Desde tiempo inmemorial, la nueva quinta siempre tomaba el relevo nada más iniciarse la Semana Santa. Alquilaban una casa, que convertían en centro de sus operaciones y de sus francachelas. Eran motejados como “loh quíntuh de la cabra”. Ya que solían comprar una cabra, que era sacrificada para abastecer su despensa cárnica. Hasta el año siguiente no serían “loh quíntuh del machu”, cuando paseaban un macho cabrío varios domingos antes de la festividad de San Blas, todo engalanado y, acompañados por el tamborilero y zamarreando sus panderetas de piel de perro, recorrían calles y tabernas.
Los nuevos tiempos no han dejado decaer la quinta, pero han cambiado formas y fondo. Los quintos continúan arrendando una vivienda para vivir en comunidad fraternal en esos días, por donde pasan la mayoría de los jóvenes y no tan jóvenes de la localidad, a fin de echar un trago y engrosar el bote. Ya no contratan a un tamborilero ni compran una cabra. Consumen música enlatada y adquieren en la tienda otras viandas.
Pero el Sábado de Resurrección, más conocido como “El Domingu de Páhcua”, se mantiene fiel a la costumbre: mucha cohetería, mucho cantar y bailar y opípara cena a la que son invitados sus padres. De madrugada, después de haber corrido la tuna, cuando ya no se barrunta ni un gato por las calles, acuden las “cantaórah” del Rosario de la Aurora. Ahora sí acude el tamborilero. Los quintos tienen que amenguar sus efluvios vaporosos y formar parte, disciplinados, del cortejo que, entonando cánticos que se pierden en la noche de los tiempos, se dirigen desde la iglesia parroquial a la ermita del Cristo de la Paz. Las voces antañonas van desgranando los cánticos que se pierden en el nebuloso túnel del tiempo:
“Allá arriba, en el “Monti Oliveti”,
rosa de alegría, rosa de pasión,
espinas quitaron a Cristo
la fiel golondrina y el fiel rusiseñor.
-Cristianos, venid,
cristianos, llegad,
a cantar el Rosario del Alba
con mucho fervor y mucha piedad (…)”
Con los primeros rayos del sol, los quintos despiertan de su ensimismamiento religioso y continúan la fiesta. Invitan a chocolate y dulces a todo el cortejo del Rosario de la Aurora y, bajo el son de la flauta y el tamboril, van recorriendo las calles y sacando a los vecinos de sus camas, a fin de que se vayan acicalando para asistir a la ceremonia religiosa de tan celebrada fecha.
Años atrás (la memoria casi se ha perdido), los quintos también cargaban con las andas de la procesión de “El Encuentru”, a media mañana del Domingo de Resurrección. Pero cuentan que, como las andas hacían algunas eses y se escuchaban voces y hasta chistes irreverentes, un cura demasiado ortodoxo y papista anatematizó a los mozos y los quintos dejaron de acudir a tal acto religioso.
Publicado el 16 de abril de 2017