Como todo libro que tenga como asunto una ciudad, Barcelona. Mapa infinito encierra una contradicción presente desde el propio título (pues ningún mapa puede ser infinito) y que su autor, Álex Chico, asume como punto de partida, la de que ninguna ciudad cabe en un libro, no solo, como resulta evidente, desde un punto de vista físico (pues, aunque sería maravilloso como fantasía borgiana, no existe un volumen tan grande que pueda contener en él una ciudad, que, como en uno de esos hermosos libros Pop-up que hay para los niños, al abrirse despliegue todas sus calles, gentes y edificios), sino también en un sentido figurado: ningún libro puede encerrar por completo su historia, su trazado, su idiosincrasia, ni siquiera, diría yo, su esencia, que siempre es escurridiza y que, como las partículas elementales, sospecho que muda sin parar dependiendo de quién se asome a ella. En este sentido, si el mamotreto de más de mil páginas con vocación de biografía que publicó hace unos veinte años Peter Ackroyd sobre Londres no lograba abarcar del todo la capital británica, menos aún puede conseguirlo con Barcelona este modesto y cuidado librito con aire de cuaderno de viajes que ronda las ciento cincuenta. Álex Chico lo sabe, y por eso, ya en el primer párrafo, asume que “la ciudad es un asunto demasiado complejo y es casi imposible abarcarlo en su justa medida”, para a continuación decir “es un diario, un estado de ánimo y es también una novela”, definiendo en estas últimas palabras lo que casi podríamos considerar la poética de Barcelona. Mapa infinito, un libro que encierra un diario de los interminables paseos de su autor por la ciudad, un libro que nos acerca a la ciudad como concepto, como lugar habitado al que nos unen afectos, objeto de nuestro amor y nuestro odio, un libro que se acaba convirtiendo en una novela sobre la relación de la voz narrativa con el lugar en el que habita, y es en esta vocación de diario, de estado de ánimo y de novela que tiene Barcelona. Mapa infinito donde, curiosamente, y de un modo casi mágico, el libro supera esa contradicción evidente que asume como punto de partida ‒la de que ningún libro puede contener una ciudad‒ logrando, en buena medida, encerrarla entre sus páginas y empujándonos hacia una contradicción o paradoja superior, la de que, pese a esa imposibilidad inicial, acabe hablándonos no solo de Barcelona, sino también de cualquier otra ciudad, pues, a mi modo de ver, cualquier ciudad (también la mía, por ejemplo) puede verse reflejada en la Barcelona que, más que como un retrato, como un espejo, Álex Chico logra armar entre sus páginas.
Pero vayamos por partes y volvamos al principio, para que no parezca que llegamos a conclusiones precipitadas, y digamos que el paseo por Barcelona que nos propone Álex Chico comienza, en realidad, mucho antes de la primera página, mucho antes, incluso, de que esa primera página fuese apenas un borrador en las hojas de un cuaderno o en un documento informático, y digo esto porque la ciudad como asunto y la vocación de flâneur están quizá desde el principio en la obra de Álex, primero en sus libros de poemas, pero más aún en sus novelas, en las que adopta una actitud que yo llamo (utilizando el título de un cuento de Cortázar) de perseguidor, pues cuando sale tras la pista de José Antonio Gabriel y Galán en Un hombre espera, tras la de su abuelo y de los inmigrantes como él en Los cuerpos partidos o tras la de Damián Gallego en su título anterior, Los nombres impares, Álex lo hace sobre todo recorriendo la ciudad, París, Barcelona o la pequeña localidad de Bousbecque, y diría, tal vez incluso, que la búsqueda tiene mucho de excusa para recorrer esas ciudades, porque la ciudad es uno de los grandes temas, si no el asunto principal, de la obra de Álex Chico, razón por la que resulta lógico y natural que haya acabado llegando a un libro como Barcelona. Mapa infinito en el que se enfrenta por fin a la ciudad en la que vive, a la ciudad que ama y odia como quizá a ninguna otra, sin rodeos, sin subterfugios argumentales, a tumba abierta. Y lo hace, como es su vocación, a través de paseos y de lecturas, proponiéndonos un recorrido que incluye el Ensanche, Montjuïc o La Verneda como podría haber incluido, de manera casi intercambiable, otros lugares, otros barrios o zonas de la ciudad ―pues estoy convencido de que de ellos resultaría un retrato similar de Barcelona al que hace en este concreto libro―, pero también un recorrido, a través de citas o referencias, por libros y autores que han hablado en sus ensayos, novelas o artículos de Barcelona, y por eso menciona La ciudad de los prodigios, a Josep Pla o a Jordi Corominas, por nombrar solo los que tengo más a mano, los que surgen de algunos de mis numerosos subrayados.
