A orgullo tiene la localidad de Ahigal de mantener la única cofradía oficial existente en todo el arciprestazgo. El historiador José María Domínguez Moreno, hijo de dicho pueblo, refiere que esta cofradía de la Vera Cruz se remonta al año 1542. Sus miembros gastan el traje de mortaja, que era la indumentaria que, tradicionalmente, se les ponía cuando se les enterraba. Piensa este historiador que el clero local debería poner más de su parte para reavivar esta cofradía y no dejar que languidezca a pasos agigantados, pues es una importantísima reliquia cuaresmal, de gran valor religioso y etnográfico, del norte cacereño.
La Semana Santa se inicia en Ahigal el Viernes de Dolores, con el acostumbrado Sermón de la Pasión, que es el aldabonazo para que los fieles cumplan con la Pascua Florida. El Domingo de Ramos se atavía de procesión rameada, donde los asistentes marchan, con sus “vardáhcah” o “váhtigah” de olivo, desde la ermita del Cristo a la iglesia parroquial. Los pasos de La Flagelación (popularmente conocido como “el del Tío del Zurriago”), el Cristo de los Remedios y La Dolorosa integran la procesión del Jueves Santo, que se realiza por la tarde, después de la santa misa.
Hace unos años, tenía lugar el ritual del Encuentro en dicha tarde, pero por caprichos de un clérigo, según comentarios, se trasladó a la mañana del Viernes Santo.
Otro clérigo fue el que el año pasado eliminó del paso de la Flagelación al soldado romano y al judío que azotan a la imagen del Cristo amarrado a la columna. Años atrás, la cofradía subía en la noche del Jueves Santo a colocar una gran cruz de madera en el Calvario, que era retirada al siguiente día, también por la noche. Con la Hora Santa y la apertura del Monumento, donde hacen guardia los vecinos, se completan los actos religiosos de esta jornada.
Descendimiento
Se abre la mañana del Viernes Santo con el Viacrucis por las calles del pueblo. Salen los pasos del Nazareno, el Cristo y la Dolorosa. Por la tarde, después de celebrar los Oficios, da comienzo la procesión del Santo Entierro, sacándose al Cristo del Sepulcro. Tradición secular fue que, en esta misma tarde, la cofradía de la Vera Cruz realizara la función del Descendimiento, con el Cristo articulado. Pero no se saben las razones por las que se suprimió tan interesante y emotivo ritual hace unos años, restándose, así, prestancia a la Semana Santa ahigaleña. Por la noche, tiene lugar la procesión de La Soledad.
El Sábado Santo se lleva a cabo la Vigilia Pascual, repartiéndose el agua bendecida en la iglesia parroquial, que los vecinos la utilizan como remedio profiláctico. La procesión del tradicional Encuentro del Niño Jesús con la Virgen acontece el Domingo de Ramos. Anteriormente, se hacía al amanecer, cuando se producía el singular rito del “Choqui de loh Pendónih”, pero, últimamente, es a media mañana cuando se celebra. Quejas hay por la actitud de algún otro párroco, que ha eliminado a la imagen de la Virgen que siempre estaba presente en El Encuentro y la ha sustituido, arbitrariamente, por una Dolorosa de candelero, ataviada horriblemente con una capa blanca.
Ahigal, como dice irónicamente el historiador y antropólogo José María Domínguez Moreno, es de los escasos pueblos que van quedando como “reserva espiritual de Occidente”, dada su masiva asistencia a los actos religiosos de la Semana Santa, quedándose pequeña la iglesia parroquial para dar cabida a tantos feligreses.
Zarza de Granadilla
Aparte de Ahigal, también destaca, dentro de la comarca de Tierras de Granadilla, la procesión del Viernes Santo en la localidad de Zarza de Granadilla. A media mañana, sacan todos los pasos que hay en la iglesia parroquial, acompañados ordenadamente y de forma ceremoniosa por los muchos nazarenos y penitentes, con sus indumentarias de cucurucho, que existen en el lugar.
En el pueblo de Santibáñez el Bajo, aparte de sus viacrucis y procesiones, el Sábado de Resurrección está ligado a la fiesta de los quintos. Al dar las doce de la noche de este día, los quintos nuevos, que asistían, subidos a la tribuna, a los actos religiosos, se encargaban de repicar con fogosidad las campanas, anunciando que Cristo había resucitado. Luego, recorrían calles y plazuelas con gran algarabía, en compañía del tamborilero, haciendo explotar docenas de cohetes. No dormían en toda la noche y, de madrugada, levantaban a las quintas, a las madres, hermanas, amigas y otras vecinas, y todas ellas formaban cortejo para ir cantando el Rosario de la Aurora desde la puerta del templo parroquial a la de la ermita del Cristo. Con las claras del día, todas las asistentes eran invitadas por los quintos a tomar café, chocolate, dulces y licores en la “casa de la quinta”. Aún se mantiene gran parte de esta tradición, pero no con la pujanza de otros tiempos.
Publicado: 21 de marzo de 2016