El viajero que dirige sus pies por campos a pie de monte o por donde el teso ya se vuelve pizarrosa sierra, correteando el antiguo alfoz de la Villa y Tierra de Granadilla, debe hacer parada y fonda en el lugar de Ahigal. Hay etimologistas que afirman que los pueblos que llevan tal nombre, que no son más tres en España (Ahigal de los Aceiteros, Ahigal de Villarino y Ahigal a secas), tienen sus raíces etimológicas en el vocablo ‘la figal’, que viene a ser un fitónimo propio de la lengua astur-leonesa. De hecho, los tres pueblos citados (los dos primeros de la provincia de Salamanca, y el tercero, de la de Cáceres) pertenecieron al antiguo reino de León. El fitónimo citado hace mención a ‘la higuera’. En documentos, tanto de la Alta como de la Baja Edad Media, se citan a estos pueblos como ‘La Figal’. Todavía se rastrean topónimos, e incluso apellidos, en zonas asturianas o zamoranas, incrustadas en dicho reino de León, que hacen alusión a ‘Figares’, ‘Figalles’ o ‘La Figalina’. De ‘La Figal’ se pasó a ‘La Higal’, y así todavía siguen denominándola muchos paisanos entrados en edad: ‘Amus pa La Higal’ o ‘Vinimus de La Higal’. Una evolución no natural sino burocrática, descompuso el artículo, añadiendo la ‘a’ al propio topónimo y suprimiendo la ‘l’, degenerando el nombre en el apelativo que tiene hoy en día.
El viajero que, en esta ocasión va trotando por nuestra crónica, aunque es persona culta, debe aparcar los academicismos y detenerse ante el número 3 de la calle ‘Cantón’. Allí figura una placa, en la que se lee: ‘En homenaje a Don José María Domínguez Moreno, fundador de la Agrupación Cultural Amigos de Ahigal. Incansable investigador y divulgador de la historia, cultura y costumbres del pueblo de Ahigal. Creador del Certamen Internacional Poético Exaltación al Olivo’. Pues la cortinilla de esta placa fue corrida por las manos de María y Ana Domínguez Blázquez, hijas de José María Domínguez Moreno, el día 13 de abril de 2024. Pero la placa se queda corta, ya que glosar la vida y hechos de la persona a quien, en esa fecha, se le rindió un caluroso y cariñoso homenaje en el pueblo que le vio nacer, llevaría muchas páginas. ‘Josemari’, como así le conocíamos todo el mundo, lanzo el primer vagido el día 17 de abril de 1950, efemérides de San Acacio y San Aniceto, y cuando se conmemora el ‘Día Internacional de las Luchas Campesinas’. No podría haber sido mejor fecha, porque él fue un campesino más, sin serlo, al estar siempre metido, armado con su libreta, su lápiz y su grabadora, entre los encallecidos trabajadores del campo no solo de su pueblo, sino de otros muchos de la región extremeña. A la vez que les arrancaba todo el saber secular o milenario que atesoraban en sus cabezas, se mostraba solidario con sus desvelos y sus reivindicaciones. Habría que mover mucho la muñeca para rotular los numerosos títulos de sus publicaciones. Al menos, ciñó laureles cuando, por fin, el Consejo de Investigación de la Federación Extremeña de Folklore le otorgó el premio ‘García Matos-2022’. Lo tenía más que merecido. Aunque tarde, se hizo justicia.
YENDO Y VINIENDO
No paraba. Se pateó Extremadura de arriba abajo, pero también gran parte de la provincia salmantina. El pasado 23 de marzo le rindieron un homenaje numerosos vecinos de Alba de Tormes, en convocatoria realizada por la asociación ‘Ascua’, de la que fue el primer presidente, así como director de la revista ‘La Aceña’, convertida en la portavoz de tal asociación. Numerosos trabajos de investigación de campo, llevados a cabo por las geografías de la Tierra de Aba, dejan clara constancia de su estancia durante muchos años en esta comarca. Su mujer, Hortensia Blázquez, era de la localidad de Garcihernández, un pueblo adscrito a dicho territorio. Fue el promotor de las ‘Primeras Jornadas de Cultura Tradicional en Castilla-León’, que se llevaron a cabo en Alba de Tormes. Emprendió y llevó a buen fin el estudio y catalogación de todas las campanas de las poblaciones salmantinas situadas al este de la provincia.
