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Con la Mochila al Hombro: Rutas Intrahistóricas y Heterodoxas: Cartas Arqueológicas (V)

El trotacaminos tiene las ideas meridianamente claras.  Es muy consciente que las teorías historicistas requieren, en ocasiones, ponerlas en solfa.  No se puede abordar la historia de las antiguas comunidades singularizando al grupo, dándole categoría de individuo, ya que este es, en sí, todo un agente histórico.  El individuo, no el individualismo, propiciará, en consonancia con sus iguales, formas de organización simétricas y no coercitivas, rechazando todo tipo de jerarquías y otros tipos de construcciones sociales de tipo piramidal.  Con frecuencia, la arqueología no ha seguido la senda que, de manera consecutiva, han ido marcando tales comunidades, que precisan ser estudiadas observando con nitidez la triada: significante, significado y contexto.  Nunca al revés.   Es fundamental tener en cuenta que la vinculación al grupo al que se pertenece es algo realmente necesario.  Si el control material de los mundos que rodean al individuo alcanza escasa dimensión, más necesidad se tendrá de pertenecer al grupo.  A mayor control, la necesidad disminuye enormemente.  Todo este proceso de control del territorio, al que habría que añadir las creencias e ideologías específicas de cada grupo, irá conformando la identidad o identificación con el grupo como bastión que le asegura su propia protección.  Surge así la identidad relacional, que no está asentada en las diferencias, sino en las semejanzas.

 Vista cenital del asentamiento que se extiende por los parajes de “El Castilleju”, “La  Barranca”, “La Zorrera” y “La Rocetuna”.  (Foto: SIGPAC)

Dejando correr los filosóficos renglones expuestos, el trotacaminos va destripando terrones de los predios donde entró la reja o la dura costra de los baldíos.  Vestigios arqueológicos les van saliendo al paso.  Está muy clara, como se afirmaba en el capítulo anterior, la huella del romano.  Pero las preguntas surgen por imperativos de la intriga investigadora: ¿quiénes habitaron este asentamiento en los primeros siglos de nuestra era?  ¿Era gente prerromana que fue sometida a todo un proceso de romanización, o, realmente, eran colonos romanos?  ¿Conservaban algún tipo de identidad relacional o era gente de aluvión que tuvieron que recrear una nueva identidad para sobrellevar y espantar los contratiempos?  ¿Qué perfil tenía el hábitat donde desarrollaba su vida diaria? ¿Qué sistema de valores, ideología y creencias conformaban sus pensamientos…?  El listado de preguntas sería largo.  Que hubo población indígena en la loma más elevada y de situación realmente estratégica, situada en la margen izquierda del riachuelo Arrocetuna’, ya quedó dicho en otras páginas, a juzgar por los vestigios arqueológicos que fueron apareciendo en las labores agrícolas.  No obstante, también aparecen muestras de material latericio de clara factura romana.  En este collado de ‘El Castilleju’ se rastrean cerámicas calcolíticas asociadas a una serie de cazoletas conformadas en los roquedos graníticos que forman parte de su base meridional.  ¿Podríamos enlazar el actual topónimo de ‘El Castilleju’ con el romano ‘castelum’, en tanto y cuanto conserva la continuación de ciertos elementos indígenas; o sea, del mundo prerromano?  El sitio prominente, con perennes manantiales de agua en el área granítica, podría ser todo un punto referencial de una entidad poblacional, ya fuere concentrada o dispersa, que forma parte de la articulación de un espacio rural en el extenso marco de una ‘civitas’, que, en nuestro caso, sería la ciudad de ‘Cáparra’.  No creemos que llegara a alcanzar la catalogación de un ‘vicus’, pues, aunque no se ha practicado excavación arqueológica alguna, no se observan trazas de que, en este lugar, se diseñara un plan urbanístico con cierta coherencia.  Tampoco se amolda a la descripción que hace San Isidoro de Sevilla sobre los antiguos ‘vici’ en sus ‘Etimologías’, describiéndonos un espacio dotado de buenas vías y aureolado de una cierta ‘dignita civitatis’: especie de estatuto jurídico.   Más propio del medio rural que del urbano (‘vici rurales’) y no adscritos a campamentos militares.

