Algo nos arde dentro del corazón -a los placentinos y a este foráneo- cuando se nos quema la naturaleza cercana; parajes distintivos de la belleza regional. Esa que se disfruta con la vista y limpia la respiración con el aire de la montaña. El mismo que motiva guapamente el ritmo del corazón, alegrándole y fortaleciéndolo. Hay unos paraísos extremeños que hoy y antes se inflaman e incineran muy malamente por la locura de algunos extraviados mentales.
Menos mal que seguimos yendo a la Sierra de Gata y a la Garganta de los Infiernos, porque aunque algo haya ardido queda mucho paraje para disfrutar. Afortunadamente, no desaparece el entorno y el paisaje, solo un espacio que se tiñe de negro y ceniza; unas tierras que volverán a florecer con la acción de la naturaleza y la ayuda de todos, de los buenos y no perturbados.
A uno le gusta el enardecimiento natural de la mujer placentina, la gustosa viveza que me provoca en el paladar la gastronomía regional y la calidez de la amistad que regalan muchos de sus habitantes. Todo es caliente, pero no es un ardor agresivo porque no daña ni abrasa, solo te acalora bien, lo justo.
Bueno es el incendio del amor, los rayos del sol que broncean el cuerpo, las llamas mesuradas de unas brasas para chuletada parrillera y la flama que transmiten las piedras del Enlosado y de la Catedral de Plasencia. Ese es el bueno y auténtico fuego extremeño.
Foto A. Trulls
Publicado en agosto de 2016