Desde que terminó su carrera de Filosofía y Letras, cursada en la Universidad de Salamanca, anduvo yendo y viniendo de un lado a otro. Alternaba sus trabajos de investigación de campo con la exhumación de archivos civiles y eclesiásticos. El amor que derrochó sobre su pueblo, le llevó a poner en marcha la ‘Asociación Cultural Amigos de Ahigal’ en el año 1980. Sus iniciativas, a través de dicha asociación, fueron cuajando y convirtiendo a esta localidad en todo un referente sociocultural del norte cacereño: aparición de la revista ‘Ahigal’; creación del Certamen Poético Nacional de ‘Exaltación al Olivo’, que a partir de la próxima edición llevará su nombre; representación del ‘Auto de Navidad’; ‘Entierro de la Sardina’, en ‘La Plazuela’; renacer de la ‘Cofradía de la Vera Cruz’; su continua lucha por promocionar el folklore y otros aspectos de la Cultura Tradicional; su defensa a ultranza del patrimonio histórico-artístico y arqueológico; su meritoria la labor como guía en rutas culturales; sus conferencias y otro innumerable sinfín de actividades donde dejó el sudor de su abnegada y laboriosa entrega. Sentía, así mismo, emotiva atracción por el paisaje y el paisanaje de Las Hurdes, donde tenía buenas y grandes amistades. Había pasado un año de su juventud ejerciendo labores educativas en el Hogar-Escolar de Nuñomoral. Lo aprovechó al máximo. Sus trabajos sobre las investigaciones llevadas a cabo en esta comarca, inherentes a la arquitectura tradicional y sus costumbres y tradiciones, aparecieron en prestigiosas revistas, sobre todo en la ‘Revista de Folklore’, dirigida por el conocido etnomusicólogo e investigador zamorano Joaquín Díaz González. De hecho, tenía programadas una serie de conferencias en la emblemática villa de Urueña, donde se encuentra la prestigiosa ‘Fundación Joaquín Díaz’. La inesperada muerte lo truncó todo. José María, además, era miembro de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, desempeñando el papel de la ‘Vaca Dulia’ o ‘Vaca Cachana’ en el ‘Carnaval Jurdanu’, así como aquel otro papel de ‘Animeru’ y ‘Sacristán de la Jogará de las Ánimas’ en los rituales de ‘La Carvochá-Chicharrona’.
Yendo y viniendo. Sacando tiempo debajo de las piedras. Partiéndose el pecho y no dando el brazo a torcer cuando pensaba que la razón estaba de su parte. No tenía pelos en la lengua y le cantaba las cuarenta al más pintado. No se casaba con nadie, pero era amigo de todos. Siempre con el apoyo incondicional detrás, en estos últimos 20 años, de su compañera Justa Paniagua Cáceres, presidenta de la ‘Asociación Cultural Amigos de Ahigal’, encargada de sofrenar, con gran cariño, algunos de sus impulsos y reconducir ciertas salidas de vía. Nunca pidió nada a cambio. Su generosidad y altruismo descollaban en su trayectoria vital, así como su defensa de los más desvalidos y su crítica hacia los poderosos y otros caciquillos, tanto civiles como eclesiásticos, de duras chinostras.
NOS QUEDA SU MEMORIA
La vida presume de ostentar la corona del vitalismo; pero como les ocurre a todas las coronas tienden estas a oxidarse y empochecerse, porque carecen de legitimidad ganada a pulso. Ocurre esto cuando surgen personas que rivalizan con ella y le doblegan la muñeca al mostrar un vitalismo mayor. Entonces, despechada, la vida enseña el reverso de su cara, que es la muerte, y llama a esta para que venga a socorrerla. Acude con su herrumbrosa guadaña y, a traición, en la solitaria y plúmbea profundidad de la noche, siega de un tajo el cuello de la víctima. No es capaz de enfrentarse a ella cara a cara, a la luz del día. Siniestra, como siempre, se arrojó sobre el lecho donde dormía José María la noche del 14 del último diciembre. Nos despertó la mañana helándonos las sangres. Se nos fue y de alguna manera nos quedamos huérfanos. Él, José María Domínguez Moreno, ‘El Brujo’, como le llamábamos afectuosamente, había sido un buen maestro a seguir y un excelente consejero, un entrañable camarada y un valioso colega para filosofar y discutir sobre los misterios de esa vida que nos apuñala cuando menos lo esperamos. Se nos iba aureolado por la luz que dimana del pueblo pueblo, del pueblo Sancho, del pueblo Quijote, del pueblo de surco y terrón, del pueblo de pan, vino y tocino …
Se nos fue, pero nos queda su memoria. El viajero que contempla la placa oyó decir que no se puede vivir de los recuerdos, pero conoce muy bien lo que decía el escritor alemán Jean Paul: ‘El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados’. José María seguirá con nosotros, ya que necesitamos sus recuerdos, su memoria, para construir sobre ellos los sueños que él dejó inacabados. Séate la tierra leve.
En la imagen superior: José María Domíngez Moreno (barba blanca y gafas) con su “fiel escudero” y paisano, Justo Plata Paniagua, en un bar del pueblo de Ahigal. (Foto: “El Reetratista’)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en abril de 2024