Quizá sea por sus resonancias, o por las otras acepciones que tiene la palabra, pero el ensayo como género literario siempre me ha parecido que tiene un propósito modesto, el de pasear por un tema con actitud de flâneur, el de probar qué es uno capaz de decir acerca de él a partir de sus lecturas y de su experiencia, confiando en que, al dar vueltas y más vueltas al asunto llevado por la sabia inercia de las palabras, logre poner en pie algo de provecho. Sin embargo, en el caso de Los bajos fondos del corazón, el último libro de Eugenio Fuentes, y a pesar de que se anuncia como ensayo, yo no diría que el propósito es modesto, sino más bien todo lo contrario, porque, construido sobre ‒esos sí‒ diez breves ensayos, su vocación parece enciclopédica, como si quisiese dar cuenta de la novela negra o policiaca ‒el género por el que es más conocido como escritor‒ desde los más diversos frentes, acercándose a ella con la misma ambición de totalidad con la que Herman Melville se lanzó, por ejemplo, a la caza de la ballena blanca en Moby Dick.
A este respecto, sobre su forma de enfrentarse al ensayo, dice Eugenio Fuentes en el prólogo del libro que, a diferencia de los cuentos, que comienza a escribir por el final, o de las novelas, que aborda desde el principio, los ensayos los escribe ‒según sus palabras‒ “comenzando desde el mismo centro, como los antiguos romanos construían los mosaicos”, un centro a partir del cual ‒como dice más adelante en el mismo prólogo‒ “camin[a] (…) hacia los alrededores, dando vueltas en torno al tema, desarrollando variaciones, saliendo y entrando con digresiones, como un yoyó, pero sin abandonar la órbita, sin escapar a la fuerza de gravedad generada por la idea primigenia”, un método que algo tiene ‒tal vez no por casualidad‒ de detectivesco, en la medida en que el detective merodea también en torno al cadáver, al crimen, al daño ‒si utilizamos la terminología que emplea el propio Eugenio‒ para desvelar el misterio, para aclararnos lo sucedido y ayudarnos a comprender ese desgarro con el que nos encontramos de sopetón, in media res, al enfrentarnos, en sus primeras páginas, a una novela negra.
Y en el centro, o emblema, de ese mosaico en torno al que giran los textos que integran Los bajos fondos del corazón está el deseo de rebatir dos tópicos que, en palabras del autor, “perduran demasiado tiempo sobre la novela negra y cuya revisión [le] parece necesaria, porque su pervivencia la perjudica”, el compromiso social y el realismo como características, en ambos casos, inherentes al género, un doble propósito, el de demostrar el carácter relativo, o no sustancial, de ambos, al que yo añadiría un tercero, el de reivindicar no la calidad literaria de la novela negra en su conjunto, pero sí la posibilidad de hacer Literatura con mayúsculas dentro de un género puesto demasiado a menudo en entredicho, quizá por haberse forjado como tal a partir de las manifestaciones más populares y menos exigentes del mismo, y estoy pensando, por ejemplo, a este respecto, en las novelas de quiosco, en la literatura Pulp, tan vendida hace algunos años.
