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Con la mochila al hombro: Rutas Intrahistóricas y Heterodoxas: el ‘golfran’ (VII)

Continúa el trotacaminos campo a través, que es la manera más notable para milimetrar y conocer con profundidad las muchas sorpresas que le deparan el mosaico de tierras que va pateando.   Recorre, tras dejar a sus espaldas los parajes de ‘El Castilleju’, ‘El Rueu’, ‘La Barranca’ y ‘La Rocetuna’, aquellos otros de ‘Las Piedras Llanas’, ‘El Berruecu Tamoju’, ‘El Becerril’, ‘La Juenti el Gallu’, ‘Los Romerus’, ‘El Berruecu’ y ‘La Floría’A lo largo y ancho de estos andurriales, es muy fácil que se encuentre con socavones, trincheras y otro tipo de excavaciones.  La mayoría presentan un proceso de colmatación e invasión por el matorral (maquia), que, en algunos casos, ya se ha completado y apenas se percibe la depresión en el terreno.  Hablamos de un área granítica, con diques plutónicos de color claro, ricos en volframio y en estaño.   Por lo que cuentan los paisanos de más edad, estos terrenos ya fueron examinados por algunos ‘minerus’ (geólogos) en los años de la Primera Guerra Mundial o ‘Gran Guerra’.  Muy nebulosos son estos recuerdos.  Calixto Gutiérrez Montero, más conocido vecinalmente, al igual que todos los avecindados en medios rurales, donde raro es el que no tiene apodos, por ‘Ti Calistru Moqueras’, nacido en 1896, relataba que, siendo él ya mozo, trabajó a pico y pala en una mina a cielo abierto en unas tierras al sitio de ‘El Becerril’Afirmaba que era una mina de ‘golfran’ y que tenía como encargado a uno que le llamaban el ‘Maestru Morenu’.  Ciertamente, en aquellos años del siglo XX, el volframio o tungsteno era conocido con el nombre genérico de ‘wolfram’.

Excavación a cielo abierto para extraer el mineral de wolframita.  Paraje de “El Becerril”  (Foto: F.B.G.)

El trotacaminos tiene por oídas que el volframio se encuentra en forma de volframita y que no es un metal abundante en la corteza terrestre.  Curiosamente, su nombre es de origen alemán y tiene ciertos ribetes de legendario.  En lengua alemana, significa ‘baba de lobo’, ya que se contaba que las manchas negras que aparecían en las minas de estaño (volframio) no serían sino babas de lobo que habitaban en las galerías de las explotaciones mineras.  Calixto refería que el mineral era cargado en carros y llevado hasta la estación ferroviaria de Casas del Monte.  Al parecer, la mina no estuvo abierta más de dos años y, luego, siguiendo el relato de Calixto, ‘mos mandarun aterral to el terrenu desmontau y hoy ya está parti de él convertíu en terrenu de pastu o llenu de monti’.  Recordaba, con sonrisa picarona, que, no era extraño, que se guardaran algunas ‘piedras de golfran’ en los bolsillos y, luego, cuando iban a ‘dal de cursu’ (hacer sus necesidades), lo escondieran entre el monte.  Era todo un trapicheo clandestino.  El jornal de un obrero del campo andaba por los catorci ralis’ (tres pesetas y media) y el kilo de volframio alcanzaba las 10 pesetas.

“Puzarancón” (excavación), con ricos filones del mineral que los paisanos denominaban ‘el golfran’, al sitio de “Los Romerus”.  (Foto: F.B.G.)

‘LOS AÑUS DE LA JAMBRI’

La volframita es un mineral mixto (hierro y manganeso).  El volframio es el metal, que nunca aparece en estado puro y no solo en la volframita, ya que, por estos terrenos, está asociado a la sheelita, como ocurre en unas minas abandonadas en el paraje de ‘La Güerta del Chatu’, dentro de la hoja catastral de ‘Bajondu’ (y no ‘Valhondo’ como de forma remilgada aparece en algunos mapas).  Estas minas a cielo abierto y situadas en terrenos pizarrosos merecen un estudio aparte.  No todos los batolitos graníticos de la zona son ricos en volframita.  Generalmente, se limitan al tipo de granito de dos micas orientado y grano medio, asociadas a filones de cuarzo, bandeados longitudinalmente.

