Se me ponen los pelos de punta cuando mi hija me cuenta que algunos de sus compañeros de clase se dedican a gritar “¡Heil, Hitler!” y a dibujar esvásticas en las paredes y pupitres del instituto como si tal cosa, de la forma (y estoy pensando en Hannah Arendt) más banal. Me asusta y me indigna porque, aunque solo sea por el espeluznante matadero industrial que montaron en Europa, los nazis están cerca de haber sido la más pura encarnación del mal (tampoco vamos a entrar a discutir ahora quién lo ha encarnado mejor, porque, como decía Woody Allen hablando precisamente del Holocausto, “lo malo de los records es que estan para batirlos”). Comprendo que igual no hay que darle mucha importancia, que la actitud de esos muchachos no es más que ignorancia y rebeldía (ahora resulta que lo rebelde es ser de extrema derecha, aunque eso también esta inventado: ya sucedió hace cien años) y que muchos de ellos, con el paso del tiempo, se aburguesarán (lo mismo cuando se aburguesen cantan La Internacional, que todo puede ser) y dejarán de decir y dibujar barbaridades, pero mientras tanto, y por si acaso, conviene combatir todo lo posible su ignorancia para intentar paliar efectos adversos, y una buena forma de hacerlo puede ser, por ejemplo, invitarlos a leer La nieta, la novela del escritor alemán Bernhard Schlink publicada recientemente por Anagrama.
Me parece haber leído en algún sitio, quizá en algún anuncio promocional, que La nieta es la gran novela sobre la reunificación de Alemania, algo que se queda corto, y no me refiero a lo grande o pequeño del libro (que no soy quién para juzgar) sino porque me parece que no solo habla sobre la caída del Muro, sino que, de manera ágil y ligera, sin la densidad y extensión que tienen por lo común las sagas familiares, Schlink logra contar, a través de mujeres de cuatro generaciones, de bisabuela a biznieta, los últimos cien años de historia de ese país. Y lo hace partiendo de un librero berlinés entrado años que, al fallecer su esposa, descubre, leyendo las notas que había dejado para una posible novela, que tenía una hija secreta a la que dio en adopción, de la que nunca le contó nada y a la que, por miedo, no llegó siquiera a intentar encontrar. La búsqueda de esa hijastra inesperada llevará al librero a descubrir también a una nieta, Sigrun, con la que, aplicando con rigor las cláusulas del testamento de su mujer, empezará a convivir esporádicamente. El asunto es que la niña ha sido criada en el seno de una comunidad de extrema derecha, por un padre admirador del nacionalsocialismo, que admira a Rudolf Hess y a una heroína nazi que habría cometido auténticas barbaridades en un campo de concentración y que niega el Holocausto y afirma convencida cosas como que Hitler solo buscaba la paz. El librero, sin embargo, poco puede hacer para combatir abiertamente esas ideas, porque los padres de la muchacha lo vigilan de cerca y sabe que cualquier intento de aleccionarla o de cambiar su forma de pensar podría llevarles a cortar en seco la relación, algo que el hombre, cada vez más encariñado con ella, no desea en absoluto. Pero la nieta lo provoca y él no puede evitar, en el fondo, sentir el deseo de contradecirla, y eso lo empuja a conversaciones marcadas por la contención, en las que el librero trata, sujetándose mucho, de abrirle la mente aprovechando, además, la pasión de Sigrid por la música y el piano.
Esos diálogos, y ese argumentario moderado, de mínimos, con el que el librero trata de abrirse camino y combatir las ideas extremas de su nieta tal vez sean lo mejor de la novela, y lo que más interesante me parece para intentar abrir también la mente de los zoquetes compañeros de mi hija. Es cierto que para llegar a esa situación, para fijar las reglas de juego entre las partes, la historia se vuelve quizá demasiado enrevesada (estoy convencido de que situaciones más enrevesadas se habrán dado en la vida real, pero no todo lo real resulta verosímil sobre el papel), y que tal vez sea el aspecto más discutible de la novela, pero esos vericuetos sirven para hablarnos de paso de la Alemania del Este, de la huida de muchos jóvenes del lado comunista hacia Occidente, de la caída del Muro o de los efectos de la reunificción, algo que Schlink cuenta, además, sin maniqueísmo, y aunque solo sea por eso, resulta también interesante, y también por eso adecuada para nuestros jóvenes dibujantes de esvástica, para que descubran lo peligrosas que pueden ser ciertas ideas, las que se encuentran más alejadas por ambos lados del centro, y las consecuencias desastrosas que pueden llegar a tener. Lo malo es que, zoquetes como son, seguramente no la lean. Por esa razón, leedla vosotros, y no dejéis de contárselo.
La nieta
Bernhard Schlink
Anagrama
Publicada el 30 de agosto de 2024