Porque Barcelona. Mapa infinito, es, por cierto, un libro para subrayar y anotar abundantemente. Para subrayar, por ejemplo, si uno lo emplea como guía de viajes porque desea visitar la ciudad, pues encontrará en él referencias tanto a algunos de sus monumentos más emblemáticos, como la Sagrada Familia o los edificios modernistas del Paseo de Gracia, como a curiosidades o extravagancias, a lugares menos evidentes como la cárcel Modelo o los meublés, esos nidos para el amor furtivo que tan bien definenuna mentalidad y una época, aunque también puedes subrayarlo si el paseo que quieres llevar a cabo es más abstracto, si deseas recorrer las calles de la ciudad como arquetipo, que es el ámbito en el que digo que el libro de Álex Chico supera la contradicción que le sirve de partida, y en ese sentido el libro es pródigo en frases memorables, como que “una ciudad no se construye únicamente de titulares, sino de constantes notas a pie de página”, que “las ciudades se confunden, se superponen. Un lugar está hecho de muchos lugares, por eso vemos restos de uno y otro a medida que lo transitamos” o que “una ciudad es una pregunta que carece de respuesta y, a pesar de todos, nos obcecamos en responder”.
No menos jugosas y subrayables son, en ese sentido, las frases y digresiones que dedica a Barcelona, que Álex define como “una ciudad geométrica rodeada de laberintos”, como “una gran ciudad pequeña, y sin embargo llena de puntos de fuga capaces de desplazarnos a cualquier parte (…), un mapa infinito”, que mira “con complejo de inferioridad a otras ciudades. Especialmente a París, que ha sido el espejo en el que ha intentado reflejarse” o como un “lío” ―dice también en otra ocasión contando una anécdota protagonizada por Jordi Pujol―, expresión que, al modo de ver de Álex, “resume bien la relación del nacionalismo con las ciudades, porque demuestra, ante todo, que los nacionalistas no las entienden. Por eso las rechazan”.
Todo eso hace, en definitiva, que Barcelona. Mapa infinito sea un libro para leer y para releer, tanto si uno quiere conocer Barcelona in situ o sin salir de casa como si, sin salir de casa o desde lejos, uno quiere pensar acerca de su propia ciudad, acerca de qué es una ciudad, de lo que supone vivir en una ciudad, un lugar por el que, según Álex, “pasamos (…) como amantes, no como objetos de deseo”, lo que provoca en nosotros ―y cito de nuevo textualmente― “una mezcla de amor y odio que apenas vemos recompensado”, mezcla frecuente que, si la observamos con calma y la dejamos reducir a fuego lento, veremos cómo acaba transformándose apenas en amor, pues estoy convencido de que el odio a una ciudad, sobre todo cuando es la propia, a menudo es consecuencia de un amor exacerbado, del deseo a menudo imposible de que sea, a los ojos de los demás y de los nuestros propios, mejor que lo que es, un amor del que Barcelona. Mapa infinito es buen ejemplo, no en vano está escrito con una frase de Italo Calvino en la cabeza, la de que “una ciudad se pierde si alguien no la escribe”, por eso Álex escribe sobre Barcelona, porque la ama, para que no se pierda, para que no se desdibuje y se vuelva una ciudad invisible, rescatándola tal vez y dejándonos a todos con la tranquilidad de que, con libros como este, ni Barcelona ni ninguna otra ciudad han de perderse.
Barcelona. Mapa infinito
Álex Chico
Ediciones Traspiés
15,00 euros
Publicado el 24 de mayo de 2024