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Octubre, un mes para paladear la buena y sencilla cocina

Es octubre otra vez. El mes de las castañas, las nueces, los membrillos y las granadas abriéndose pletóricas en el andén de los caminos de esta tierra verata que huele a perfumes otoñales.

Mi amigo José Luis Moya Palacios, encantador de letras y fogones, me envía desde Salamanca donde compone su último pentagrama musical de ollas y sabores, un bello recorrido por mi hotel Alcor del Roble, poetizando la sencillez de su oferta como si fuera una Dulcinea del Toboso, él tan dado a ese comilón de carrillos rosados, al que conocemos por Sancho Panza.

Y en sus letras se asoma el corazón de poeta que trata de esconder y me sorprende con sus rutas reveladoras. Ahora, que es octubre, se reúne con sus chefs y sin prisas y buen amor se entretiene con recetas salmantinas y sabores culinarios placenteros. Y me cita a Carlos Petrini, fundador del movimiento Slow Food: “Un gastrónomo, con el tiempo, se hace cada vez más simple. Es la simplicidad donde está la alta gastronomía”.

Pues eso, que hay que buscar o sumergirnos en los sabores sencillos, los sabores de siempre. Relegados el sol y la sal del mar es hora de paladear ese otra sabiduría y clima, el de la sierra, que si sobra hay que guardar. Como el amigo Sancho Panza al que cautivan las viandas hasta las médulas: “Acá tenemos noticia, buen Sancho, que sois tan amigo de manjar blanco y de albondiguillas que si os sobran las guardáis en el seno para el otro día…”

Por eso mi amigo José Luis sublima la buena cocina, aunque sea sencilla, hasta la categoría de arte: “La buena cocina, además de la exquisitez, es un verdadero arte que involucra a todos los sentidos, pero arte, desgraciadamente, como muchas cosas en la vida, efímero y pasajero”.

 Lo cual no impide que nos aporte la gran felicidad. Porque en el fondo José Luis como yo o yo como José Luis, somos unos nostálgicos, amantes de los momentos vividos, de los sabores degustados, de la felicidad sentida frente a una mesa y una amistad disfrutada “aunque oficio que no da de comer a su dueño, no vale dos habas”.

De ahí también nuestra admiración por el sencillo escudero de Don Quijote: “Todo lo miraba Sancho Panza, y todo lo contemplaba y de todo se aficionaba. Primero le cautivaron y rindieron el deseo las ollas, de quien él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad los zaques, y últimamente las frutas en sartén, si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas”.

En fin, que con Sancho o con José Luis, que a pesar de su amor a las letras, tan bien habla de nuestra hostelería verata, Alcor del Roble y su exquisito restaurante, que en estos momentos prepara las jornadas micológicas, ahora se entrena para dar a luz un doble volumen electrónico del recetario de su tierra, Salamanca.

            Feliz mes de octubre para paladear la buena mesa.

restaurante santa marina

 

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