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Otra cosa no queda

La historia de la bandera extremeña arranca en los albores de la democracia, y tuvo su puesta de largo el 27 de febrero de 1977 cuando se presentó por primera vez a los medios de comunicación. He consultado varias fuentes y todas coinciden en que su autor fue Martín Rodríguez Contreras, abogado de Oliva de la Frontera. Los colores de la bandera son, además, un homenaje a la historia medieval de la región. Verde, color de la Orden de Alcántara; blanca, por ser el color del pendón real de León, que repobló la región; y negra, en honor al estandarte de los reyes aftásidas del Reino de Badajoz. Hay otra teoría más emotiva que dice que el verde simbolizaba una Extremadura nueva, que dejaba atrás siglos de oprobio y abandono; el blanco representaba la rica naturaleza que atesora nuestra tierra; y el negro es el color de la tristeza por la emigración que sangró los pueblos extremeños a partir de los años 50, más de 700.000, según el doctor en Geografía e Historia Moisés Cayetano Rosado.

Todos, de una u otra forma, tenemos familiares que tuvieron que emigrar (y siguen haciéndolo) buscando una vida mejor. Y todos tenemos una percepción de lo que fue la emigración para las familias, dispersas por Francia, Suiza, Alemania o por los arrabales de las regiones españolas más desarrolladas. Esta emigración dura y sufrida de la primera época procedía de una Extremadura misérrima que tiene su epítome en la novela de Delibes Los santos inocentes (1981) y, anteriormente, por dar un ejemplo, en las fotografías de Eugene Smith (1950).

En 1928, una joven norteamericana, Ruth Matilde Anderson, deslumbrada por la serie de Joaquín Sorolla Visions of Spain, presentada por la Hispanic Society of America en 1926,  decidió recorrer España fotografiando a sus gentes y costumbres. El día 1 de febrero recaló en Montehermoso, donde tomará una foto de una joven rubia y de ojos azules, la abuela del protagonista de la obra que les quiero recomendar: Otra cosa no queda, de Aureli(o) González, publicada por la editorial Quadrivium (2024).

Aurelio González es un novelista catalán de ascendencia montehermoseña que ha publicado anteriormente novelas como Steve Mcqueen y, en la editorial Quadrivium, La geometría del círculo, 98 Octanos e Insert Coin.

Otra cosa no queda es una narración en primera persona que surge en una noche de insomnio y de mirar con los ojos del tiempo varias fotografías familiares, incluida la citada. Predomina el tono intimista, en el que la memoria personal hilvana los fragmentos de vida de varias generaciones de una misma familia. También es, quieras que no, una historia colectiva, la de tantos extremeños que tuvieron que emigrar en una época en la que las calles de los pueblos se volvían un lodazal cuando llovía y las oportunidades, en la España del desarrollismo, estaban afuera.

Me gusta que Otra cosa no queda no cae, en ningún momento, en el sentimentalismo y en la sensiblería, que es un mal que padecen otras narraciones y poemas de la misma temática. Y que el autor, sin embargo, ha conseguido hacer resonar, con una prosa clara y fluida, un eco de emoción que deviene tanto del trasfondo histórico como del familiar; y del propio recorrido vital del narrador, hijo de emigrantes en una Cataluña de doble faz, la vibrante y moderna que se lanzaba en pos de la antorcha olímpica, y la Cataluña de barrio, charnega y popular.

Esta obra, vis a vis autobiográfico, es una memoria sentimental de un hijo de emigrantes cuya familia mantiene un fuerte vínculo con su pueblo natal, en un principio veraniego, alegre y festivo, que, poco a poco, se transforma en una condición que ordena las piezas de toda una vida. Sobre este vínculo pivota la historia, con ciertos momentos familiares intrigantes y misteriosos. Montehermoso será, a mi modo de ver, un destino geográfico, existencial y creativo que marca la vida del narrador y de su familia, a pesar de la distancia. Libros así, en la voz de los hijos de los emigrantes, dan lugar a ver y a pensar una España humana mucho más compleja de lo que algunos nos quieren hacer ver.

Otra cosa no queda es una muy buena narración y un espejo en el que muchos lectores podrán verse reflejados. Y a pesar del título, que emana resignación, les digo – y el lector entenderá por qué, cuando lo lea – que su lectura sí que queda un regusto a buena literatura.

telecarne Bernal Plasencia

Publicado en enero de 2025

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