Finca en el paraje de “Las Piedras Llanas”, que fue “abierta en canal”, conformando una larga trinchera, de casi dos metros de profundidad, con el objeto de extraer el preciado mineral.  (Foto: F.B.G.)

¿Quién le iba a decir a los comarcanos de ciertas áreas extremeñas que para ellos ‘Los Añus de la Jambri’ serían más llevaderos gracias a esas piedras negras que ellos llamaban ‘el golfran’?  Todavía está por escribir la auténtica historia de la explotación semiclandestina en esas demarcaciones en los primeros años de la década del 40, en el siglo XX.  España acababa de salir de una guerra atroz, causada por un golpe de Estado de unos auténticos genocidas, destructores de las libertades y la democracia, que acabaron ganándola con la decisiva ayuda de la Alemania NaZi y la Italia fascista.  Todos los historiadores, no adictos al régimen franquista, coinciden que la nación española ‘se vio sumida en un período de escasez y miseria sin precedentes entre 1939 y 1951’.  Tiempos de muertes por inanición, enfermedades, cartillas de racionamiento, pan negro, estraperlo, cárceles atiborradas, fusilamientos y otras mil calamidades.  El llamado ‘Movimiento’ (tiranía fascista) se lavaba las manos y echaba la culpa de los males a la ‘pertinaz sequía’.

Pila laboreada en un cancho para lavar el mineral.  Finca de los herederos de Quintín Gutiérrez Alonso. (Foto: F.B.G.)

¿Cómo se iba a imaginar el pequeño campesinado de los septentriones extremeños que la terrible II Guerra Mundial, toda una catástrofe humanitaria, iba a suponer un alivio para su subsistencia?  El día 1 de septiembre de 1939, cinco meses tan solo después de acabar la guerra civil española (mejor, llamarla ‘guerra de sedición’), se inició el conflicto mundial, con la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi.  A las pocas semanas, ya estaban los geólogos y otros expertos en minas alemanes recorriendo los berrocales graníticos de ciertas áreas extremeñas.   El III Reich alemán, dirigido por Adolf Hitler, tenías excelentes relaciones y confabulaciones con el general Francisco Franco.  Ancha es Castilla y permiso para que extrajeran todo el volframio que deseaban.  Necesitaban urgentemente reforzar la dureza y tenacidad del acero para las planchas de blindaje de los acorazados, los proyectiles perforantes y otro instrumental bélico.  Así le agradecía el dictador español a los alemanes la inestimable ayuda prestada en la guerra.

‘A LA TERCERÍA’

Calixto Gutiérrez Montero, que trabajó en los años de la Primera Guerra Mundial en la explotación minera al sitio de “El Becerril”. (Foto: Marisol Sánchez Gutiérrez, nieta de Calixto)

Los pueblos, generalmente los que tenían en sus términos berrocales de los que se sospechaba que guardaban en sus entrañas mineral de volframita, vivieron en los años 40 del siglo XX, una auténtica revolución minera, no de banderas rojas o rojinegras ni de cantos de ‘A las barricadas’ o de ‘La Internacional’.  Fue toda una revolución que puso a trabajar a numerosos vecinos de los pueblos afortunados.  En esta área, donde la propiedad está bastante repartida y no existen latifundios, muchas fincas fueron afectadas por las remociones de tierra.  Mi abuelo materno, Quintín Gutiérrez Alonso, me contó como una de sus fincas, al sitio de ‘Las Piedras Llanas’, fue abierta en canal casi de arriba abajo por una trinchera que alcanzaba cerca de los dos metros de hondura.  Varios parientes y allegados trabajaban en la explotación, bajo el contrato verbal de ‘a la tercería’ (dos partes para los trabajadores y una para el dueño).  El mineral, sacado en bruto, debería ser sometido a un proceso selectivo, arrancándole a base de martillazos el cuarzo lechoso que le acompañaba (el ‘jigarru’, que decían).  Luego se lavaba, se pesaba y se llevaba a la que denominaban la ‘Caseta de las minas’, al frente de la cual se encontraba el ‘encargau’: un tal ‘Guillermín’, oriundo del pueblo de Hernán Pérez.  Pero antes que la Administración provincial tomara cartas en el asunto, financiando el lugar de almacenamiento y dotándolo de un encargado, los vecinos ya llevaban mucho tiempo metidos en los trabajos.  No gozaban las explotaciones de legalidad administrativa, pero no se perseguía con saña ni a los dueños de los predios ni a los trabajadores.  A veces, asomaba la guardia civil y surgía la desbandada, pero nunca se detuvo a nadie.  Los alemanes apremiaban y había que levantar la mano.  Investigaciones modernas exponen que, entre el 50 y el 70% de la producción quedó fuera del control estatal.  Se hizo la vista gorda en tanto y cuento miles de trabajadores agrícolas estaban empleados en las explotaciones mineras, sobre todo en ciertas provincias rayanas con Portugal (La Coruña, Pontevedra, Orense, Zamora, Salamanca, Cáceres y Badajoz), donde la riqueza volfrámica era mayor.

