Aquí, en Plasencia, la alegría de lo cotidiano -en los casos de que se manifieste- se festeja con unas estupendas migas u otras diversas, apetitosas y especializadas tapas que acompañan a las cañas que se toman al filo del mediodía para algunos, o al corte de la tarde para otros.
Una costumbre inveterada en lo español e imperdonable en lo extremeño. Siempre procede cuando las personas gustan de encontrarse para comunicarse algo mientras se halagan el paladar.
Hace poco, vino un amigo de Madrid a visitar a este foráneo. Un hombre de sempiterno apetito y apreciable buen comer. Y comentó -entre asombrado y halagado- las bondades de esta costumbre hostelera mientras degustaba la diversa oferta tapera placentina que se renovaba constantemente vino a vino, caña a caña. Dijo desconocer algunas de las exquisiteces con las que nos obsequiaban, mientras se le alegraba el semblante tanto o más como el cielo de su boca.
Y es que aquí no se concibe la soledad del vino o la caña, ni se echa de menos el ambiente halagüeño que provoca la deliciosa compañía -además de la humana- de las excelentes muestras gastronómicas que la enriquecen. Para mí que esas ricas tapas extremeñas son la sonrisa de las cañas españolas.
Publicado: 20 de agosto de 2016
Texto y fotografía de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo