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Con la mochila al hombro: Rutas Intrahistóricas y Heterodoxas: “EL Golfran” (VII-II)

Dejamos al trotacaminos tomando el sol junto a la ‘Peña del Berruecu’.  Siempre se agradece la raza del astro rey cuando enero se llena de carámbanos y nieblas.  Enhiesto bloque granítico, que alcanzó la catalogación de ‘sacra saxa’ (peña sagrada), sin que sepan sus secretos nada más que el trotacaminos y, quizás, habrá que parar de contar.  Los ritos, que por fuerza debieron cristalizarse en torno a ella, hará ya muchas generaciones que se difuminaron.  Los campesinos del entorno la consideran un canchal más.  Algunos que pastorearon ganados en sus alrededores, que oyeron, de pequeños, contar intrigantes leyendas, en noches invernales, junto al fuego, siendo mozos y de ágiles piernas, treparon como dios o el diablo les dio a entender, colocando sus albarcas en las entalladuras, ya desgastadas por la erosión de los años, y se encaramaron en la cima.  Si hay una poceta, laboreada por la mano humana, de la que parten varios canalillos, en la misma cúspide rocosa, que tiende a aplanarse, nos llevan las descripciones realizadas por esos pastores a considerarla, con todos los honores, una ‘sacra saxa’Lugareños, como Daniel Santos Moreno, al que le decían ‘Ti Daniel Ferré’ o el ‘Hombri del tiempu’ (sus pronósticos acertaban más que los de los meteorólogos de la ‘caja tonta’), y Benito Díaz Gutiérrez, más conocido por Ti Benitu Jaca’, nos contaban el día de las fiestas del Cristo, mientras se subastaban los productos del ‘Ofretoriu’, sus escaladas por el majestuoso peñasco.

La “Peña del Berruecu”; una “sacra saxa” (peña sagrada), que, seguramente, fue venerada en épocas prehistóricas. (Foto: F.B.G.)

La ‘Peña del Berruecu’ se erigía en todo un hito que marcaba las fronteras, al poniente, del granito de dos micas orientado y grano medio, asociadas a filones de cuarzo, que mostraban longitudinales bandeados.  En esa zona penillana, que comienza a bascularse hacia la brecha de la ‘Rivera del Broncu’, donde proliferan las marmitas de gigante, y que lugareños las denominan ‘ollas’ y ‘tinajas’, se extendía un hermoso prado de ‘Ti Elías Montero Jiménez’, que heredó el mote paterno de ‘Guajira’, y, más tarde, se le bautizó como ‘Ti Elías el del cini’.  Por algo fue el primer vecino que montó un cine en el pueblo.  Tenía rotulado, en su fachada, con letras grandes: ‘Cine Montero’.  Me escalan recuerdos de mis infancias y adolescencias, galopándome espinazo arriba.  Allí, en aquel prado, Moisés Montero Basquero, hijo de ‘Ti Elías’, y este trotacaminos, a lomos de dos burros ‘pelirrucius’ o ‘cardenus’, provistos de largas cañas al modo de lanzas, ejecutábamos torneos, como si fuésemos caballeros medievales.  Fotogramas del cine nos llevaron a hacer realidad lo que no eran, en sí, sanguinarias justas, sino simples torneos borriqueños.  Algún refregón que otros, alguna ‘pitera’ (brecha en el cuero cabelludo, no muy aparatosa) y alguna caída sin mayor quebranto de los borriquillos.  La tribu, que nos había amamantado con sus pechos comunalistas, adiestrados nos tenía para sortear los percances que nos surgieran en la lucha por la vida.  Conocíamos un montón de hierbas para atajar la hemorragia en caso de heridas sangrantes o para aliviar los ‘negralis’ o ‘machutonis’ (esquimosis), o cómo extraer el cerumen de las orejas de los burros y aplicarlo sobre picaduras de especies ponzoñosas.  También se extraía el veneno colocando la cloaca de una rana sobre el área de la piel que recibió el aguijonazo.  Incluso si la picadura era de avispa, tábano o abeja, bastaba con orinar en el suelo, hacer una pequeña cataplasma de barro y colocarla sobre la zona afectada.  En pocos minutos, bajaba la inflamación y se calmaba el dolor.  Por suerte, tuvimos una tribu que supo educarnos.  Hoy en día, ¿cuántos chavales conocen estos remedios de la antigua etnomedicina?  Prácticamente, ninguno.  

Los paisanos “Ti” Daniel Santos Moreno (“Ti Daniel Ferré) y “Ti Benito Díaz Gutiérrez (“Ti Benitu Jaca”), que subieron más de una vez a lo alto de la “Peña del Berruecu” y nos relataron las leyendas que se contaban sobre ella. Fiestas del Cristo, 2007. (Foto: F.B.G.).

Intrahistoria del ‘Golfran’

Ciertamente, como dijimos en el capítulo anterior, los años 40 del pasado siglo, conocidos como los ‘Años del hambre’, fueron más llevaderos en aquellas zonas de España donde los vecinos sacaron algunos dinerillos con la artesanal extracción de la wolframita, que los lugareños de estos pueblos llamaban el ‘golfran’. Costaba sudores y lágrimas salir adelante después de aquella guerra que los obispos españoles, con el brazo levantado, imitando el saludo fascista, llamaron ‘Nueva Cruzada Española’. Macabra ironía, pues en las filas de los sublevados, a los que ellos apoyaban, se contaban más de 100.000 musulmanes mercenarios, reclutados en Marruecos por los generales africanistas. Verdaderas penalidades sin cuento en una España arrasada por aquella guerra y el régimen genocida que salió vencedor de la misma, y al que hoy, desgraciadamente, todo un descarriado batallón de indocumentados y de abducidos por los bulos, estadísticas y documentos sin soporte bibliográfico que corren por las redes sociales, pretenden blanquear, reescribiendo la Historia.  No es extraño en estos tiempos de la posverdad y de las ‘fake news’.  Ya se sabe: ‘a río revuelto, ganancia de pescadores’.

Leandro García Rodríguez, que fue primer teniente de alcalde en la corporación municipal del Frente Popular.  Comerció con el “golfran” y le honra, en su historial, el haber sido enlace de la guerrilla antifranquista, que luchaba contra la dictadura implantada en España a raíz de la guerra civil o de sedición. (Foto: cedida por su nieto Leandro García Hernández).

Había que surtir con suficiencia las demandas de los alemanes, enzarzados en la II Guerra Mundial.  El régimen naZi no se cansaba de pedir toneladas y más toneladas de wolframita, de vital importancia para su armamento acorazado.  De alguna manera, el Gobierno franquista tenía que pagar los 600 aviones, artillería de campaña, munición y los 10.000 efectivos de tropa enviados por los alemanes y que ayudaron a ganar la guerra del 36. La abundancia del ‘golfram’, como decían los paisanos, en el sector granítico de estas tierras norteñas de Extremadura, emplearon mucha mano de obra, sin capataces ni amos, y aliviaron las necesidades. Se abrían trincheras, socavones, hoyos, fosas… en las pequeñas fincas, guiados tan solo por el olfato de un campesinado que jamás soñó que algunas de las piedras que conformaban las paredes de sus heredades o que lanzaban a los ganados en sus cotidianos manejos, estuviesen conformadas por ese negro y brillante mineral.  Su misión era extraerlo, lavarlo y llevarlo a la llamada ‘Caseta de las minas’: edificio levantado, en aquellos años 40, en el paraje de ‘Las Piedras Llanas’, dentro de un huerto del vecino Modesto Esteban García, más conocido por ‘Ti Modesto Mariquita’.  Este apodo, en otros tiempos, era usado como un diminutivo del nombre de María.  Sobrenombre familiar, heredado de alguna abuela o trastarabuela que fue conocida por ‘Mariquita’. Modesto Esteban nació el 15 de junio de 1888 y se fue para no volver el día de 20 de febrero de 1960, cuando el pueblo festejaba a San Sebastián.  Los compradores del ‘golfran’ pusieron como encargado, al frente de ella, a Guillermo Rodríguez Mateo, natural del pueblo de Hernán Pérez y que, al abultar poco físicamente, le llamaban ‘Ti Guillermín’, aunque en esta población, perteneciente a la comarca cacereña de Sierra de Gata, se utilizara como tratamiento afectivo el ‘tío/tía’ en vez del ‘ti’, dirigido a las personas mayores (los datos sobre Guillermo nos lo proporcionó nuestro buen amigo Pablo Iglesias Ordóñez, actual alcalde de Hernán Pérez).

