La Fiesta de la Hispanidad es un encuentro de culturas y es, especialmente, una fiesta del idioma, de un idioma en común que permite comunicarnos a más de 400 millones de personas desde la Tierra del Fuego hasta los pueblos más pequeños de la meseta castellana. La fiesta de una cultura en común que ha crecido abonada con los aportes que de uno y otro lado se han ido inoculando en este enorme territorio al que un grueso hilo de Historia unió a finales de siglo XV. Un proceso tan complejo que sigue retroalimentándose en la actualidad con las oleadas de personas que se mueven de uno a otro lado del océano aportando costumbres, voces, alimentos y saberes.
Viajes de ida y vuelta
De Extremadura se calcula que partieron más de 30000 aventureros que buscaban en tierra americana el bienestar que la suya no ofrecía. Corría el siglo XVI y esa peligrosa expedición contaba con los apoyos más estimables de la época, la Corona y la Iglesia. Con empeño, ilusión, ambición y certeza de hacer lo que debía, personajes como Francisco Pizarro salieron desde Trujillo para conquistar al Imperio Inca. Más adelante, su hija, Francisca Pizarro Yupanqui, se convertiría en la primera noble mestiza en todo este compendio de enlaces de la época. Hernán Cortés, que había nacido en Medellín marchó a América y allí lideró la conquista del Imperio Azteca.
Por su parte, Vasco Núñez de Balboa, de Jerez de los Caballeros, cruzó el océano y luego el istmo de Panamá para lanzar la idea de que aquello que se abría ante sus ojos no eran las indias sino un nuevo continente. El nombre de este conquistador aún se repite diariamente en Panamá, porque Balboa da nombre a su moneda.
El capitán Diego García Paredes fundó en Los Andes venezolanos la ciudad de Trujillo, legando así el nombre de su tierra natal a un pedazo de tierra rodeada por la altísima cordillera que es columna vertebral de la América del Sur. Otro Trujillo quedó para siempre sembrado en América, Trujillo en Perú, que es actualmente una gran ciudad que fue fundada por Diego de Almagro en 1535.
De la mano de conquistadores como Pedro de Valdivia llegó Inés de Suárez (Plasencia, 1507) a Santiago de Chile, fue la primera mujer española que pisó aquel territorio, destacó en la defensa de la naciente ciudad que en ese entonces se llamaba Santiago de Nueva Extremadura.
De La Garrovilla, en Badajoz, salió el capitán Alonso de Mendoza, cruzó el océano y subió montañas hasta fundar en 1548, la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, capital de Bolivia, la ciudad más alta del mundo.
Dos Méridas en América comparten nombre con la Mérida Extremeña, la primera en México que recibió ese nombre porque se construyó sobre las ruinas de una antigua ciudad maya, que recordaba a aquellos aventureros llenos de nostalgias las ruinas romanas de la ciudad extremeña. En Venezuela, bajo las cumbres nevadas de Los Andes se extiende Santiago de los Caballeros de Mérida, fundada en 1558 por el capitán Juan Rodríguez Suárez, quien usó el nombre de su ciudad natal.
En 1520, Medellín en México fue fundada por Gonzalo de Sandoval, nacido en la Medellín extremeña y bajo las órdenes de Hernán Cortés. Otra Medellín, una pujante ciudad colombiana que se expande en el centro de ese enorme país, fue fundada como Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín en 1675.
La fe que cruza océanos y se rehace
En esa medialuna que dibujan las islas caribeñas encontramos Guadalupe, bautizada por el mismo Cristóbal Colón en 1493 con el nombre de la patrona de Extremadura. Guadalupe da nombre también a la venerada Virgen de los mexicanos, una aparición mariana que le sucedió a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, primer santo indígena de América.
En Hispanoamérica, la religión católica vive un sincretismo entre la fe llevada por los españoles, las creencias indígenas y los aportes de los esclavos africanos. Lo que hace una amalgama cultural única y de gran interés.
Santa Rosa de Lima, también ligada estrechamente a Extremadura, pues su padre Gaspar Flores había nacido en Baños de Montemayor, fue la primera persona nacida en América en recibir el reconocimiento de santidad de la Iglesia católica.
De nuestros platos tradicionales de la otra orilla
Nos cuesta pensar en los platos que servimos en nuestras mesas sin incluir patatas o tomates, productos que llegaron desde el nuevo continente para transformar definitivamente nuestra cultura gastronómica. El maíz vino a engordar el ganado y a meterse en nuestras ensaladas, el cacao para endulzarnos las tardes y los churros, y el pimiento para colarse en todos nuestros guisos. Y así, día a día, aumentamos nuestro paladar incorporando sabores que una vez fueron extraños, la piña, el aguacate, el boniato y el mango son ya parte de nuestro dominio culinario, sin embargo, ninguno de ellos es originario de España.
De las voces que nos convocan
Voces y acentos que se entremezclan crean una nueva sonoridad en este idioma común que crece, se amplía, se reinventa. No solo tomamos neologismos del inglés, sino que las oleadas de migrantes que llegan a tierras extremeñas traen consigo vocablos, dichos, sentencias y voces que van introduciéndose en el habla cotidiana, formando una amalgama viva, que crece y se retroalimenta.
Ese grueso hilo de Historia que unió Extremadura con Hispanoamérica sigue estirándose y encogiéndose con el devenir de los años, de aquí para allá y de aquella orilla a esta, la cultura que nos une supera con creces las diferencias. Un pasado y un idioma en común al que debemos acudir para encontrar fortalezas y compartirlas.
Foto superior: Palacio Chaves Calderón en Trujillo, una muestra de ingeniería del Siglo XVI con puerta y ventana en esquina
Publicado en octubre de 2025
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