
Aunque algo de eso tiene, no me parece adecuado decir que Escribir la tierra, el libro de cuentos de Javier Morales recientemente publicado por la editorial Tres Hermanas, sea un resumen de su trayectoria narrativa, pues resumen hace pensar en algo cerrado, acabado, de lo que se extrae lo básico, lo esencial, mientras que la trayectoria narrativa de Javier no solo está abierta, sino que se encuentra, a mi modo de ver, en lo más álgido después de publicar los libros de relatos La despedida, Lisboa, Ocho cuentos y medio y La moneda de Carver, las novelas Trabajar cansa, Pequeñas biografías por encargo y Monfragüe y los libros de ensayo El día que dejé de comer animales y Las letras del bosque y de convertirse yo diría que en todo un referente a nivel nacional cuando se trata de hablar de asuntos como ecología, vegetarianismo o literatura y medio rural.
Hablaremos por eso, más bien, de recapitulación en el caso de este libro, que recoge un relato inédito, “El matadero”, junto a otros cuatro ‒“La despedida”, “Profecías”, “Cementerio alemán” y “El tiempo del tabaco”‒ rescatados de sus anteriores libros y que Javier agrupa, haciendo un homenaje al escritor portugués Miguel Torga, bajo el título común de “Otros cuentos de la montaña”. Un título acertado porque la montaña ‒entendida en sentido amplio, metonímico, como emblema de la naturaleza, de la tierra o lo rural ‒ es lo que da unidad a los cinco cuentos que integran el volumen, no solo como escenario, sino como verdadero asunto, como auténtica protagonista, en varios de ellos, de la trama. Así, en el caso de “El matadero”, la oposición de uno de sus personajes, Berta Cáceres, a la construcción de un hotel y un complejo de vacaciones en un entorno natural protegido es, en parte, la excusa para hablar de una serie de dilemas que afectan hoy en día al medio rural ‒sobre todo el del mantenimiento de unas formas de vida ancestrales, respetuosas con la naturaleza y el paisaje pero que pueden conducir a un vaciamiento cada vez mayor de ese medio frente a la apuesta por otras actividades económicas menos respetuosas pero que puedan permitir afianzar la población‒, pero también de la tensión que se produce a menudo entre locales y visitantes, entre la población oriunda de esos pueblos y los neorrurales, gentes de ciudad que a menudo regresan a los pueblos ‒como deja caer Javier en el prólogo‒ con una idea romántica e idealizada del campo y creyendo tener la respuesta a todos sus problemas. A esos dilemas se une, en el cuento titulado “La despedida”, otro no menor, la disyuntiva entre quedarse o marcharse, que afecta en el relato a la profesora Luz Verde, a su alumna Paula y al padre de esa alumna, un pastor que vive arriba, en la montaña, y que parece formar parte inescindible del paisaje, con un resultado, como podrán comprobar ustedes, sorprendente.

En el resto de cuentos del volumen, yo diría que la tierra, lo rural o la montaña son más bien escenario de fondo ‒sin llegar nunca a ser simple decorado, por la íntima relación que existe en todos ellos entre el entorno y los avatares que sufren los personajes‒ de otro tema recurrente en la narrativa de Javier Morales, protagonista, sin duda, de su último libro, Monfragüe, y me refiero al paso de la niñez o la adolescencia hacia la edad adulta, eso que, hablando de novelas, los alemanes llaman Bildungsromane, historias de formación, pues Monfragüe y el resto de relatos que integran Escribir la tierra retratan momentos que podríamos llamar epifánicos, en los que se nos revela esa vida adulta en toda su complejidad, con sus contradicciones, con lo poco que tiene de edulcorado, haciéndonos ‒a veces a base de palos‒ madurar. Es lo que sucede en “Profecías”, el relato sutil de una ruptura amorosa a través de los ojos de un niño; en “Cementerio alemán”, en el que el encuentro con un escritor en ciernes ayuda al joven protagonista a afianzar un territorio propio, el de los libros y la escritura; o en “El tiempo del tabaco”, que tiene algo de atávico, de enfrentamiento a rituales de iniciación, a lo que era convertirse en hombre en otro tiempo, y en el que el autor lleva a cabo un interesante trabajo etnográfico, de descripción de un pasado que él y yo tenemos en común, el del cultivo y las labores del tabaco.
Un libro, en definitiva, que condensa en buena medida lo que Javier ha venido siendo como escritor durante sus veinte años de carrera, no sólo por los asuntos de los que trata, sino también por esa prosa lacónica y cuidada y por ese tono entre melancólico y bondadoso que más de una vez me han llevado a describir su estilo como realismo limpio, un libro estupendo para que, quienes ya lo hemos leído, repasemos su la trayectoria y para que, quienes aún no lo han hecho, se acerquen por primera vez a él, y que esperamos que no sea más que el punto de partida de futuras, no muy lejanas entregas.
Escribir la tierra
Javier Morales
Tres Hermanas
Texto de Juan Ramón Santos para su columna Con VE de libro
Publicado el 4 de octubre de 2024