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Madrid, 1945

El periódico El Confidencial publicó hace un par de semanas una entrevista a Andrés Trapiello con un titular como poco llamativo: “En Madrid, hasta lo feo acaba siendo bonito”. Comencé a leerla pensando en que pudiera contar algo interesante acerca del libro del que quiero hablarles hoy, Me piden que regrese, pero lo hice, lo reconozco, con cierta desconfianza, pues no es raro que los periodistas saquen frases sugerentes de contexto y las lleven por la fuerza hasta el titular para atrapar la atención de los lectores. Sin embargo, al leerla me di cuenta de que no era el caso, de que no había trampa ni cartón y de que el titular resumía bien la entrevista y el amor ―porque creo que no es exagerado hablar de amor― que el escritor siente por su ciudad de adopción, Madrid, de la que, en un momento dado, dice que “es una ciudad que no se deja resumir. No tiene monumentos. Su icono es el edificio Carrión. Y un templo egipcio. No tiene skyline. Pero si esperas ―y aquí viene el titular―, hasta lo feo se vuelve bonito”. Una ciudad, pues, que ama y a la que se siente agradecido, porque, además, utilizando un adverbio del que abusa hoy la gente joven, le hizo literalmente escritor, no en vano comenzó, como en más de una ocasión ha contado, vendiendo libros por sus calles y sus casas a mediados de los años setenta, para pasar, en el tránsito a la democracia, a trabajar en el programa de TVE “Encuentros con las Letras” y, ya en los ochenta, a poner en marcha distintas empresas culturales ―entre ellas la editorial Trieste, que refunda y codirige varios años― mientras comenzaba a publicar libros, primero poesía, luego novela, casi al mismo tiempo, los diarios que integran la que quizá sea su gran obra, Salón de pasos perdidos, y, a partir sobre todo de los noventa, ensayo. Madrid de los setenta, de los ochenta y de los noventa, pero también del siglo diecinueve, la posguerra o el nuevo milenio que el autor ―“el mejor memorialista que tiene el país”, según Félix de Azúa― conoce a fondo y en el que ha ambientado novelas como La malandanza (1996), Madrid 1945. La noche de los Cuatro Caminos (2001), Los amigos del crimen perfecto, con la que ganó en 2003 el Premio Nadal, o los ensayos El Rastro (2018) o el titulado, sencillamente, Madrid (2020), con el que ganó en 2021 el premio Las librerías recomiendan en la categoría de mejor libro de no ficción.

Si comienzo hablando con tanta insistencia de Madrid y de la relación que este escritor ―leonés de origen y extremeño por decisión― tiene con esa ciudad, es porque, como bien dice Abraham Rivera, el autor de la entrevista a la que me he venido refiriendo, “Trapiello no solo retrata la ciudad, sino que la vive, la pasea y piensa en torno a ella, convirtiéndola en personaje y escenario de sus reflexiones” y porque, en ese sentido, yo diría que, una vez más, Madrid es el gran personaje de Me piden que regrese, incluso por encima de sus atractivos protagonistas, del audaz y esquivo Benjamin Smith y de la provocadora e inteligente Sol Neville. Un Madrid, por cierto, que se aparta, en buena medida, de la imagen que tenemos de la España de esos años, del recuerdo de esos años del hambre que nuestros abuelos sacaban a relucir cuando éramos pequeños y no queríamos comernos los garbanzos, porque, junto a la miseria y la opresión ―que también aparecen retratadas en el libro―, y diría que en contraste con ellas, Trapiello nos muestra un Madrid glamuroso, el Madrid de los vencedores, que han recuperado el poder y la seguridad y se dedican a disfrutarlo como forma de exorcizar los malos recuerdos de la guerra y la República.

Así, de capítulo en capítulo, vamos asistiendo a bailes en el Pasapoga, a suntuosas puestas de largo en el Palace, al elegante ambiente del Embassy o a sofisticadas fiestas en embajadas, lugares por los que aún asoman de cuando en cuando agentes alemanes que hacen sus últimas rondas por Madrid, en ese momento en el que están a punto de perder la guerra y en el que los aliados, sobre todo los Estados Unidos, toman posiciones pensando en la Unión Soviética y en el avance del comunismo, que es el marco geoestratégico en el que se desenvuelve la trama, pues el protagonista de la novela, Benjamin Smith, es, en realidad, Benjamín Buenaventura Cortés Cortés, un antiguo tipógrafo madrileño socialista al que, después de haber huido tras la represión de 1934 desencantado con la República y con su país y de haber recalado en los Estados Unidos, le piden que regrese ―de ahí el título del libro― para participar en una trama secreta encaminada a apartar ―digamos― a un jerarca del régimen, el coronel Alfonso López Peñaflor, al que consideran una mala influencia sobre Franco, una influencia, al menos, contraria a los intereses norteamericanos, ocasión que el personaje aprovechará para reencontrarse con su pasado y tratar de cerrar viejas heridas.

Nada más voy a contar de la trama, para no destriparles la novela, pero sí les diré que transcurre a caballo entre la acción, la intriga y el costumbrismo y que en ella juega un importante papel el arte de la falsificación, un arte sobre el que, en uno de los diálogos del libro, el protagonista, Benjamin Smith, dice que “he visto a veces más verdad en una réplica que en muchas obras originales, y a falsificadores más interesantes que muchos que van de auténticos. El verdadero falsificador ha de ser un creador, no un copista. Darles una ilusión que no hace daño a la verdad y reencantar al mundo, lo mismo que hace un mago”, una cita que traigo a colación porque pienso que es algo que puede afirmarse también sobre el arte de la ficción y porque me permite hablarles del gran pilar sobre el que se sustentan la trama, los personajes o el magnífico retrato del Madrid de los años cuarenta que contiene este libro, el lenguaje, la excelente, suculenta prosa de Andrés Trapiello, aderezada con un cierto descreimiento, con una cierta distancia crítica, con un humor unas veces latente y otras descarado, unas veces feliz y otras amargo, y que es, sin duda, la razón por la que ha sido calificado tantas veces de cervantino, calificativo por el que debe de estar muy orgulloso, pues, supongo que no por casualidad, a lo largo de su carrera ha dedicado a Cervantes y a sus personajes ensayos como Las vidas de Miguel de Cervantes (1993) o las novelas Al morir don Quijote (2004) y El final de Sancho Panza y otras suertes (2014), además de adaptar con lealtad Don Quijote de la Mancha al castellano de nuestros días.

Autor, en definitiva, cervantino, de una prosa rica, que se saborea, de esas con las que te entran ganas de escribir, con la que es capaz ―parafraseando a su propio personaje― de construir ilusiones que no hacen daño a la verdad y reencantan al mundo, de encandilarnos con su habilidad como mago de las palabras, lo que hace de él, Andrés Trapiello, un magnífico creador y de sus libros, en general, y de este Me piden que regrese en particular, una ocasión extraordinaria, que no deberían perderse, para encontrarse con la Literatura.

Me piden que regrese

Andrés Trapiello

Editorial Destino

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