Es un placer detenerse a ver las aves cuando parecen disfrutar de su vuelo. Me atraen especialmente las rapaces, por la energía y poder que derrochan desde lo alto. Aunque debo confesar que sé poco, poquísimo de aves. Recuerdo que recién llegada a Plasencia comenté lo raras que me parecían las palomas de la catedral y alguien me dijo riendo que aquellos eran cernícalos y yo ni siquiera sabía que ese era el nombre de un pájaro.
Hace como un año mi hermano y mi cuñada hicieron un curso de ornitología y gracias a ellos he aprendido a reconocer algunas aves, muy pocas, porque salvo las elementales por aquí, cigüeñas, milanos, gorriones, golondrinas, rabilargos y los magníficos buitres de Monfragüe, mi memoria no retiene muchos nombres más. Sin embargo, hay un ave que vive en estas ciudades de clima templado y que me tiene atrapada, se trata del vencejo.
Aquí los conocen porque son pájaros comunes que se ven llegar a mediados de mayo y vuelven a irse en agosto. Lo que me atrae del vencejo es que casi toda su vida se la pasa volando, come volando, se aparea volando y hasta duerme volando. Su pico es ancho y corto y mientras vuela lo mantiene abierto y así puede atrapar los insectos de los que se alimenta. Hasta los materiales que necesita para construir sus nidos los toma del aire cuando estos se desplazan de un lado a otro. Solo cuando está criando a sus polluelos se posa en el nido que construye en los tejados más altos o en los riscos que rodean las ciudades.
Son criaturas monógamas y poéticas, que para dormir suben lo más alto posible, donde no alcanza la vista y desde allí se dejan caer mientras descansan. Su instinto y entrenamiento les indican cuándo están cerca del suelo y entonces vuelven a subir para dejarse caer de nuevo en los brazos de la noche, dejándose mecer por las corrientes. Cuando un vencejo cae al suelo por accidente, es frágil y desvalido, tanto que es casi imposible que pueda remontar el vuelo. Recomiendan que si encuentras uno y quieres ayudarlo lo subas a un lugar muy alto y desde allí lo sueltes para que retome su vida normal, volando.
La vida del vencejo es cautivadora, vivir volando, dormir volando, amar volando. Quiero pensar que algo fascinante hay en el vuelo, en las alturas, para que la morfología de estas aves se haya adaptado a esta clase de existencia. Ahora, cuando busco nidos de vencejos en los tejados altos de esta ciudad antigua y pienso en ellos me imagino una vida maravillosa, la vida del vencejo. Pero cuando piso tierra, pienso que la muerte también los atrapará al vuelo. Porque como todo lo que hacemos una y mil veces en la vida, volar, también cansa.
©Marian Castillo / Planveando Comunicaciones