Cuando terminé de leer la novela Huracán de negras palomas, de Azahara Palomeque, y quise escribir unas líneas sobre ella, me asaltaron las dudas de cómo plantearlo. Me queda dentro algún resquicio de formación filológica y una vana pretensión de querer explicarlo todo cual hermeneuta emplumado aunque, hay que decir la verdad, es una tentación de paso renqueante a la que no cedo fácilmente. No obstante, miro el cuaderno del Flying Tiger que me regalaron mis alumnos y veo que he tomado notas y notas sobre este libro, que no permite un rato de sosiego. Huracán de negras palomas, publicado por La Moderna, no es un libro para las concesiones sino un fenómeno desencadenado de palabras y de ideas.
Sustentada en la técnica del monólogo interior, este Huracán te arrastra por las cavidades mentales de los personajes como un torrente de aguas turbias que lanza al lector a la inquietud y al desasosiego. Azahara Palomeque no es una autora que aplique un bálsamo cozy para que el lector salga reconfortado de la lectura y sienta la necesidad de hacerse una foto de Instagram en la piscina o en la playa realizando, a lo mejor, la postura del árbol. Paralelamente he leído Ñú, de Pau Luque, (padezco el mal del lector múltiple y disperso) y, en un capítulo, Luque plantea como un juego la cuestión de si hay una literatura que abre heridas y otra que las cierra. Con humor, va desplegando un listado de autores y obras que, según su punto de vista, son lacerantes o son cicatrizantes. Bien, me dije, y este Huracán a qué categoría pertenece. Un bisturí o una aguja de sutura. Me quedé colgado en este pensamiento (que es mi forma de dudar) como quien mira un metrónomo o el vuelo zigzagueante de un insecto frente a un arbusto de flores. Menos mal que la voz de mi mujer me sacó de mi reconcentración, repitiéndome por enésima vez que no hay que hacer spoilers. Se lo agradecí mucho, porque había terminado la lectura sujetando las tapas como quien agarra una cuerda fina cuyo cabo puede hacer saltar algo por los aires.
La novela se plantea con una estructura muy sencilla en la que un triángulo familiar formado por Ashley Sorenson (la madre), Matthew Blanco (el padre) y Violet Blanco-Sorenson (una hija adoptada de ascendencia afroamericana) van alternando, en diferentes capítulos, sus pensamientos. Sucede la novela en Wonder, una ciudad del este estadounidense, que es golpeada por el huracán Omega. Imagino que Azahara Palomeque, que es una excelente poeta, no ha dejado nada al azar y que la simbología bíblica (el fin, el apocalipsis) de Ω es un principio activo en las múltiples y complejas lecturas que se desprenden de su novela. La destrucción del huracán afecta, como es habitual, principalmente a los barrios pobres que se encuentran en la parte baja de la ciudad. Quedan no solo inundados sino sometidos a las carencias de un sistema neocapitalista que beneficia, como en el sistema veterocapitalista, a quienes más poseen y viven en la parte alta de la ciudad, en el residencial La Loma.
El conocimiento de la realidad norteamericana de la autora es exhaustivo. La lectura crítica es punzante e incisiva. Variando a Luque, ¿acaso no hay una literatura que deja la herida abierta y rezumante para que los lectores la miren como lo pudieran hacer unos estudiantes de medicina? Las capas temáticas (sociales, económicas, emocionales, medioambientales, etc.) se van desplegando a través de un monólogo interno que define el perímetro de los personajes como islas o mónadas incapaces de comunicarse entre ellos. Los intereses comunes han saltado por los aires como si la fuerza bestial y centrífuga del huracán hubiera roto todos los lazos familiares y los hubiera disuelto como un azucarillo en agua pantanosa.
La Loma es un lugar seguro y aspiracional, un trampolín para las metas académicas y económicas de Ashley, quien llega a ser rectora de una Universidad de prestigio, pero un lugar caro a cuyos costes Matthew, abogado especializado en asuntos de emigración, no puede hacer frente con su sueldo de profesor universitario por horas. La hija, Violet, es una joven inteligente e inadaptada, con brotes autodestructivos. Me gusta este personaje, que se resiste a caer en la previsibilidad social de sus progenitores. No la acepta y se introduce en sus grietas como un agente corrosivo, y como el negativo de la sociedad acomodada a la que la familia pertenece.
La clave de esta novela, quizá, esté en la relación que los padres mantienen con su hija. El padre es comprensivo, la madre exigente. Ambos polos se desmadejan en el afán de educar a su hija en un modelo o más inclusivo o más ambicioso. Pero el puzzle no encaja bien. Violet es una fuerza incontrolable que huye de casa para reencontrarse con el mundo racializado (afroamericano: desempleo, marginación, pobreza) al que supone pertenecer. No hay concesión en este personaje, no es un Holden, el personaje de El guardián entre el centeno, que atisba en su rebeldía postadolescente la felicidad y, al final de la novela, ingresa en un sanatorio para recuperarse, como un hijo pródigo que vuelve al seno materno de la sociedad americana. No hay reequilibrio del sistema. Violet quiere desaparecer física y psíquicamente de ese entorno sobreprotector que, desde distintas perspectivas, simbolizan los padres. Quiere encontrar por sí misma su verdad, si bien, quedan vedadas al lector las condiciones en que consigue hacerlo. Adquiere valor de personaje simbólico, una voz que pone en solfa todo el sistema.
El sistema, el sueño americano, se desviste. Sin embargo, a la manera de entender de este lector, no cambia. Se perpetúa y esto se evidencia en el personaje de la madre, que me recuerda a ese tipo de personas que el filósofo coreano Byung-Chul Han describe exhaustas e hipertrofiadas por la autoexigencia, de tal forma que se van despojando de “negatividad”, es decir, de aquello que las hace falibles y humanas. La compensación ante el desastre climático es un plan de construcción de viviendas sociales para los afectados por el huracán, el plan estrella de Ashley, que sirve, paradójicamente, para que aumenten las donaciones a la Universidad y se proyecte su carrera. Caridad e hipocresía de los estamentos altos para los damnificados, que son siempre los mismos.
Matthew Blanco, hijo de una familia que huyó de la Revolución cubana, es la voz cálida, el impulso de buenas intenciones que está ahogando, sin embargo, a su mujer. Pretende ser el discurso razonable e integrador que abre vías para la construcción de una sociedad multiracial. La pedagogía sin acción, la enseñanza teórica. Un hombre que fracasa como profesional, como padre y como marido.
A la lectura de una novela nos enfrentamos no exentos de posturas morales, de juicios y prejuicios, que condicionan nuestra visión de los personajes. Son buenos o son malos, aciertan o se equivocan, héroes y villanos. No van a encontrar esto en la novela de Azahara Palomeque, a pesar de estos breves apuntes sobre el éxito y el fracaso en el proceder de los personajes que acabo de realizar. Tienen que juzgar ustedes por sí mismos, estimados lectores, porque todos tienen razón y razones en sus aciertos y desaciertos, como exponen en ese par de guantes de boxeo que es el monólogo interior que se lanzan unos contra otros. En el fondo, reivindican el derecho a ser libres o algún tipo de huida hacia adelante.
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Oikos es la palabra griega para decir casa. El huracán desarbola los pretendidos fundamentos de una sociedad consumista e insaciable como, en este caso, la norteamericana. El huracán destruye la casa. La lectura medioambiental también es primordial e inquietante. Ser libres dónde, cómo y para qué. El pesimismo climático que se desprende de fondo de esta lectura se vuelve desconcierto, un reto descomunal como descomunal fue el paisaje que Lorca encontró en el viaje que hizo a Nueva York en 1929 y que inspiró Poeta en Nueva York: “La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno / y un huracán de negras palomas / que chapotean las aguas podridas”. Queridos lectores, no es un libro para sentirse estimulado en la hamaca de la piscina, pero, a veces, es necesario abrir la herida del mundo y mirar dentro. Rezuma un plasma de desasosiego, polarización, blanqueamiento del racismo, crisis migratorias, violencia, impactos medioambientales, etc., etc., etc. En fin, a lo mejor la novela no trata solo de USA. Y, en fin, creo que no he hecho spoiler.
Texto de Felipe Rodríguez publicado el 5 de julio de 2024