Pues bien, en el viaje que conduce hacia ese centro del libro, contenido en buena medida en el artículo o ensayo que le da título, Eugenio Fuentes se remonta hasta el relato bíblico del famoso juicio de Salomón como antepasado más remoto del género para luego hacer un repaso por otros ilustres precursores, desde uno no mucho menos remoto, el Edipo rey de Sófocles, hasta otros más cercanos, de entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX, como Balzac, Dostoievski, Chéjov, Pedro Antonio de Alarcón, Emilia Pardo Bazán, Valle-Inclán o Fernando Pessoa, autores de cuyas incursiones en el género del daño y el misterio da buena cuenta en uno de los capítulos del libro añadiéndolos de manera destacada a una nómina en la que a menudo no salimos de Edgar Allan Poe, Gaboriau, Conan Doyle o Shkliarevski. Dedica también, más pegados al género, capítulos dedicados al auge de la novela negra; a los detectives resucitados, aquellos cuyas sagas, al morir sus autores, han sido continuadas por otros escritores ‒como son los casos de Sherlock Holmes, James Bond, Philip Marlowe o Pepe Carvalho‒; al libro Sobre los huesos de los muertos, de la premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, que analiza de forma pormenorizada aprovechando para tocar, de paso, asuntos como el personaje recurrente de la femme fatale o las relaciones entre novela negra y ecología; pero también a las relaciones entre novela negra y ciclismo, otra de sus pasiones, en un texto en el que, después de hacer recuento de títulos protagonizados por la bicicleta, desemboca en la novela policiaca para mostrarnos, entre otras cosas, a dos detectives tan célebres como Guido Brunetti o Lisbeth Salander desplazándose sobre dos ruedas; todo ello antes de rematar el libro con un capítulo dedicado al protagonista de sus novelas policiacas, el detective Ricardo Cupido, nacido en una novela de formación, Las batallas de Breda, y que, por méritos propios, se ha ido abriendo camino título a título entre los personajes más célebres del género negro nacional, como demuestra, sin ir más lejos, su presencia en los primeros lugares del “Mapa de la novela negra española” que publicó el pasado sábado Babelia, el suplemento literario del diario El País. Pero un género, como el ensayo, que es pura digresión, que se presta a divagar, permite también en ocasiones dar rodeos más amplios, y Eugenio los da muy interesantes, con capítulos que nos hablan de arte y de cine, y me refiero al que dedica al cuadro Siguiendo los pasos, de la artista Carmen Calvo, expuesto en el Museo Helga de Alvear, y al que habla de la película Burning, de Lee Chang-Dong, basada en un cuento de Murakami que, a su vez, se hace eco de otro de William Faulkner.
Todos esos merodeos da Eugenio Fuentes mientras se acerca, o se aleja, del centro del asunto, y, por lo que respecta a ese centro, a ese emblema ‒abordado, como ya he dicho antes, en el capítulo que da título al libro‒, los argumentos fundamentales del autor son que la vocación de compromiso social del género, su deseo de poner de relieve y denunciar los aspectos más sórdidos de la sociedad, la corrupción, el crimen, la marginalidad, son recientes, que se remontan a los años sesenta y setenta en Suecia o en Francia, mientras que ‒como dice literalmente‒ “históricamente, ni el compromiso político ni la denuncia social formaban parte esencial del repertorio de temas de la novela negra”, siendo considerados casi un lastre, pues si sobre algo ha tratado a lo largo de su historia el género ha sido sobre los anunciados bajos fondos del corazón sobre las razones íntimas ‒más personales que sociales‒ que llevan hasta el crimen, sobre la condición humana ‒sea eso lo que sea‒ a fin de cuentas. Además, respecto al tan aireado realismo del género, Eugenio considera que no es cierto, o solo es cierto en parte, pues la novela negra se niega a retratar toda la realidad, asomándose a su lado más sombrío, al más tenebroso, retorciendo deliberadamente los ambientes, las situaciones y los personajes, con una vocación que la sitúa más cerca del romanticismo que del realismo literario.
Y si Eugenio Fuentes se embarca en esta especie de cruzada es porque ambas pretendidas características del género no hacen sino cortarle el vuelo, limitar sus posibilidades de elevarse hasta la más alta condición literaria, cosa que, por otra parte, saltándose esas pretendidas limitaciones, no ha dejado de suceder del todo nunca, en autores de antes y de ahora, como él mismo ha venido demostrando sobradamente desde El nacimiento de Cupido, la primera novela de la saga, pasando por El interior del bosque ‒la primera de la suyas que leí y que me deslumbró‒ o por títulos como La sangre de los ángeles, Cuerpo a cuerpo, Contrarreloj o Mistralia, hasta llegar a Perros mirando al cielo, la más reciente entrega, la que, según su autor, mejor definiría la serie, porque ‒y cito literalmente‒ le “parece que estas novelas hablan de eso, de los pobres humanos que vivimos aquí, en la tierra, en esta minúscula parroquia del universo, que demasiadas veces nos comportamos como cánidos, unos viviendo con todos los lujos y cuidados y otros hambrientos y atacados por las pulgas”, pese a lo cual ‒y retomo de nuevo sus palabras‒ “de vez en cuando, en súbitos momentos de trascendencia y esperanza, dejamos de caminar olisqueando la tierra para mirar hacia lo alto”, palabras que me parecen extraordinarias como colofón de esta presentación, pero también para definir una obra literaria, la de Eugenio Fuentes, que se niega a dejarse encasillar, que escapa de la tiranía de los decálogos y que mira y aspira siempre hacia lo más alto.
Los bajos fondos del corazón
Eugenio Fuentes
Tusquets Editores
21 euros
Publicado el 24 de abril de 2024