 Años del hambre en España, Años 40 del siglo XX.  Haciendo cola para recibir la comida racionada en un pueblo del medio rural.  En los pueblos donde se explotaron minas de wolframita, no se sufrieron tales calamidades.  (Foto, A.M.S.)

El trotacaminos va hollando los parajes señalados y, a tenor de la oralidad enlatada en su grabadora, bien cree que el propio pueblo se autogestionó ante una sugestiva realidad que no esperaba en unos años que enseñaban famélicos colmillos y en los que ya les sonaban las tripas a numerosos vecinos.  Toda una empresa vecinal, aprovechando los vientos de la permisividad estatal, donde los propietarios de las pequeñas fincas ofrecieron al resto de vecinos la posibilidad de emplearse en la explotación minera, siendo ellos unos trabajadores más.  Tras una junta vecinal, se eligió una comisión gestora, encargada de llevar a buen puerto y subir con buen pie todos los peldaños para que el mineral fuese directamente a manos de los alemanes, sin pasar por intermediario alguno.  Teófilo Montero Martín, ‘Titín’ al que ya le dedicamos diversas menciones en otras páginas, fue quien levantó la liebre y viajó a Hervás con su camioneta para hablar con unos ingenieros alemanes.  Les convenció de que lo que buscaban abundaba en los términos de su pueblo y allá que fueron.  Luego, encargaría a su gran amigo, Mario Simón Arias-Camisón, maestro de Santacruz de Paniagua, redactar al modo de unos estatutos imbuidos de filosofías cercanas a la democracia directa, al asamblearismo y a la participación colectiva.  Nacía la sociedad minera ‘El Amanecer’, que nunca se registró en las oficinas de la oficialidad administrativa.

El dictador Francisco Franco, gordo como un tejón, visita un pueblo del medio rural en los terribles “Años del hambre”.  (Foto: Miguel Ángel del Arco)

Sentado al pie de uno de los ‘puzaranconis’ (excavaciones), el trotacaminos va recreando a su aire en su mente el paisaje y el paisanaje de aquellos años en estos berrocosos parajes.  La antropización estaba servida.  Una parte más de la intrahistoria.  Gentes del calcolítico, hace la friolera de unos 5.000 años, jamás supieron absolutamente nada sobre ‘el golfran’.  Tan solo conocían el cobre, pero hollaron estos terrenos canchalosos, como lo pone de manifiesto esa enorme roca granítica, conocida por los paisanos como la ‘Peña del Berruecu’.  Rústicos entalles tallados en el risco, ya casi imperceptibles por la erosión de milenios, para acceder a la cima, donde laborearon al modo de una cazuela, de la que parten varios canalillos, junto con un par de fragmentos cerámicos recogidos en los intersticios de la masa rocosa, evidencian lo que afirmamos.  Pero esto ya es parte del siguiente capítulo.

Foto superior: La caseta de las minas, en el paraje de “Las Piedras Llanas”

 Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado en enero 2025

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