
La vida está hecha de luces y de sombras. Aunque tanto unas como otras dependen de cada persona: por la satisfacción del camino recorrido o por la desesperación de no haber cumplido… Estoy seguro que nuestro amigo médico, Delfín Hernández Hernández, fallecido al inicio de esta Semana Santa de 2024, pertenece sin duda a los primeros, por su labor en pro de la sanidad y en pro de la cultura en general y en concreto por el servicio y cariño a su patria chica, de Cuacos de Yuste y su comarca de La Vera.
Yo colaboré en aquel entonces, hace una treintena de años, cuando volví a La Vera, en la Asociación Cultural de Amigos de la Vera, fundada por él. Y confieso que lo que más me sorprendió e impelió a cooperar con esta asociación fue el entusiasmo y la ilusión que él transmitía en la preservación, conocimiento y amor a la tierra verata con su gente, sus tradiciones y su singular belleza.
Para él entrar en el Reino de la Luz, como profundo católico, al margen de otros méritos, títulos, condecoraciones, fundaciones y cargos de gran responsabilidad a la cabecera de entidades locales, comarcales y regionales, sin ánimo de lucro alguno, debe haber sido triunfal, como la de Jesús en este domingo de Ramos, en Jerusalén.
La última vez que hablamos, al residir ya él en Cáceres como doctor en medicina, fue para intercambiar nuestros deseos de continuar en la brecha sin decaer, “con la salud, vitalidad y emoción que sigues tú demostrando a pesar del paso de los años”, le advertí.
La parca, que no perdona, (“con la muerte no hay ley: muere el Papa y muere el Rey”) nos ha arrebatado a este gran paladín verato y extremeño que a sus noventa años corridos continuaba en la brecha, infatigable en la lucha diaria.
Baden Powel, fundador del Escultismo en 1907, aconsejaba a sus jóvenes: “trabajad de manera que al final de la vida hayáis mejorado en algún aspecto el mundo en el que vivimos”. Y ese parece que fue un consejo que Delfín abrigó y puso en práctica en pro de su tierra, la Vera.
Nuestra paz y tranquilidad no es banal ni perturbadora o de pena, porque sabemos que Delfín ha entrado en el Reino de la Luz, esa luz y blancura que transmiten los cerezos en flor en estos días primaverales de marzo en su tierra verata.
Quizás viniera bien recordar para él, que tan denostadamente luchó en su vida, el epitafio que figura en la lápida de la tumba de Unamuno, otro grande de la historia: “Méteme, Padre Eterno en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí pues vengo deshecho del duro bregar”
Descansa en paz, amigo Delfín, paladín cultural de la Vera.

Publicado el 24 de marzo de 2024