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Primera semana

Cuando esto escribo han transcurrido ocho días en los que ciudadanos, foráneos o no, cumplimos un estricto confinamiento en nuestras casas. Uno cree que no éramos demasiado conscientes de la que nos iba caer con las medidas que se preparaban para aliviar y protegernos de la, entonces solo intuida, pandemia. El sábado 14 de marzo, antes de la declaración de alarma en nuestro país,  me encontraba sólo en un establecimiento hostelero con la prensa y el aperitivo cuando entró un agente de la autoridad municipal. Habló con el dueño y cuando se fue, Mariano (el jefe) se acercó con una expresión indefinible, como una mezcla de sentimientos de incredulidad, temor y malos presagios. Me han dicho que debo desmontar la terraza inmediatamente, me dijo casi sin mirarme y caminando hacia el otro extremo de la barra cabizbajo, parecía que le hubieran comunicado una desgracia familiar. Desgraciadamente, esa calamidad se hizo decreto nacional para todos al día siguiente.

Los primeros dos días en casa el móvil se recalentaba recibiendo más que abundantes guasaps y algún que otro correo electrónico. Todos o casi, cuestionaban el próximo quehacer y el qué no hacer con la nueva existencia que se nos presentaba. La reacción general fue triste y en muchos casos atemorizada.

Underground Plasencia

Mediada la semana, el ciudadano español reaccionó como tal. Memes, chistes, mensajes con humor y por las tardes aplausos. Salgo al súper y a basura. En la plaza un agente sólo, enmascarado y enguantado; nos saludamos e intuí (imposible verle el gesto) que no había sonrisa como otras veces, pero sí un ceño algo fruncido. Creo que el ‘buenas tardes’ que nos dimos fue algo alicaído, sonaba a hueco mientras que la campanada del Mayorga inmunizado produjo un eco trágico al reverberar bajo los arcos del Ayuntamiento.

Pasan las horas, algunos pocos días, no pasa nada, uno está acostumbrado a la soledad aquí y en otros países. Fueron años de trabajar fuera viviendo solo. Ahora, leo, escribo, veo pelis en una plataforma digital de cine, algún informativo desolador; apago la tele, escucho jazz y blues en el equipo de sonido y empiezo a notar que las piernas me pesan porque no camino. Hay que enmendar esto, pensé.

El apartamento es pequeño, no necesitaba más cuando lo alquilé. Creatividad, imaginación. Despejé una silla, aparté la tele, arrinconé un pequeño sillón y conseguí trazar una ruta. No es demasiado extensa, pero repitiendo pasos a ritmo de marcha me serviría para desentumecerme y hacer ejercicio. Catorce pasos del borde de la cama hasta la ventana, atravesando la pequeña parte de la entrada. Veintiocho metros ida y vuelta. Pongo música marchosa, esta vez de rock y country movidito. Empecé por media hora diaria. Hoy ya aguanto tres cuartos de hora. Me siento mejor, pero me lamento de que a otros no les favorezca la situación. Me acuerdo de los míos, están bien. Aplaudo.

Publicado el 24 de marzo de 2020

Texto de de Alfonso Trulls para su columna Impresiones de un Foráneo

Azulejos ROMU Plasencia

 

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