Fragmento de “Terra sigillata hispanica”.  S.II a.n.e. (Foto: F.Barroso)

     Referíamos en el anterior capítulo el hallazgo de unos fragmentos de ‘sigillata hispánica’ (cerámica fina, de mesa), adscrita al período altoimperial romano (27 a.C.-235 d.C.).   Posiblemente, este fragmento proceda de los numerosos alfares del municipio romano de ‘Tritium Magallum’, que se corresponde con la actual localidad de Tricio (La Rioja), cuyos habitantes, en el siglo II d. C., prácticamente estaban todos embarcados en la fabricación de alfarería.  Sus canales de distribución llegaban hasta los más apartados rincones de la Península Ibérica.   Este fósil director nos confirma que el asentamiento rural que estudiamos tenía ya vida propia en esta época.

Otros hallazgos

Hemos constatado fehacientemente que muchos de estos pueblos que salpican la España Vaciada y Torturada, con un índice de natalidad por los suelos y atiborrados de gente que ya peina muchas canas, y con un futuro nada halagüeño, han venido careciendo de cartas arqueológicas a lo largo de los años.  Si las tenían, no sabemos quiénes serían los encargados de redactarlas, pues las inexactitudes y exabruptos se suceden en cada línea escrita.  En otros casos, cuando se preguntaba por ellas, nadie, en el Ayuntamiento, sabía de qué les hablaban.  ¿A qué extrañar, por lo tanto, que por nuestras villas, lugares y aldeas se hayan cometido verdaderos desastres arqueológicos?  Llenaríamos varias cuartillas citando todos los desafueros cometidos que conocemos.  Y como no podía ser por menos, este asentamiento de ‘La Rocetuna’ o ‘Arrocetuna’, usando el topónimo del área donde se aprecia más la romanización, también ha sido alterado sustancialmente.  No nos referimos a los trabajos agrícolas, realizados durante siglos sobre el solar del asentamiento, sino a otros emprendidos por el Ayuntamiento de turno, acometidos de buena fe, con un desconocimiento absoluto de que estaban realizando remociones sobre fértiles áreas arqueológicas.

 Posible pesa de plomo, con incisiones, de factura prerromana o romana.  (Foto:F.B.G.)
“Pondus” (pesa de telar), de barro cocido.  (Foto: F.B.G.)

     Hace ya años, en nuestros tiempos de estudiantes, nos llamó la atención la abundancia de ‘pondera’ (pesas de telares) en una zona colindante con el conocido como ‘Caminu de la Floría’.   Incluso en este mismo camino llegamos a localizar cinco pesas todas cortadas por la misma hechura: rectangulares (paralelepipédicos), con dos perforaciones por su parte frontal, fabricados con la técnica del adobe sin cocer y secado al sol o cerámicas cocidas y con el mismo tipo de pasta.  Estos ‘pondera’ estaban encajonados entre los ripios arcillosos y pedregosos del mentado camino, junto a otros restos cerámicos.  No hace mucho, descubrimos que todo este camino había sido hormigonado, sepultando debajo las pesas de telar y un variopinto material latericio.  Nadie echó mano de la carta arqueológica de la localidad.  ¿Para qué?  Si, hasta hace poco, en colaboración con la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Junta de Extremadura, no la hemos corregido, ya que el texto que aparecía era infumable y mejor estaba en el contenedor que archivada en el Consistorio.  Y así con tantos y tantos pueblos.   Hace también escasos años, por poner un solo ejemplo bien cercano a este asentamiento, se cargaron, al ensanchar las máquinas una calleja, en el paraje de ‘La Juenti Fernandu’ un petroglifo conocido como ‘La Patá del Caballu de Santiagu’, del período calcolítico; unos cinco milenios atrása  Aparejada llevaba la correspondiente leyenda, que oímos contar varias veces a los vecinos del pueblo.  Tal atentado contra el patrimonio lo denunciamos en los medios periodísticos.

