Cuando se esconda el sol y comience a pardear el próximo viernes, día 3 de octubre, el tamborilero Loreto Galindo, que tiene a orgullo el ser “paletu” (así denominan a los vecinos de Ahigal, y no por ser zafios y palurdos), saldrá con su tamboril y flauta a recorrer las calles del lugar, acompañado por un nutrido grupo de “cuhetéruh”. Luego, acompañará al cura, los mayordomos y otras fuerzas vivas a la ermita del Santo Cristo de los Remedios, en cortejo presidido por la cruz procesional y otras banderas y estandartes.
En la ermita, se lee la antigua escritura del voto perpetuo que el concejo de Ahigal hizo, en 1578, al mentado Cristo, por haberles librado de una plaga de langosta que asolaba los campos. Se traslada la imagen a la iglesia parroquial, encendiéndose por las calles que pasa diversas luminarias, denominadas “zajumériuh. En la plazuela de la iglesia, se queman los capazos aceiteros, colocados sobre unos palos ahorquillados. Antiguamente, según constata el etnógrafo e historiador José María Domínguez Moreno, “paletu” de pro, tenía lugar “La Velá”, en la que se representaba un auto sacramental versificado. Misa Mozárabe Al amanecer del día 4 de octubre, la jornada grande y señera de las fiestas, después que el tamborilero desgrana, a primeras horas de la mañana, la folía y el pasacalles de la Aurora y se han enramado las cruces del término y otra de madera y de gran tamaño que el Ayuntamiento coloca frente a la Casa de Concejo, se suceden otros actos religiosos al compás que las campanas repican llamando a misa. Se engalana “El Ramu” con cintas de colores, dulces, frutas y otros obsequios y se le procesiona hasta el templo parroquial.
Tal vez el acto litúrgico más emblemático y que se ha conservado en Ahigal como una auténtica y preciada reliquia sea la Misa Mozárabe, que únicamente se canta por un coro de potentes y vibrantes voces campesinas y varoniles en este día dedicado a homenajear al Cristo de los Remedios. Dentro de esta singular misa, cantada completamente en latín, a la hora del “Incarnatus”, tiene lugar el ritual de “La Cuelga de los Inocentes”, que tiene como objeto el librar a los niños de la hernia y de los demonios. Después de la misa, hay convite en la cooperativa del Cristo de los Remedios, bien regado por las estimadas pitarras locales. Y por la tarde, tiene lugar el Ofertorio en el atrio de la iglesia, donde se subastan las muchas ofrendas entregadas por los devotos. Finalmente, se traslada la imagen a su ermita, procediéndose al ritual de echar la bandera, bajo los sones del tamborilero. En el trayecto, vuelven a encenderse los “zajumériuh” y, en ocasiones, también se da fuego a otros capazos aceiteros.
Verbenas populares y otros actos profanos también suelen acompañar a estas fiestas, tenidas por los ahigaleños como las más señeras y de mayor tronío de todas cuantas conforman el ciclo anual y festivo de la localidad. Buenas fechas, dentro de este cromático y desbordante otoño, para que el viajero haga una parada en Ahigal y se reencuentre con antiguas liturgias y otros rituales que dieron razón de ser a la vieja comunidad agropastoril que se asentó en la horca que forman el río Alagón y la Rivera del Palomero.