Un servidor a lomos de una burra. De pie, sobre la albarda, el amigo Moisés Montero Basquero. En el paraje de “La Regaera del Lagal de la Juenti”. Ambos, como se narra en el texto, éramos, en nuestras adolescencias, “caballeros medievales” que, montados sobre dos jumentos, empuñando largas cañas, celebrábamos torneos a todo galope en las inmediacione de la “Peña del Berruecu”. ¡Tiempos aquellos…! (Foto: “Una vecina que pasaba por allí”)

Encausados

Aparte de la wolframita recogida en tal caseta, también la compraba por su cuenta otro vecino: Leandro García Rodríguez, al que todos le nombraban como ‘Ti Leandru Botón’ (¿se libraba acaso algún vecino de llevar un mote a cuestas?). Leandro era hijo de José García de la Cruz, natural de aquel otro pueblo cacereño de Cabezabellosa, y de Rafaela Rodríguez Calvo, auténtica ‘cotorina’ o santibañeja (Santibáñez el Bajo, antes que la horripilante burocracia administrativa le colocara el anodino y despersonalizado nombre que porta en la actualidad, se llamó Santibáñez Cotorino). Leandro fue primer teniente de alcalde del Ayuntamiento cuando el Frente Popular ganó las elecciones municipales (febrero, 1936). Se libró por tablas de que lo engatillaran los verdugos de las ‘escuadras negras’.  El ‘golfran’ que recogía se lo vendía a unos vecinos del pueblo salmantino de Cespedosa de Tormes, que venían a por el con una camioneta. Le entregaba Leandro cartuchos de dinamita a los paisanos para dar la pega y reventar los canchales berroqueños. Luego, cuando entregaban el mineral y se hacían los pagos, se les descontaba el valor de los cartuchos. 

Escombreras de las minas de wolframita entre los parajes de “La Floría” y “El Becerril”. (Foto. F.B.G.)

La ‘Peña del Berruecu’ y el paraje de ‘Las Talavanas’ señalaban el límite meridional de aquellas explotaciones mineras que, si bien eran toleradas por los poderes públicos, servidores perrunos de la dictadura, también acarreó algunos sustos. Exhumando los archivos municipales del Ayuntamiento de Santibáñez el Bajo, observamos que, en la sesión ordinaria celebrada por la corporación municipal el 15 de junio de 1943, se relata que se comisionó al concejal Teófilo Montero Montero para la conducción a la capital de la provincia a cuatro vecinos detenidos por ‘los trabajos clandestinos en las minas de wolfran’. Presidía, en aquel entonces, la corporación Juan Montero Sánchez, conocido por ‘Ti Juan el de las Perras’. Los detenidos fueron los vecinos: Hermenegildo Martín González, al que se conocía por ‘Ti Meregildu el Mancu’; Petronilo Jiménez Rodríguez, que cargaba con el sobrenombre de ‘El Peceru’’; Víctor Retortillo Jiménez, apodado ‘Manteca’ y Petronilo Sánchez Martín, de la familia de ‘Los Zorritas’.     

Cierto domingo, pasando el tiempo, liados con los vinos dominicales, con muchas estrellas en el cielo, emparejé con el concejal que fue custodiándolos hasta la capital cacereña.  Teófilo Montero estaba ya jubilado y peinaba muchas canas.  En el pueblo, respondía a ‘Ti Tiófilu el Repelú’.  Le abordé y le pregunté por aquellos hechos.  Más o menos, me respondió lo siguiente: ‘Los probis no tenían culpa de na.  Estaba más de la metá del puebru detrás del golfran.  Había mucha jambri al acabal la guerra y aquellu del golfran tapó argunus buracus.  La Guardia Cevil jadía la vista gorda; se lo tendrían ansí ordenau, y la genti siguia con el picu y la pala.  Peru, ¡veluí!, siempri los hay que son peoris que la lichona de Mueas, que tenía el calderu del berbaju en los jocicus y el verracu encima, y entoavía estaba gruñendu.  Pol esu vinu la denuncia, que hay genti gorda, jurriñas y jambrinas, que ni comin ni dejan comel.  Los cuatru eran paisanus y amigus mius y tuvi que conducil-lus en el tren a Caçris, custodiaus pol la pareja de la Guardia Cevil’.  

