una de ellas estaba llena de pólvora; si se tocaba, explotaría en mil pedazos.  La otra, contenía un gas tan venenoso que, al expandirse, consumía y asfixiaba en un periquete todo lo que hubiese a tres leguas a la redonda.  Y, finalmente, había una tercera que encerraba a una hermosa princesa encantada bajo la apariencia de una apestosa bruja.  Si el osado galán lograba acertar con esta tinaja, la princesa quedaría desencantada y, llevándole de la mano, le mostraría riquezas mil, se casaría con él, serían muy felices y comerían muchas perdices.  Pero no se sabe de nadie que aún lo haya logrado.  Puedes intentarlo tú, querido lector, que nos escuchas con la boca abierta.

Promontorio o macizo de “Cabeza Tejón” visto desde las tierras del paraje de “La Senserilla”. (Foto: F.Barroso).

Promontorio o macizo de “Cabeza Tejón” visto desde las tierras del paraje de “La Senserilla”. (Foto: F.Barroso).Pero el viajero, antes de trepar por el cerro, es aconsejable que eche un vistazo al entorno, conformado por un paisaje de rocas plutónicas, encinas, alcornoques, galapéruh (majuelos), piruétanos y el típico monte bajo que acompaña al bosque adehesado.  Pequeñas fincas, denominadas cercáuh o ciérruh, todas ellas muradas por mampuestos de moleña (granito) y que, no hará más de dos siglos, eran terrenos abiertos en su mayoría, destinados a la siembra de cereales, fundamentalmente de centeno y donde pastaban numerosas piaras de guarrápuh jarónih (el antiguo cerdo de la zona, con manchas de negro prieto y un rojo desvaído; hoy incluido en la denominación de ibérico).  Las muchas zahúrdas que salpican estos términos y que deberían estar protegidas al ser habitáculos agropastoriles construidos a piedra seca y con falsa bóveda, dan fe de la importancia que tuvo el cochino en tiempos de atrás.  Las piaras eran pastoreadas por los porqueros del común, siempre provistos de las correspondientes caracolas o cuernos, que tocaban para carear debidamente a los marranos.  Hoy, todos estos ciérruh están destinados al ganado vacuno de carne.  Permanecen reliquias de viejas huertas, allí donde había manantiales perennes o en la margen derecha del río Alagón, aunque estas quedaron, como las antiguas aceñas, bajo el reculaje del embalse de Valdeobispo.

La “pileta imposible”. Su misterio, que puede que no sea tanto, ya lo explicitamos en la crónica. (Foto: F. Barroso).

Vestigios

Piedad Martín Martín, del clan familiar de “Loh Pólluh”, que nos narró la leyenda de “El Tesoru de Cabeza Tejón”. (Foto: “El Retratista”).

El viajero se topará, aparte de las zahúrdas, con otras construcciones pastoriles, como los múruh (chozos redondos para pastores y porqueros) o pequeñas casétah y tináuh (tenadas).  El aprovechamiento integral del medio se observa en otras rústicas construcciones, como los chigórzuh y chifárduh, utilizándose las viseras de las rocas para encerraderos de ganado menor, levantando una pequeña pared de mampuestos bajo esos salientes rocosos.  Para el mismo fin servían ciertas covachas, taponando con piedras algunos huecos o parte de la entrada. También se pueden ver numerosas corraláh al serenu (corrales con gruesas paredes de piedra seca, a cielo abierto, cuadrados o redondos, para guarecer al ganado por la noche).  Estas corraláh o corrálih están volanteáuh (con lajas de granito salientes hacia el exterior en la hilada superior, con el fin de impedir el acceso a los lobos).

Posible receptáculo, con vaciado central en forma circular y canal de desagüe, de carácter ritual, al pie de la “Cueva del Tesoru”. (Foto: F. Barroso).

Ecotahona Ambroz PlasenciaPosible receptáculo, con vaciado central en forma circular y canal de desagüe, de carácter ritual, al pie de la “Cueva del Tesoru”. (Foto: F. Barroso). Cierto que el viajero podrá apreciar auténticas obras artesanas en todo tipo de pilas y abrevaderos para el ganado, echando mano del granito, tan abundante en toda la zona.  Pilas excavadas en la propia roca, o conformadas en una pieza exenta.  Pero hay otros trabajos sobre la misma textura granitoide que se les escapan.  Podrá comprobarlo en esas especies de piletas imposibles.  Nada que ver con los pilancones producidos por la meteorización.  Son estructuras laboreadas en rocas de gran inclinación.  Especie de receptáculos de las familias de las pilas campestres, pero cuya pendiente y falta de espacio imposibilita cualquier función para que el ganado abreve.  Puede que, por razones que se nos escapan, al rechoncho canchal le hayan dado la vuelta y, por ello, nos descuadren nuestras conjeturas.  Seguro que, si observan estas conformaciones alguno que otro de los que ven berrocales sagrados a la vuelta de la esquina, rápidamente las catalogarán de sacra saxa (peñas sagradas), en su variante de peñas trono, como hicieron con un peñasco en el paraje de Lah Canchórrah.  Mayor atención requiere la poceta y vaciado rectangular que presenta otra roca, que aparece asilada en medio de estos montes, en su parte superior.  O aquella otra estructura oblonga, practicada en granito, que muestra un laboreado circular en su propio centro y que cuenta con un canalículo destinado como para ejercer las funciones de desagüe, ubicada al mismo pie de la Cueva del Tesoru.  Por lanzar hipótesis, podíamos echar al aire unas cuantas.  Quizás pesen más aquellas de tipo ritual; sin embargo, es preciso atar más cabos para tener una visión más clara.  Hay que encontrar la peña con 55 cazoletas y otros símbolos de la que nos habló Marcelo Jiménez Rodríguez, más conocido en el lugar por Marcelu El Topu, el cual arrancó mucho monte e hizo mucho picón por esta extensa área.  El viajero debe entender que son cientos de canchos los que se alzan por estos abarrancados terruños y la gran mayoría cubiertos por hongos liquenizados (la denominación de líquenes está ya en desuso).  Pertenecen al biotipo crustáceo y son muy resistentes a toda clase de fluctuaciones térmicas.  Tanta abundancia pone de manifiesto la buena calidad del aire de la zona, ya que tales hongos liquenizados son unos excelentes bioindicadores.  Las asperezas de sus escamas indican su nebulosa vejez.  Hemos inspeccionado ciertas plataformas rocosas sin resultados positivos.  Es como buscar una aguja en un pajar cuando no hay referencias precisas y tangibles.  Insculturas que, como decía el notable prehistoriador alemán, Hugo Obermaier, todos esos vestigios nos llevan a un lenguaje de profundo y de misterioso significado plasmado en lugares sagrados (OBERMAIER, H (1923): “Impresiones de un viaje prehistórico por Galicia”.  Boletín Provincial de Monumentos de Orense.

“Zajurda”: pocilga del tipo II en los altos del macizo de “Cabeza Tejón”. (Foto: F. Barroso).

Posiblemente, el relato más concreto se encuentre en el yacimiento prehistórico situado a no muchos tiros de honda, hacia el sureste de esta intrincada y peñascosa prominencia.  Pero descanse el viajero de tanto trasiego y deje la inspección de la Cueva del Tesoro y las reseñas de tal poblado para otras descripciones y prospecciones venideras.

Foto superior: La ‘Cueva del Tesoru’, en el paraje de ‘Cabeza Tejón’.  (Foto: F. Barroso)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado el 10 de diciembre de 2021

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