Panel de cerámicas, un yunque lítico y una pequeña pieza de cobre, observados en superficie en el área estudiada.  (Foto: F.B.G.)
Cencerro con soporte férrico y capa exterior de bronce, muy deteriorado.  (Foto: F.B.G.)

     El trotacaminos sabe también de otros vestigios que fue vomitando la tierra a golpe de azada o de la reja del arado.  Difícil dilucidar si eran nativos romanizados o colonos que llegaron con el sello de Roma en su frente.  Nuestros ojos solo ven superficialmente.  Carecen de capacidad para traspasar la epidermis de la tierra.  Entre los elementos que asomaron destaca un ferrugiento cencerro, donde se aprecia un soporte férrico, con baño broncíneo y elaborado mediante la técnica de batido remachado.  La pieza se encuentra en deficiente estado, pero podría convertirse en museística, consolidándola con metacrilato diluido en tolueno, para evitar la pérdida de pátinas y de óxidos.  Estos campanos, que podemos fechar en el siglo II o III de nuestra era, nos evidencian que los habitantes del asentamiento poseían reses mayores, bueyes y vacas, sin descartar tampoco que el cencerro hubiese pertenecido a algún macho cabrío o carnero.   También se contabiliza un hallazgo de un posible ponderal de plomo, con incisiones bien marcadas, que lo mismo se puede fechar en época prerromana que romana.  Por lo que le relataban al trotacaminos, habría que añadir diferentes instrumental de hierro, de uso agrícola, totalmente carcomido por los años y que, según referenciaban, “eran aparentis a argunas de la jarramientas qu,entoavía siguimus dánduli usu pa las nuestras laboris en el campu, cumu las picochas, los puonis o las jocis’.  No es extraño que a trotacaminos le salga al paso algún alisador o bruñidor utilizado en la elaboración cerámica, que solían emplearse para friccionar las superficies de las diferentes vasijas o contenedores, desplegando movimientos predominantemente bidireccionales para pulir y abrillantar tanto las cerámicas a mano como a torno.

“Muru”: chozo pastoril a piedra seca y con falsa bóveda, en el pago conocido como “Viña de Ti Antonio el Correu”.  (Foto: F.B.G.)

El trotacaminos se va alejando del asentamiento, cimentado sobre terrenos arcillosos, a través de un carrascal donde toman vida los afloramientos graníticos.  Aquí, sobre una roca, dejaron una pieza prácticamente rematada.  No acabaron de extraerla.  ¿Iría destinada a servir de molino rotatorio o como un ‘molejón’ (contrapeso) de algún rústico lagar?  ¿Qué ocurrió para abandonarla cuando el laboreo y la extracción estaba llegando a su fin?  Son muchos los interrogantes a los que el correcaminos no encuentra respuestas.  Pensando que la gente que habitó por estos pagos son parte consustancial de la intrahistoria, en sus identidades relacionales y que no puede ser radiografiada sin tener cuenta la tríada asentada en el significante, el significado y el contexto, rompe campo a través y va camino de otras latitudes, que seguro que le depararán gratas sorpresas.  El eco de la antañona voz le sigue resonando en los oídos: ‘Estu jue tierra de morus, y, en esi carrascal, en tiempus en que se sembraba cuasi hasta embaju la sulumbría de lus canchalis el centenu y la vena, apaeció una cavancha argu jerrumienta, peru enteriza, y un puñau de moneas grandis y pesás, que tiraban a verdín…’

Foto superior: Conformación en soporte granítico de un posible molino rotatorio o un contrapeso.  No fue rematada la conformación y no se extrajo de la roca, por razones que se nos escapan.  (Foto: F.B.G.)

Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor

Publicado el 16 de julio de 2024

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