
Siempre me gustó practicar algún deporte, pero entre ellos tengo preferencia por el caminar: un deporte de diletantes, si es que este se acompasa con la distracción del pensamiento estético. Se camina por la ciudad y se encuentra en los pequeños detalles el rescoldo de la vida, alguien que pasa, el color de un vestido en primavera, la algarabía de los niños en el parque, el desconchado triste de una esquina. Todo envuelve el ritmo del flâneur. Y aunque uno camine solo, la ciudad se vuelve acompañamiento. Otras veces uno pasea por el campo, tranquilamente, no hay prisa, pues no vamos a ningún sitio y los pasos se deslizan entre los aromas vegetales y la luz de color de las flores. Es casi un deber caminar despacio para que esta primavera tan lluviosa nos muestre sus secretos: las inflorescencias mínimas de los árboles, el vuelo disperso de los insectos, el trasegar de los pájaros que ya andan sacando la primera nidada. Caminar deprisa sería leer el paisaje con la ansiedad de un corredor de bolsa. Y no hay necesidad.
Leer libros debería ser considerado un deporte, un deporte olímpico. Cada lectura tiene su estilo. La del corredor de fondo que con tenacidad y resistencia de runner lanza su zancada sobre obras kilométricas. La del gimnasta que compite en diferentes categorías a la vez. La del cronometrista que apura el tiempo en la tensión de la última página. La de la natación sincronizada que hace de las posturas coreografiadas pura lírica. O la del lanzamiento de jabalina. Un deporte libre de competencia en el que cada uno libera a gusto la necesaria dosis de endorfinas sintácticas.
Estos días ha caído en mis manos un pequeño libro, que se titula Flexiones. Inflexiones, reflexiones y otros ejercicios desaforísticos, y lo firma Félix José Ortiz. El libro es, como indica el propio título, un libro de aforismos. Al aforismo lo definió illo tempore San Isidoro: sermo brevis integrum sensum propositae rei escribens, o a lo donantoniomachado, frases breves con sentido. El libro está dividido en dos partes que se complementan y se reflejan, “De lo profano” y “De lo sagrado”, que a su vez se dividen en subsecciones: I. Desaforismos y Aleluyas. II Hombres, demonios y ángeles.
Es un libro de sorpresas, una galería de virtualidad literaria que lo mismo se aposta en el humor heredado de las vanguardias (El primer café de la mañana en el tanatorio no resucita a un muerto), en la irreverencia punk (¡Vaya por Dios! (Brindis del creyente al derramar el vino)) o en las lindes del sarcasmo (Un cóctel Molotov en una lata de Coca-Cola: la chispa de la vida). Un cofre que encierra ironía, juegos, frivolidad, trascendencia, greguerías y esa llana honestidad que viene de la autoconciencia creadora. Podría inscribirse, quizá, en la categoría del tiro con arco. Las flechas salen raudas y desde lejos parecen desviarse de su objetivo, pero no, perforan la diana y la vara se queda cimbreante para el lector atento, pues está hecha de un profundo acervo cultural, que le da luz al texto. Punta, astil y pluma, una lectura en distintos niveles que presenta intencionadamente una poética: Un desaforismo no admite prisas: retiene la lectura porque manda escudriñar con esmero cada palabra, cada intención. Porque impone una alelada parsimonia en la delectación. Y es verdad, Reflexiones no admite prisas, necesita al flâneur que saboree su territorio reflexivo e inteligente.
Microtextos, algunos califican así al aforismo, en esa búsqueda ad infinitum de los moldes clasificatorios. Pero estos crecen en las manos que los sujetan en el ejercicio de la lectura. Confieso que lo he leído más de una vez, en algunos momentos buscando la complicidad astuta e ingeniosa de alguna de sus partes. Y me he decantado por Leviatán, (¿Inflexión?) que comienza de esta manera: “ANTIAFECTACIÓN: No hay amor. No sin arrancar la calle de sus goznes, no sin desmembrar las muñecas de trapo, no sin dejarse caer al pozo diminutivo. No hay amor sin fatiga ni renuncia, ¡no lo hay!”. Hay muchas historias dentro de este libro, un caleidoscopio del logos. Lean y disfruten de nuestra corta primavera. Y anden despacio porque se llega más lejos…
Texto de Felipe Rodríguez publicado el 14 de abril de 2024