(Recomendamos leer este texto escuchando Extremoduro). He notado una brisa pasajera, respiro y noto una frescura que quiere aliviarme.
Dejo la puerta abierta para ver si llega hasta mi cuerpo tu aire de ahora, ese que me cuenta tus pesares más recientes.
Me muevo por Extremadura a la búsqueda repentina de sus vientos y paisajes, a sentir la región en mis adentros, también para que no digan que un foráneo, que no extraño, no ha puesto el pie en sus tierras, que no ha pisado sus calles.
Le he pedido un deseo a las flores, que ellas la busquen ya que saben de olores, que la espero con el sol que calienta el último escalón de mi vida.
Cruzo campos y montañas mientras escucho canciones de Extremoduro, rebuscando en mi memoria aquello que perdí cuando no vacilé en cruzar un río para no volver.
Acordes duros para esta región que siempre me espera, que no me deja y con la que pierdo el sentido del camino de vuelta mientras envejezco de tanto estar confundido.
Dejando la ciudad atrás, me llevan a Guadalupe y en mi cabeza se hinca el clamor del duro rock extremeño, un grito, dos lamentos en una balada. Mientras escucho, anoto frases y versos que exalto y recreo en este texto. Extremoduro, Extremadura.
Es un generoso afecto el que uno siente por la ciudad en la que me camina el tiempo. Es un sentimiento declarado, una filia por Plasencia y su región, que de intensa que se siente a veces duele y llega a ser extrema.