El 8 de marzo de 1791, el escribano del Ayuntamiento de Montehermoso, Baltasar Andres Ximenez, toma declaración a los vecinos Bartolome Gutiérrez, Joseh Carpintero, Bartolome García y Manuel Aparicio. Los signos diacríticos para indicar el acento de las palabras, conocidos hoy más comúnmente como ‘tildes’, aún no se habían generalizado en la escritura, como vemos en los citados nombres y apellidos. Curiosamente, aparecen dos Bartolomé, lo que es muy significativo, ya que el patrón de Montehermoso es el santo que lleva tal nombre, conocido vecinalmente como ‘San Bertol’ o ‘San Bertolu’. Los vecinos habían sido llamados para responder al ‘Interrogatorio de la Real Audiciencia de Extremadura’. Como es lógico, a los lectores y a nosotros solo nos interesan ciertas respuestas del Interrogatorio, como las correspondientes a la pregunta 12: ‘Los propios de este pueblo según Real Reglamento del Concejo consisten en el fruto de bellota, leña y rama de la dehesa boyal, en las ojas de labor y grano que producen, en el horno de cocer tejas, en la casca de los alcornoques perdidos en dicha dehesa, en la corcha de ellos, en el recojimiento de reses holgonas, en la espiga de las ojas de labor de la dehesa y en las rentas de ellas y su producto anual le saca ocho mil novecientos ochenta y dos reales, beintidos maravedíes, sin que haiga mas caudales publicos’.
Observamos que se habla de ‘los propios’, y entendemos que se refieren a aquellos bienes comunales que son de aprovechamiento gratuito, pertenecientes a los vecinos y cuya titularidad es del municipio. Lamentablemente, muchos de estos ‘propios’ fueron ilegalmente desamortizados en el siglo XIX, siendo subastados y comprados por la burguesía latifundista o industrial, arrebatando a muchos pueblos sus dehesas, que eran auténticos pulmones para sus vecinos, ya que en ellas sembraban y pastaban sus animales. Se desamortizaron saltándose la ley a la torera, bien fuera por enjuagues y cabildeos de secretarios de los Ayuntamientos con los grandes hacendados y otros ricachones, pese a que estos bienes estaban protegidos desde épocas muy antiguas y tenían el carácter de inalienables, indivisibles, inembargables e imprescriptibles y no estaban sujetos a tributos públicos. Hubo pueblos, como el cercano de Valdeobispo, el que fue el propio secretario del Ayuntamiento el que caciqueó para que la dehesa de Valverde, de propiedad comunal, saliese a subasta, comprándola él mismo, lo que fue todo un ultrajante robo, que empobreció hasta la miseria a los vecinos de dicho pueblo. Como ilegales fueron esas compras, la titularidad de las mismas continúa siendo ilegal, y cualquier vecino podría reclamarlas. Ayuntamientos ha habido, como el de Calzadilla de Coria, que han conseguido que tales fincas revirtieran a sus legítimos dueños, la comunidad vecinal, dentro de la actual etapa democrática. Las dehesas fueron administradas, durante siglos, por una hermandad de labradores y ganaderos. Posteriormente, distintas Administraciones metieron sus narices donde no deberían y pasaron a ser administradas por los respectivos Ayuntamientos, aunque, legal y realmente, continúan siendo bienes comunales.
