Tía Eduvigis Martín Martín peinaba muchas arrugas y canas cuando la entrevistamos. Era de Caminomorisco, Las Hurdes, y estaba en la residencia de Vegas. Nos cantó una coplilla que nos dejó intrigados: ‘A la luna de enero, / luna del lobo. / En cuantis más la miru, / más me namoro’. Le preguntamos por los del ‘lobo’. Nos dijo que conforme la había oído a los de atrás, así la cantó siempre. A Isidoro Gómez Iglesias, de la alquería de ‘La Aldigüela’ (La Aldehuela, en castellano), concejo de Lo Franqueado, nos lo encontramos un día, hace ya un montón de lunas, en una estrecha vereda del ‘Puertu del Esperabán’. Aún no garabateaba el asfalto que, más tarde, encumbraría el puerto, pero, al llegar a tierras salmantinas, la pista era de tierra y siguió forestaleando durante indefinido tiempo. Isidoro nos contó muchas cosas. Era ya atardecido. Salió entre las montañas una imponente luna. Una maravilla sobre las pizarrosas cresterías del territorio jurdano. La piropeamos. Luna de agosto. Por estas tierras comentan aquello de: ‘Crara luna la d,agostu, si la d,eneru no le diesi en el rostru’. Isidoro nos confirmó que la luna que era en verdad luna, más que hermosa en toda su redondez, era la de enero, sobre todo las noches en que, según él, subían de los infiernos las ‘jelás zajinas’ (heladas negras, temibles por el daño que hacen en los cultivos). Añadía que, en esas ‘nochis de luna acristalá, con la cara cumu el jaspi, limpia y pulía’, la tierra, por el contrario, se vuelve ‘escura y s,acarambana con unus jielus envisibris peru que queman las prantas’. Remataba diciendo que esas noches era cuando los lobos más aullaban a la luna: ‘una ajullería enfernal, polque los lobus la vían tan guapa que se namoraban d,ella’. No solo iba a ser el toro quien se enamorase de la luna, tal y como cuenta la canción del compositor y músico Carlos Castellano Gómez y que lanzaron a los cuatro vientos artistas como Marisol, Lola Flores o Manolo Escobar.
Clarissa Pinkola Estés es una nombrada psicóloga clínica, activista social, poeta y escritora. Hija de padres mexicanos con ascendencia indígena, asentados en Estados Unidos. Fue dada en adopción a una pareja de inmigrantes húngaros, que escapaban del terror naZi. Se crio en un ambiente cuajado de cuentos y leyendas, de auténtica cultura tradicional y popular, que, años más tarde, formarían parte de su libro ‘Mujeres que corren con los lobos’. Clarissa, en sus páginas, brega por dotar a las mujeres de seguridad en sí mismas. Llama a la introspección como mecanismo adecuado para luchar contra la alienación a la que se encuentran sometidas por un sistema patriarcal, capitalista y globalizante. Su pensamiento se ve escalonado por lo que ella define como el ‘oído del alma’, que es el que sabe escuchar los relatos de tradición oral y se encarga luego de transmitir sus enseñanzas. Pero bien creemos que esa mezcolanza del empirismo y lo arcano divaga y da palos de ciego. El caminar por tierras desérticas, mediante estados contemplativos, para encontrar a la ‘Mujer loba’, resulta algo abstracto, bastante alejado de la diaria lucha por la vida, de esa cuesta (‘hard decisions’), ciertamente harto ardua, para llegar a la plenitud vita (‘easy life’).
No entendió muy bien Clarissa, mitológicamente hablando, la interrelación del lobo con la luna de enero. Se quedó absorta observando la belleza del satélite, sin percatarse que la ‘jelá zajina’ le abrasaba los pies. Por ello, pontificar sobre el exilio que sufren las mujeres por ser ellas mismas o que, por cumplir los que otros quieren, les lleve a exiliarse de su misma esencia, es caer en el abismo de posturas maximalistas. No diremos que haya casos, pero meter a todos en el mismo saco o que paguen justos por pecadores, no es de recibo. Sí, mi difusa musa (‘Ojos Añiles’, para la ‘luna del lobo’). ¿Para cuándo la concreción en carne y huesos y dejar de pensar en desgastes que nada desgastaron ni en heridas que no dejaron marcas? Y menos aventuras aventurándose con la banda ‘Aventura’ y su pegadiza, plañidera y resentida musiquilla de ‘Dile al Amor’. Cada cual puede disertar, cantar u opinar según le va en la feria. Pero una cosa es opinar y otra muy distinta argumentar. Si no hay argumentos sólidos, la opinión se tambalea. Cuando alguien ama y canta a la luna de enero, sabiéndose guardar de la helada negra como el resquemor, solo piensa en pagar al desamor con más amor y no en exilios, exiliadas ni ‘exiliadores’. Clarissa Pinkola fue una excelente escritora y psicóloga. Nosotros no somos quienes para poner en tela de juicio el psicoanálisis. Pero sí es preciso meter en una redoma lo científico y lo místico, y no solo tomar partido por este último ni ceñirse a cuatro arquetipos de escaso recorrido. Me atraen las mujeres que llevan a un lobo de compañero corriendo tras ellas, y más si saben mirar a la luna de enero con ojos tan grandes, profundos, hermosos y expresivos como aquella que el día de autos se alzó con un diploma por ser el colibrí más inquieto y encantador del planeta Tierra.
Luna de Antruejos
Refiere un viejo dicho que ‘Por San Antón, Carnestolendas son’. Cae San Antón a 17 de enero y, ciertamente, los ritos precarnavalescos invaden nuestros mundos rurales. Inclúyanse los referentes al Jueves de Compadre y Jueves de Comadre. Bien podemos afirmar que los antiguos antruejos, por definición, coinciden con la última luna nueva del invierno. Concretamente, se iniciará esta fase lunar el 9 de febrero, víspera del ‘Sábadu Gordu del Entrueju’, al decir de los jurdanos. Los últimos estudios antropológicos sobre nuestros carnavales, que aún mantienen en pie los pueblos que están orgullosos de sí mismos y sus tradiciones, exponen que estos festejos son la continuidad de una serie de ritos que rememoran a nuestros antepasados. Todo enmascarado, que es consciente de lo que lleva implícita su máscara, viene a representar como a un ser que vuelve de donde ya no se vuelve. Por ello, se permiten libertades que los humanos no pueden ejercer en su vida de vivos. Toda una vuelta completa a la tortilla y volver el mundo del revés. Para los jurdanos, nunca existió la palabra ‘disfrazarse’, ya que ellos se ‘encarantoñan’, se ‘entruejan’ o se ‘enzamarran’ en los carnavales y saben honrar debidamente a sus antepasados.
Lamentablemente, los que sí se disfrazan y tiraron ya al contenedor el testigo que les pasaron las generaciones que dejaron atrás son los que tienen la osadía de llamar a sus desfiles y concursos de disfraces con el nombre de ‘carnaval’. ¿Desde cuándo los carnavales se sometieron a la uniformidad marcial de los desfiles y a competitividad de los concursos? Son los legítimos herederos estos falsos carnavales de las pompas, confetis, carrozas, derroches, lujos, fastos, vanidades… que se celebraban en los grandes salones de la burguesía capitalista de los siglos XVIII y XIX. Hoy, alimentados aún más en sus ostentaciones y relumbrones, completamente plastificados, por la sociedad consumista que fomentan los grandes almacenes. Queda más que claro la repelente oscuridad modernista que envuelve a este tipo de fiestas que cercenaron sus auténticas raíces populares y sus identidades como pertenecientes a comunidades con asentada personalidad. No han sabido, en su ignorancia, mirar con ojos diáfanos a la última luna nueva del invierno y, por ello, esta luna los alunó, convirtiéndolos en lunáticos; o sea, expulsados espiritualmente (dicho al modo mítico) de los territorios por donde extiende su luminosidad astral. Nada que ver estos lunáticos con los ‘muertos-vivos’ (no muertos-vivientes) de los ancestrales antruejos. Los lunáticos están abducidos por la modernidad consumista, que nada tiene que ver con el progreso. Es muy triste que los gerifaltes y jerarcas que mantienen y jalean el llamado ‘Carnaval de Plástico’, que son incapaces de interiorizar los valores de la tradición (no del tradicionalismo), tengan la desvergüenza de afirmar que ese seudocarnaval sin alma ha logrado sacar al pueblo de su embrutecimiento y de su estado prehistórico. ¿Acaso no serán ellos los embrutecidos por el deslumbramiento de una modernidad globalizadora que se está cargando a marchas forzadas la sana y armónica diversidad? ¿Conocerán ellos las diferentes etapas del Paleolítico, Epipaleolítico, Mesolítico y de la Prehistoria reciente para permitirse el lujo de hablar sobre ellas? ¡Ay, maestros liendres, que de todo saben y de nada entienden! Para mayor inri, no tienen empacho en afirmar que, gracias a esos fraudulentos carnavales, entra más dinero en el pueblo en las fechas que lo celebran. Mentirosos y caraduras, porque el personal con dos dedos de frente se marcha en busca de lo auténtico, al igual que los medios periodísticos y la intelectualidad interesada por las antiguas culturas y sus tradiciones.
Despidiéndonos de la radiante y preciosa luna de enero en su última noche, cuando se cierra la efemérides de Santa Jacinta y San Teófilo, os invitamos, en nombre de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, el próximo domingo, día 4 de febrero, a la presentación del ‘Carnaval Jurdanu’ en el pueblo de Ahigal. Todo un despliegue de antiquísimos rituales carnavalescos. Recorrido por calles, plazuelas y su tradicional mercado dominical. Tamborileros, ‘ramajerus’ o danzarines, romances y rondas del ‘entrueju’ y un sinfín de personajes mitificados haciendo de las suyas. Presencia en las bodegas de Crispín García Paule, donde también visitaremos su museo etnográfico, y de la ‘Hermandad Jurdanu-Ahigaleña’. Comida en los ‘Salones Mahíllo’, subvencionada por el Ayuntamiento jurdano de Caminomorisco, y despedida del pueblo de Ahigal, que siempre nos recibió con los brazos abiertos. A partir del próximo año, habrá cambio de tercio.
Sabemos de buenas fuentes que Lupe Lope de La Ópera, el poeta que logró desenredarse de los harapos pegajosos de la niebla, estará con nosotros en tan jurdanas carnestolendas. Sus azulados versos, solapados tras uno de sus muchos heterónimos, ponen el broche final a esta crónica, escrita bajo el resplandor de la luna lunera, bonita y de aturquesado halo, del mes más escarchado del año. Del poemario ‘Rucones’.
… Si ‘Él’ supiera que estuve metida hasta el más profundo fondo
del ‘Carnaval Jurdanu’, la joya más preciada de su republicana corona,
jamás pasaría a creerlo. Tan cierto como que hay estrellas en el cielo.
Me encarné en la legendaria ‘Titiritaña’
y me dejé llevar por la batahola del antruejo.
Nadie me conoció. Estuve a su vera. Le rocé, le toqué, le respiré
y, encelada, le hice virtualmente mío.
En muchos frentes apagando fuegos
y tenía que dividirse en veinte cachos. Imposible reparar en mis ojos azules,
que encalenturado le tenían desde que vista puso en ellos.
Ni en mis labios, pecas, cicatrices y lunares,
que los guardaba en clichés de su cerebro.
Ni en dibujo que me tatuaron junto al tendón de Aquiles
y que ‘Él’ pretendía comérmelo a bocados.
Si ‘Él’ supiera que estuve en el ‘Carnaval Jurdanu’ y no le dije nada,
jamás me lo perdonaría. ¡Mentira! ‘Él’ desconocía el rencor
y perdonaba hasta a la
‘mala gente que camina
y va apestando la tierra’
Foto superior: Parto de la “Tía Rechonchona”. Al fondo, con sombrero y gafas de picapedrero, José María Domínguez Moreno, ilustre historiador y etnógrafo, miembro de la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, que fue el que luchó a brazo partido para que la presentación del “Carnaval Jurdanu” se llevase a cabo en Ahigal. Lamentablemente, se nos fue de nuestra vera el pasado 14 de diciembre. Edición del “entrueju” en el pueblo de Azabal. Foto de Extremadura Virtual.
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en enero de 2024