Basta con que el viajero despliegue los correspondientes mapas topográficos de la provincia cacereña y se percatará de qué raro es el término municipal donde no hay algún topónimo que haga alusión a los “moros”, “moras” u otras voces articuladas de manera semejante.
En el punto más al norte de la provincia, se encuentra la alquería jurdana de Riomalo de Arriba, donde nos encontramos con una “Cueva de la Mora”, toda ella impregnada de enjundiosas leyendas. En el punto opuesto, abajo del todo, el pueblo de Almoharín ya lleva aparejado en su propio nombre la esencia de lo moruno. Por el extremo oeste, se encuentra Cedillo, donde la gente vieja habla de una “mora” que sale la mañana de San Juan. Y al lado contrario, al saliente, la población del Villar del Pedroso cuenta con la “Peña Rastraera”, en el berrocal de “Cabezaeza”, por la que, según algunos vecinos, ya se deslizaban los muchachos de unas “cabilas morunas”que se asentaban en sus inmediaciones.
Pero lo cierto es que esos moros que aparecen en los topónimos nada tienen que ver con el mundo de los musulmanes, en la mayor parte de los casos. Casi siempre responden a vestigios arqueológicos anteriores al siglo VIII, cuando se produjo la invasión mahometana de la Península Ibérica. Mi buen amigo y doctor en Filología Hispánica, José Antonio González Salgado, en su trabajo “Toponimia de la comarca de Trujillo”, afirma que “los topónimos que hacen referencia a “moros” parece demostrado que en realidad proceden de la raíz prerrománica “mor”, que tiene el significado de montón de piedras y que, por tanto, nada tiene que ver con los sarracenos”.
También pudiera ser que la palabreja en cuestión se entroncase con “mrvos”, un término céltico que significa “muerto” y “ser sobrenatural”. O con “mora” o “morga”, que es el nombre que le otorgaban a la diosa-madre esos celtois que dejaron mitológicas huellas por valles y por montañas, por algaidas y ribazos. Y es que seres mágicos y sobrenaturales dan vida a estos moros y moras en muchas historias recogidas de la tradición oral.
MORAS TERRIBLEMENTE BELLAS
El amigo José Antonio González nos ofrece sugestivos topónimos desparramados por la demarcación trujillana: “Charca del Moro”, “Cañá de la Mora”, “Arroyo del Moro”… Y en otras partes, como por Tierras de Granadilla, Sierra de Gata, El Ambroz o El Valle del Alagón, hay toda una pléyade de bellísimas moras que viven, desde épocas nebulosas, junto a las fuentes y otras corrientes de agua. En tales parajes, atusan sus largas y sedosas cabelleras con peines de plata, apenas asoman los primeros rayos del sol. Parecen emparentarse, también, con las Dianae, que venían a ser las ninfas o compañeras de la diosa Diana, y que en Asturias se las llaman “xanas”, “mozas de agua” en Cantabria, “mouras” en Galicia o “lamiak” en el País Vasco. Pero estas moras lo que tienen de bellas lo tienen de terribles y pobre del que las sorprenda peinándose en sus soledades.
Cuentan por otras villas y lugares que estos moros y moras van a dormir a las sepulturas excavadas en las rocas. Francisco López Muñoz, muy puesto en temas arqueológicos y gran fotógrafo, nos habla de “La Cerca de la Mora”, al norte de Huertas de Ánimas. Allí, junto al cordel que va hacia Aldea del Obispo, aparecen ocho tumbas antropomorfas, que pasan por ser “sepulcros de los moros”.
Así que el viajero ya queda apercibido de lo mucho que entrañan esos topónimos que mientan a los moros, pero que, en realidad, no lo son. Casi siempre, nada tienen que ver con gente norteafricana, con cuyo estereotipo vinculamos, hoy en día, el término moro. Y bien puede guardarse el curioso caminante de darse de bruces con alguna de esas bellísimas moras que salen, al amanecer, junto a fuentes y riachuelos. Ni por asomo se le ocurra tirarle los tejos, pues entonces tiene los minutos contados, como le ocurrió tristemente a aquel garrido pastor en el paraje de “La Peña de la Mora”, cerca de la alquería de La Aceña, en la comarca de Las Hurdes, donde todo un panel pizarroso muestra, grabada a cincel, toda una prehistórica y belicosa panoplia.