Se hace mención, en las respuestas, a los ingresos que supone la ‘casca de los alcornoques perdidos’. No tiene que ver nada con la ‘casca’ de un viejo refrán oído por estos pueblos: ‘Al arcornoqui no hay palu que le toqui, si no el de la carrasca, que le casca’. De donde se deduce que el palo del alcornoque es muy duro, pero menos que el de la carrasca, o de la encina, que es decir lo mismo. Pero bien es cierto que el palo más elogiado por su resistencia es el del acebuche: ‘Al palu del acibuchi no hay quien le luchi’. Esto se comentaba, antiguamente, entre los pastores, acostumbrados a juegos y luchas (no llegaba la sangre al río) donde el palo era el protagonista. O para saltar regatos y arroyadas en las crecidas de los inviernos. La ‘casca’ hace mención a la capa madre del alcornoque, una vez descorchado, que tiene una tonalidad amarilla, pasando luego a un color rojizo y, finalmente, negro. Esta corteza interior se extraía de los alcornoques que, por los años o por otras enfermedades o accidentes, se había perdido y ya no producían corcho. La ‘casca’ es muy rica en taninos y se vendía a los curtidores. También se habla de ‘reses holgonas’, que eran las que no se empleaban en la labranza, pues, años atrás, lo normal era arar con yuntas de bueyes o de vacas. Estas ‘reses holgonas’ podrían destinarse a vacas cerriles o de vientre. Pero ello no es objeto de nuestro estudio, por el momento.
Echando la vista atrás
Hemos dado un gran salto en el vacío. La pregunta, ahora, atendiendo al título de la crónica, no puede y debe ser otra que aquella que, remontándose milenios atrás, nos lleve a interpretar el lenguaje de las piedras, ya fueren graníticas o pizarrosas, que conforman el paisaje de la dehesa de Montehermoso. Para ello es preciso embutirnos en las pieles de aquellas gentes que se movían en el período que llamamos ‘epipaleolítico’ o ‘mesolítico’. Hablamos de un estadio intermedio entre una economía y una sociedad depredadora y otra productora. Pero para ello es preciso hacer añicos el concepto lineal y fatalista de la historia. ¿Acaso se puede esclarecer la transformación social y económica como resultado de la correlación de fuerzas entre dos factores totalmente enfrentados, como son la cooperación y la competitividad? El etnocentrismo científico y la linealidad de la historia ya están completamente superados. No se equivocaba el antropólogo y etnólogo francés Pierre Clastres cuando venía a afirmar que era preciso cuestionar “la imagen construida desde la antropología clásica respecto a una presunta inferioridad tecnológica de las sociedades mal llamadas ‘primitivas’, organizadas en torno a economías de subsistencia y siempre al límite de la carestía alimentaria’. Aquellos antepasados nuestros también participaban de la parte que tenían de ‘homo ludens’ y ‘homo festivus’.
Echamos la vista atrás y, buceando en aquellos orbes del mesolítico, que cada vez se iban haciendo más complejos, desapareciendo el nomadismo, decayendo la pintura rupestre y avanzando el arte mobiliar, dejando atrás las cuevas como hábitat y como santuarios funerarios…, nos adentramos en etapas neolíticas, que ampliarán el legado de los que les precedieron. En las excavaciones del complejo dolménico de la dehesa, llevado a cabo por Marisa Ruiz-Gálvez Priego en las campañas de 1999-2000 (la bibliografía la reservo para otros ensayos o tratados de mayor calado y que suelen ser infumables para los no iniciados, aunque el que suscribe también pisa muchos terrenos movedizos), se encontró en el dolmen de ‘El Tremedal’ una muestra de carbón, cuya datación se fecha entre 7060 y 6680 BC (entiéndase: antes de Cristo). De ser así, habría que hablar del mesolítico, aunque Marisa se cura en salud diciendo que podría tratarse de ‘madera antigua procedente de turbera’. ¿Pero qué opinión merecen las tumbas en fosa (también se rastrean algunas cistas), que levantó la reja del arado cuando la dehesa era labrada y sembrada por los vecinos de Montehermoso? No hay que olvidar que en el período mesolítico ya aparecen enterramientos primarios individuales en fosa, con algunos cadáveres flexionados o hiperflexionados. Han aparecido sobre todo en zonas costeras del Mediterráneo y el Cantábrico, pero también en el interior.
