La matanza familiar siempre supuso una entrañable manifestación, cargada de mucha simbología mágica y festiva, por los pueblos de la comarca jurdana. Hace ya muchos inviernos, cuando este territorio conservaba hermosos robledales y alcornocales y la epidemia de la tinta no había dado el hachazo a los seculares castaños que se enseñoreaban de las faldas de las sierras, los paisanos mantenían piaras de cerdos, con las que mercadeaban en el tradicional mercado de San Andrés, que aún sigue celebrándose en Pinofranqueado el día 30 de noviembre. Pero como la sierra ya no es lo que era y el jurdano se ha convertido en un desafecto de ella, al impedirle la Administración su aprovechamiento integral, como venía haciendo desde los más nebulosos tiempos, pues los cochinos tuvieron que comprarse fuera: los de capa blanca por la zona salmantina de Ciudad Rodrigo, y los negros y rojos, de carne más sabrosa, en el mercado de Ahigal u otros pueblos de la comarca de Tierras de Granadilla. Las matanzas aún no han muerto e incluso la Mancomunidad de Las Hurdes ha institucionalizado los rituales matanceros, que van rotando por los seis concejos de la zona.
Cuentan las bocas desdentadas de los más mayores de algunas alquerías que, antiguamente, bajaba de la sierra el día de la Pura (8 de diciembre) una mujerona envuelta en pellicas de cabra. Gastaba unas enormes “cháncah” (al modo de rústicas abarcas). Llevaba en una mano un garrote, y en la otra una vejiga de cerdo llena de agua, con la que perseguía a golpes a los muchachos que se reían de ella. En una bandola portaba el pergamino con la licencia para que los paisanos pudieran iniciar la matanza de los cebones, que leía a grandes voces desde un altozano. Siempre había alguna vecina dispuesta todos los años a recrear aquellos aires legendarios. El tamborilero de la aldea salía a buscarla a primeras horas de la mañana. Chicos y mayores la aguardaban a la entrada del pueblo, tocando zambombas, tapaderas o cencerros. También traía un fardel lleno de castañas, nueces e higos pasos, que iba arrojando a su paso. La gente le cantaba antiguas coplas: “De entre la nievi branca/abaja la Chicharrona,/licencia trai pa matá/el lichón y la lichona”. La llegada de la Chicharrona suponía toda una jornada de fiesta. Al llegar a una encrucijada, aparecía el “Chicharrón”, también revestido de pieles y con cuernos de macho cabrío, que asaltaba a la Chicharrona y la forzaba a bailar con él.
Se encendía una gran hoguera en un sitio apropiado y, allí, el vecindario asaba los restos de la matanza anterior, comía, bebía y no paraba de cantar y de bailar.
Ahora, estos rituales se han añadido a los de la “Carvochá”, de los que ya hablamos en una crónica anterior y todos juntos, formando una virtuosa manifestación popular, se recrean en la alquería de El Mesegal el próximo sábado, día 7 de noviembre. Rituales ya casi olvidados y que fueron extraídos del imaginario colectivo, para darles vida y ponerlos en valor, como parte del rico patrimonio de cultura tradicional del que puede enorgullecerse la comarca jurdana. A los hijos de esta tierra les incumbe la noble y valerosa tarea de no dejárselos perder y pasar el testigo a sus hijos y a los hijos de sus hijos.
Publicado en noviembre de 2015