
A veces se hace con muchos ingredientes, los adecuados, y queda sabrosa. Otras, cuando no se está creativo, solo se le pone cebolla, algo de ajo y un chorro de vino blanco. La consecuencia es una sosería de salsa, una trágica forma de estropear una comida.
Empecemos de nuevo. El buen aliño, el que da sabor y enriquece al guiso, se fundamenta en los aderezos, que deberían ser diferentes y mesurados. Una buena base de lo clásico, una miaja de esto, otra brizna de aquello, unas gotas de algún componente exótico ya experimentado y a mezclar con el condumio a fuego muy lento, ligándolo todo, sin prisas, con mucho cariño. De esa forma se consigue un sabor profundo, de los que perduran e interesan al paladar. Pues bien, lo mismo pasa cuando el escritor se pone a cocinar su libro.
La novela es como un guiso bien sazonado que proporciona deleite y admiración para el gusto de la mente. En el caso de que al autor no se le dé bien el sofrito y no disponga de una buena materia prima, no habrá forma de digerir su historia, ni siquiera emplatada con una vistosa encuadernación.
Para comprobarlo, Plasencia nos pone la mesa. Nos sentaremos a ella para catar literatura del 4 al 8 de mayo. Son los días de la Feria del Libro placentina. Garantizan un buen sabor extremeño porque los cocineros de la región son buenos. Escritores que saben aderezar lo que cuentan, que enriquecen sus historias y versos con salsas ingeniosamente condimentadas. Vamos a saborear un espléndido banquete literario.
Texto y fotografía de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un foráneo
Publicado: 27 de abril de 2016