En una conversación mantenidas con varios jubilados montehermoseños, que tomaban el sol una tarde invernal junto a la ermita de San Antonio, me hablaron sobre las ‘tumbas de los morus’ que salían en las labores agrícolas cuando la dehesa se labraba. Y hubo alguno que narró cierta leyenda, oída a los abuelos, sobre un tesoro que sacaron cerca del dolmen que se conoce como el de ‘Las Colmenas’. Referían, igualmente, hallazgos de ‘piedras del rayu’ y ‘centellas’, que, como en otras partes del medio rural, son equivalentes a las hachas pulimentadas y a las hachuelas votivas. Un excelente ejemplar de este tipo de hachuelas me fue mostrado por el Alejandro Martín Hermoso, alumno del instituto “Gabriel y Galán”, de Montehermoso, cuando ejercía mis tareas educativas en tal centro. La encontró muy cerca de ‘La Jueti del Jerrau’. Este hecha votiva parece ser de sillamanita, en su variedad de fibrolita: un silicato de aluminio polimórfico, que no aparece por estos términos, lo cual es clara señal de que aquellas gentes de la prehistoria ya comerciaban con otros semejantes de lejanos territorios. Otro montehermoseño, a quien conocí por referencias, pero con el que nunca me pude tomar un café ni pude verla la cara, pese a invitarle varias veces a mi despacho en el instituto, me hizo llegar con un sobrino, alumno nuestro, varias piezas líticas, halladas en superficie. Cuarcitas trabajadas. El amigo era todo un solitario correcaminos, que se hizo autodidacta y aficionado a los temas arqueológicos a base de la experiencia, que siempre es la madre de la ciencia, como dice el viejo refranero. Una persona honesta y humilde, que jamás empleó métodos ilegales para acceder a vestigios del pasado. Entre el utillaje lítico, me llamó la atención una lasca retocada, procedente de la dehesa boyal y que bien podría adscribirse al mesolítico.
Enterramientos en fosa y, tal vez, en cista, salpican gran parte de estos espacios adehesados. No se ha hecho un estudio de ellos. Podrían ser de la Prehistoria Reciente, lo mismo que de época romana o del periodo tardoantiguo. ¿Pero y si tuvieran algo que ver con etapas mesolíticas? El hecho de que algunas piezas líticas se asocien a estos enterramientos puestos al descubierto, a lo largo de los tiempos, por la reja del arado, da que pensar. Solo una excavación en regla pondrá las cosas en su sitio. Al Ayuntamiento de Montehermoso le toca coger al toro por los cuernos. Así que amigo Aureliano Martín Alcón, compañero de luchas y proyectos en el instituto, que ya tuviste la vara de alcalde en tus manos y, ahora, ejerces como concejal de Cultura, si mal no me equivoco, gestiona el asunto, pues las piedras de la dehesa de tu pueblo todavía tienen que decir muchas palabras. Quedan muchos interrogantes por resolver. Nosotros, como decía el gran pensador, filósofo, teórico político y sociólogo ruso Mijaíl Bakunin, estamos en la tarea de demostrar que ‘el paso de una sociedad no estratificada a una jerárquica, es una ruptura política y no económica’.
Quédese, en esta ocasión, la musa que se mueve como una ondina, contorsionando suavemente sus insinuantes caderas, en sus patinajes por los azules del firmamento, en su rincón, reflexionando sobre la cuadratura del círculo y acerca de si el silencio es cómplice de lo que no se dice, pero se desea por encima del bien y del mal, como canta el amigo placentino Robe Iniesta, alma máter de ‘Extremoduro’. Allá cada cual en su rincón, si alcanza así felicidad y sosiego de espíritu. Otros, de culos de mal asiento, lo mismo nos transformamos en topo y exploramos el subsuelo de la dehesa de Montehermoso, o buscamos aventura mil, atendiendo a la vieja rima: ‘Hoy, aquí y mañana en Aragón; // pasado me encuentro en Flandes, // y al desotro al Rosellón’. La adrenalina mantiene engrasados nuestros pies y la grasa de caballo nuestras botas. Lo de ‘aquí, paz y, después, gloria’, déjenselo para los pobres de espíritu, no para los que somos rebeldes con muchas causas pendientes.
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor