En la penumbrosa memoria de los jurdanos ya entrados en años, queda una imagen de San Andrés como un personaje alto y fuerte como un roble, ataviado con pieles y que bajaba de las altas cumbres de las montañas cuando fenecía el mes de noviembre. Traía una gran cachiporra en sus recias manos, con la que decían que mataba definitivamente a las moscas que quedaban por estos mundos en el tránsito hacia el invierno.
Puede que, en los años de Maricastaña, algún legendario integrante de las ricas mitologías jurdanas desempeñara ese papel y algún otro relacionado con el ciclo invernal. Luego, se produciría el correspondiente sincretismo, la Iglesia asperjaría el mito con agua bendita y se convirtió en San Andrés. Puede que le viniera al pelo tal papel de matador de moscas y, por lo que dicen algunas bocas desdentadas, de otros engendros monstruosos que vivían por los covachos de las sierras. Por algo, el nombre de Andrés, de origen griego pero corriente entre los judíos, significa “valeroso”, teniéndolo como patrón y capitán de sus ejércitos países como Rusia, Ucrania y Rumanía.
Pero, al menos de 1791 a esta parte, San Andrés en Las Hurdes evoca a una vieja feria o mercado que se viene celebrando todos los 30 de noviembre, cuando ya la nieve acostumbra (antes más que ahora) a bajar a los tejados de los pueblos: “Pol Loh Sántuh, la nievi en loh áltuh y pol San André, hahta loh piéh”. Decimos que la feria ya estaba metida en su trajín en el año 1791, a tenor de las declaraciones que hace Domingo Martín Azabal, alcalde de Pinofranqueado (“El Pinu”, como dicen los comarcanos) por aquellas fechas, a un Interrogatorio que fue corriendo de pueblo en pueblo.
Pero ello no quita para que este zoco multicolor que se extendía por las calles del pueblo y bajaba hasta la misma orilla del río de los Ángeles se instituyera un montón de años antes. Junto al río, tiempos atrás, tenía lugar el rodeo del ganado: cabras, cerdos, caballerías y las vacas “cachánah”, ya extinguidas y que estaban completamente adaptadas a los rudos trabajos en la montaña. Por la plaza y las calles adyacentes, los multicolores tenderetes relacionados con los “javíuh” (apaños) para la matanza del cerdo: vendedores de tripas, pimentoneros, ajeros, comineros, caldereros, olleros, cuchilleros, fabricantes de romanas, vinateros o aguardenteros.
Hoy, como ayer, Las Hurdes al completo se agolpan en torno a San Andrés, el “Protocletos” (“El Primer Llamado”) del que nos hablan las Antiguas Escrituras y al que también pintan ciertas leyendas de la comarca como a un hombre que gastaba una larga y ensortijada cabellera, capaz de anudarla al tronco de una encina o un castaño y arrancarlos de cuajo. En cambio, a su hermano San Pedro lo describen completamente calvo. De aquí la coplilla que corre por la zona:
“A San Pedro, cumu era calvu,
le picaban loh mohquítuh,
y su hermanu le dicía:
-Ponti el gorru, Periquitu”.
Ni que decir tiene que nuestro buen amigo José Luis Azabal Hernández, alcalde de vara de Pinofranqueado y que a lo mejor se emparenta con aquel regidor de finales del XVIII (comparten el apellido Azabal), espera que su población sea todo un hervidero alrededor de los cientos de tenderetes que animarán calles, plazuelas y encrucijadas. No faltarán los artesanos de estos estrechos valles y desafiantes montañas.
También habrá una recreación del proceso de “pilal lah cahtáñah” (descascarillado para convertirlas en castañas “bráncah” o “pílah”), realizado a la antigua usanza en la plaza mayor. La animación de los tamborileros jurdanos está más que asegurada. Los viejos sones saldrán de las gaitas de “Tíu Manuel El Canu” y de Serafín Rodríguez. Y seguro que también se siente el alegre repicar de castañuelas y recios “rejínchuh” (jijeos) que batallarán por espantar los males del cercano invierno. Un mercado por todo lo alto, entretenido y bullicioso, y con un regusto especial que deja en el paladar y en el resto de los demás sentidos corporales una larga estela otoñal y melancólica, cuajada de castañas y membrillos, nueces y granadas, madroños e higos pasos. Jornada para compadrear y comadrear en las buenas tabernas del lugar, siempre atiborradas de apetitosos manjares en sus despensas y de “poliéntah” y “pitárrah” en sus bodegas. Como me decía, hace ya un puñado de otoños, por habérselo oído a su abuelo, aquel genial tamborilero que se nos fue un 14 de septiembre de 1999, Tío Pedro Alonso Iglesias, de la alquería de La Segur (“La Sigú”, en jurdano): “El que va una vé a la feria de San André, a la juerza ha de volvé”.
Publicado: 22 de noviembre de 2016
3 comentarios
Gracias Félix. Pedro M. Talaván te sigue. Gracias a vosotras. Os conozco desde hace dos días a través de Félix, casi paisanos y sin embargo amigos…
pedro m. Talaván
Pues bienvenido a planVE Pedro!!
¡Salud, amigo Pedro! Continuamos garabateando surcos de tinta por nuestras besanas. Hay que proyectar los valores del norte cacereño. Espero verte el domingo, día 4 de diciembre, por Ahigal. Es el puente de la Constitución. Brindaremos porque el invierno no nos hiele la sangre de nuestras arterias. Y para evitarlo está el buen vino de pitarra. De nuevo, ¡Salud y Afecto! Félix Barroso.