Después de la última vuelta del viento, allí donde el otoño pierde su fresco sosiego, aparecerán las primeras vislumbres del sucesor. El invierno avisa de su llegada con sobrada antelación y por eso regala tiempo para disfrutar de la fiesta de los colores. Los tonos naranjas, ocres, marrones y rojizos adornan la suntuosa apostura de los árboles y de la verde pradería. Entre otros sentimientos, surge desbordada la exaltación de aquellos que equipados con una herramienta de pintar con sensor de píxeles, encuadran y eternizan imágenes que pueden parecer inspiradas en lienzos de Matisse, Van Gohg, Pissarro o Charles Le Roux. Son representaciones de la naturaleza que transforman la mente, inundándola de belleza y placidez, relajando los sentidos.
En estas fechas, se hace más que recomendable dar un largo paseo por el Parque Nacional de Monfragüe; más de 18 mil hectáreas de pura naturaleza que se encuentra muy cerca de la ciudad de Plasencia. Esta zona es una declarada y manifiesta Reserva de la Biosfera que se extiende a lo largo de las dos riberas del río Tajo, y en donde se protegen y anidan una gran cantidad de llamativas aves rapaces.
Justo antes de que llegue el invierno, el clima altera sistemáticamente el carácter de las personas. Parece que, al igual que la naturaleza, los humanos maduramos lo que venimos guardando el resto año para soltar y renovar la semilla de nuestras acciones. Casi todas las actitudes parecen encaminadas hacia la intuición y la reflexión.
Uno tiene la sensación de armonizarse al sintonizar con los ritmos del aire y la tierra, y cambiar o restablecer ciertos ciclos personales que se tornan maduros, casi sabios. Se acentúa la interiorización, se hace uno más receptivo al mismo tiempo que -también como la naturaleza- nos desprendemos de casi todo aquello que no nos es esencial. Y así surge ante el paisaje que nos contempla aquello que nos ilumina el rostro, la mirada feliz.
Publicado el 3 de noviembre de 2019
Texto y foto de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo