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Perder la gracia

Se conoce como Generación X, la de la incógnita, a aquellos que fueron a nacer entre los años 1965 y 1981, una generación a la que los sociólogos tildaron de indolentes amantes del grunge y el hip-hop, del cine independiente, del videoclip, del ordenador personal; jóvenes cínicos y alienados por la disolución de las estructuras familiares clásicas, acosados por el crack y el Sida y por los varapalos al gasto público que les dio la engominada economía del laissez-faire. Aunque a los cincuentones traumatizados en su infancia y desorientados en su juventud, según los mismos sociólogos, no nos ha ido nada mal, parece ser, ya que hemos obtenido un confortable retorno de las inversiones y los riesgos asumidos y los logros sociales y monetarios que ha garantizado que el día a día de nuestras vidas se mueva por los andamiajes de la seguridad, a pesar de los sobresaltos e incertidumbres del presente. Un grupo de edad, sobradamente preparado, que se ve a sí mismo como dinámico, industrioso y hasta cierto punto feliz. Este ramillete de características, un perfil sencillo que encierra una enorme complejidad, lo he extraído a vuelapluma de Wikipedia, que afirma con autoridad que se refiere principalmente a Estados Unidos.

Por España el panorama tampoco andaba tan lejos. Los 80 fueron años duros, de transformaciones, de promesas y movidas, de europeización, de ETA. Los 90 entonaron una cantinela de españolidad universal a costa del dinero europeo (aquel que pensábamos gratis). Fueron los años de Barcelona, Sevilla, ETA, años de manos largas, Mario Conde, la ruta del Bakalao y de quienes sonreían a la sombra del ladrillo. Para algunos fueron los años de formación e inquietud, de universidad regional, cacereña, pacense, espídica.

Cada cual lo vivió o lo sobrevivió como pudo, pero ya solo tiene una lectura: es historia. Esa historia con minúscula, personal e intransferible de la que solemos hablar cuando, apostados en la barra del bar, nos encontramos con los amigos, con el resabio del tiempo en los labios. Así éramos.

Perder la gracia. Cuatro vidas a la mitad es un libro escrito por cuatro amigos: Javier Gómez Santander, Pedro Simón, Antonio Lucas y Eduardo Madina. Y estoy más que seguro que en sus páginas cuentan cosas que ellos se han contado muchas veces, a la luz ámbar de una cerveza. ¿Hemos perdido la gracia?¿Ubi est? La gracia, el donaire, el atractivo y la afabilidad, la involuntaria inocencia de la vida que regala la juventud quedó atrás acuciada por las demandas perentorias de la edad y el trabajo. Ley de vida. Pero hay una gracia natural y salutífera en el conversar, en la amistad que fluye desde la palabra y la idea. En escuchar a quien nos habla con sinceridad y confianza, libre de trabas y libre de beneplácitos. Este libro, publicado por Alfaguara en su colección de Narrativa Basada en Hechos Reales, ofrece eso: conversación viva, espontaneidad y sinceridad a manos llenas, y estos también son ingredientes de la gracia.

Se divide el libro en cuatro ensayos personalísimos que nos llevan por los vericuetos de unas vidas y trayectorias profesionales

Se divide el libro en cuatro ensayos personalísimos que nos llevan por los vericuetos de unas vidas y trayectorias profesionales que han adquirido alguna cuota de relevancia social, y éxito, como guionistas, novelistas, periodistas o políticos. Le confieso que he leído el libro como el paisano anónimo que, en la barra del bar, se entromete de oídas en un asunto secreto pero perfectamente voceable, como tantas veces ocurre en nuestros santos confesionarios. Reconozco sus caras, sus voces y hay que prestarles atención.

Con un estilo directo y distendido, Javier Gómez Santander cuenta las peripecias que le llevaron primero a presentar el tiempo en La Sexta

Con un estilo directo y distendido, Javier Gómez Santander cuenta las peripecias que le llevaron primero a presentar el tiempo en La Sexta (aún recuerdo sus partes), dirigir después La Sexta columna y, un día como otro, convertirse en el guionista y coproductor de La casa de papel. Reflexiona, porque lo vivió en carne propia, sobre las exigencias del prime time y la celeridad extenuante con que se procesan las noticias en televisión. No tiene desperdicio la narración de cómo el equipo de La Sexta, en la que él participaba, supo leer el movimiento del 15-M y buscó con ahínco un interlocutor válido y con punch televisivo que diera voz y relato a los acontecimientos que se estaban desarrollando durante esas semanas. Léanlo, quién hace a quién o quién necesita a quién abre a los profanos vías interesantes de interpretación de la realidad política y comunicativa más mundana.

Como Pedro Simón afirma, hay quienes no se venden, son quienes, a pesar de los yerros y las equivocaciones, son todavía ejemplo y faro para los que vengan.

El siguiente amigo es el galardonado periodista y novelista Pedro Simón, que habla – algo más calmo – del periodismo y de los medios, de la plusvalía de miseria que se cierne sobre los jóvenes periodistas, trabajadores mal pagados y a veces mal vistos, que deambulan por el terreno inhóspito de las redes sociales a la caza de la noticia. Un periodismo de moqueta atrapado por las crecientes costas de un negocio en caída libre y por las influencias manipuladoras del poder. Pues si a algo ha asistido esta generación X o como se llame, que es también la mía, es a la disolución de los medios de comunicación en el magma de la posverdad, y las sospechas que gravitan sobre muchos de sus directivos. Pero, como Pedro Simón afirma, hay quienes no se venden, son quienes, a pesar de los yerros y las equivocaciones, son todavía ejemplo y faro para los que vengan.

¿Qué es la cultura en la actualidad? ¿A dónde se dirige? ¿Qué papel cumple en el juego social?

El tercer colega, Antonio Lucas, periodista y poeta – por quien confieso cierta debilidad como lector -, se adentra en un terreno que nos incumbe a muchos, de una u otra forma. ¿Qué es la cultura en la actualidad? ¿A dónde se dirige? ¿Qué papel cumple en el juego social? Dice, irónicamente, A. Lucas: “La cultura es ahora lo que debía ser: un buffet”. Me recordaba leyéndolo a una conversación simpática que tuve con un antiguo crítico de poesía de un periódico nacional, y digo antiguo porque ya no lo es, que me explicaba cómo sus críticas razonadas no gustaban mucho cuando comentaba aspectos fallidos de las obras. No, no, así no – le decían. Populismo, bastardía, mainstream, homologación cultural, “exceso de estupidez sucedánea”, arte sin arte… y podría seguir extrayendo sintagmas que por negatividad retraten, según el poeta, cuál sea la deriva de la cultura actual. Lo que está claro es que Lucas – él tiene experiencia y conocimiento, pues es director del suplemento cultural de El Mundo – constata cómo la vida, y la cultura con ella, se ha acelerado a tal ritmo en las dos últimas décadas que se ha vaciado de referentes firmes hasta volverse frágil. Los algoritmos la precipitan. El mercadeo de likes y corazones es de tal complicidad adúltera y sobreexcitada que emborrona las verdaderas propuestas, que también las hay.

Eduardo Madina escribe “Hay veces en que lo normal es fracasar”

El cuarto y último participante de esta apasionada charla, y así lo he leído yo, apostado en la vecindad de la barra del bar, es Eduardo Madina. No necesita presentación, pues todos Uds. lo recordarán como diputado del PSOE y como perdedor de las elecciones a la Secretaría General del PSOE en julio de 2014. La primera frase que escribe es: “Hay veces en que lo normal es fracasar”. Y sí, eso es lo normal. Las historias de éxito nos apasionan, poseen un imán que acaparan todos nuestros anhelos y ambiciones. Son el lustre de la vida. Pero la vida es compleja y despliega con vehemencia sus obstáculos, ¿verdad? Madina, en este ensayo personal, es el amigo docto, el hombre mesurado y cabal, tal y como se mostró en su trayectoria política, que sabe de qué habla y aúna opiniones.  Conoce el país y la sociedad en su intratable complejidad, y asume como propio un fracaso generacional que no ha sabido construir un proyecto de país revitalizante. Y a lo mejor él tiene razón – ya digo que se muestra juicioso – y hemos perdido la gracia de veras. Y con ella, aquella energía de la juventud que imaginaba un país mejor para todos. Pero el reto no ha acabado, los desafíos a los que como sociedad, como mundo global, nos enfrentamos son de una envergadura inimaginable. Y la política necesita, según sus palabras, de futuros políticos que le den “trazabilidad” y “coherencia”. Y deja una puerta abierta a las generaciones que nos siguen, pues es cierto que jamás se ha reunido en tan poco tiempo tanto talento. Madina no es un conformista, un ex-político tibio, así que apura el vaso y habla de puertas giratorias vergonzosas, de estructuras partidistas rígidas y endogámicas, de la necesidad de nuevos instrumentos y lenguajes para los desafíos futuros y de las inquietantes políticas de la contradicción. Habla tranquilo, con sosiego, pero habla claro.

Lean el libro, porque si sienten quizá que han perdido la gracia, si el tiempo se les ha vuelto ingrato, sepan que aún tiene bastante que decir, y entre Uds. los que fuimos o somos la generación de la incógnita.

Texto de Felipe Rodríguez publicado el 30 de enero de 2024

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