Hermenegildo Martín González, más copnocido por “Ti Meregildu el mancu”, uno de los encausados por el supuesto tráfico del “golfran” con la partida de la guerrilla antifranquista, más conocida como el “maquis”, en 1943. Fue absuelto al no haber pruebas.  En la foto, en compañía de su mujer, Evarista Retortillo Jiménez.  (Foto: cedida por su hijo Antonio Martín  Retortillo)
Teófilo Montero Montero, “El Repelú”, concejal del Ayuntamiento en 1943, encargado de custodiar, junto con la pareja de la Guardia Civil, a cuatro paisanos encausados en el tema del “golfran”.  (Foto:  Archivos F.B.G.)

Nuestras investigaciones de campo nos llevaron a ciertos trapicheos con la wolframita.  Todo el norte cacereño, más comarcas limítrofes de Salamanca, de geomorfología granítica, se habían convertido en tales años en una especie de Casablanca, donde los apaños conspiranoicos estaban a la orden del día.  No solo eran alemanes, ingleses y otros agentes internacionales involucrados en la tragedia de la II Guerra Mundial los que se movían por la zona.  También la guerrilla antifranquista o ‘maquis’ aprovechó sus enlaces, que eran más de los que se creía, para sacar tajada y financiar su legítima lucha contra el régimen dictatorial de Franco.  Adquirían wolframita y, luego, la revendían en el mercado negro.  Hermenegildo Martín, uno de los encausados, con el que hablé muchas veces, me vino a descubrir, a la postre, cuando la democracia había desenredado las lenguas y despejado los caminos, que algo de verdad hubo en ello. Todos los cuatro habían pertenecido a la ‘Casa del Pueblo’, pero, en realidad, el enlace con la guerrilla antifranquista era Leandro García Rodríguez, el que había sido primer teniente de alcalde en la corporación de un Ayuntamiento con mayoría aplastante del Frente Popular. ‘Tantu él -afirmaba Hermenegildo-, cumu otrus dos o tres en el pueblu, juerun enlacis polque se sintían repubricanus de corazón.  Gracias puedin dal que no les golierun el rastru’. Incluso los que le recogían el mineral que él almacenaba, procedentes de Cespedosa de los Agadones, también eran enlaces.  Nunca fueron descubiertos. Hermenegildo refería que los cuatro detenidos no soltaron prenda, pese a las amenazas y amagos de fusilamiento. Los soltaron por falta de pruebas. 

Al trotacaminos, que observa minuciosamente las huellas de las explotaciones mineras, que, poco a poco, se van colmatando y llenando de monte bajo, le parece muy oportuno dar a conocer la intrahistoria de estos hechos que son parte de la Historia (con mayúsculas), aunque no vengan ni en los libros gordos ni en los flacos.  Bien podrían ser aprovechados estos vestigios, que se han convertido en arqueología de los tiempos contemporáneos, en recursos que revertieran en el desarrollo sostenible, con fines claramente históricos y turísticos, de estos pueblos.  Pero para ello se necesita que, en nuestros Ayuntamientos, haya gente que tenga grabado a fuego en sus mentes aquel lema del ‘La imaginación al poder’, hijo legítimo del contestatario ‘Mayo del 68’.  El trotacaminos no peca de agorero y bien cree que, antes que después, sus sueños irán cristalizando.

Foto superior: “Caseta de las minas”, entre el paraje de “Las Piedras Llanas” y “El Berruecu Tamoju”.  Al frente de ella, se encontraba un vecino del pueblo de Hernán Pérez, al que le decían “Ti Guillermín”.  (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado en noviembre de 2025

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