‘Á Bía, para que esqueça a noite fría de dezembro e abra todas as portas para a linda lua de janeiro’
Ni media mañana era cuando, a lomos del todoterreno, me topé con lo que bien creí que era una procesión de gente adoradora de ese engendro consumista llamado ‘Halloween’. Pero la noche de las ánimas ya había quedado muy atrás. Abundaban los disfraces, sobre todo las capuchas de ese obeso personaje llamado ‘Papá Noel’ y que, como el ‘Halloween’, es otro monstruoso aborto, que nada tiene que ver con nuestras tradiciones navideñas. En primera, todo el rato. Detrás de la procesión. Me desesperaba. Mi intención era perder de vista el casco urbano del pueblo y meterme entre el berrocal con el fin de apañar una manada de espárragos, precisos para preparar la consabida tortilla. Nunca puede faltar en la cena de Nochevieja. Frené el vehículo y pregunté a los disfrazados de la cola. No les conocía. Debían ser hijos o nietos de paisanos del pueblo, que emigraron en su día. Me respondieron que aquella era la ‘Carrera de San Silvestre’. No sé si correrían antes o después, pero yo no vi a nadie correr. Jamás tuve noticias de que tal evento se celebrara en este pueblo, levantado a menos de cinco leguas de la mítica comarca de Las Hurdes.
No tenemos noticias de que el Papa Silvestre I, nombrado para tal cargo por los cambalaches y politiqueos del emperador Constantino, corriera, sujetándose la tiara, detrás de los herejes. Ambos, Papa y emperador, fueron pájaros de mucho cuidado, aunque la Iglesia Católica, Apostólica y Romana les haya blanqueado convenientemente. Surgieron estas carreras en 1925, en la ciudad brasileña de Sâo Paulo, organizadas por un gremio periodístico. Y, luego, ya saltarían a España en los años 60 del pasado siglo. No sabemos cuál será su evolución, pero para que obtengan el título de evento tradicional deben pasar, como mínimo, dos generaciones. Por algo se empieza; pero que los que vienen detrás, sobre todo en el medio rural, que en el urbano ya se hizo trizas la diversidad, no olviden nunca de dónde vienen y adónde quieren llegar. Si nuestros pueblos pierden los realismos mágicos que perviven a duras penas, mal asunto. Ya lo comentaba certeramente nuestro buen amigo Juan Francisco Blanco González (Paco Blanco para los amigos), conocido escritor, investigador y gestor de la Cultura Tradicional: ‘La desintegración del pensamiento mágico ha hecho que salte por los aires una concepción sagrada del mundo que sostenía buena parte del patrimonio inmaterial. Las tradiciones que perviven hoy lo hacen soportadas por un apego a la identidad, pero muy alejadas del hontanar genésico’ (“La Gaceta”, 24/XII/2022). Nada que ver lo de ‘concepción sagrada del mundo’ con monoteísmos dogmáticos, sino con otras coordenadas culturales y mundos simbólicos completamente distintos y donde tiene cabida la antigua religiosidad popular, que nada tiene que ver con catecismos y misales. Toda una proeza que las culturas locales aguanten el empuje y la manipulación absorbente de la globalización, que pretende arrumbar todo lo que no le genera beneficios, atendiendo a su idea de capitalismo global, donde el hombre ni siquiera es reconocido como cliente, sino como un grisáceo número o títere de la sociedad de consumo. Si los indocumentados y maestros liendres, que suelo haberlos en todos los escalones de la Administración, no son capaces de interiorizar, bien por falta de talla intelectual o por oscuros intereses, los entresijos de la Cultura Tradicional, mancharán todo lo que toquen en este sentido y se vendrán abajo muchos palos de los que la sostienen.
Callejeando
Rebuscando entre los canchales las espinosas esparragueras, logramos coger un regular manojo. La tortilla quedaba asegurada. Buena jornada, templada y el sol asomando a ratos. El encargado de tortillear, dándole el punto exacto, como de costumbre, le correspondió al pariente Máximo García García, de Guijo de Granadilla, experto químico en calibrar talla de vinos y corchos de los tapones que los aprisionan en botellas. Fue el primero en paladear y dar el visto bueno a botella de ‘Rosé Calcatorivm’ (‘Vinho de Lagar Rupestre’. Ediçâo limitada. Vinho Regional Transmontano). Todo un detallista regalo de mi querida amiga Beatriz Comendador Rey, ilustre arqueóloga gallega y doctora en Filosofía y Letras, con la que, de vez en vez, encumbramos las montañas y zancajeamos a lo largo de los valles. Riquísimo el vino, que envolvía nuestros paladares con efluvios de la antigua Roma.
Se comieron las uvas, de cuyo rito no participo, porque aún no ha legitimado la tradición tal costumbre, ya que no se remonta más allá de 1892, como importación de una práctica navideña el último día del año de la burguesía y la aristocracia francesa. Por lo tanto, de ritual popular, nada de nada. Su auténtico apogeo fue a partir de 1909, cuando hubo un gran excedente de uva en el valle alicantino de Vinalopó y comenzaron a comercializarse como ‘uvas de la suerte’ en paquetes de doce unidades. A partir del próximo año, he dado palabra firme de comerme doce uvas pasas. Tras dar el reloj las doce campanadas, recorrido por los cuatro bares, reconvertidos en discotecas de música enlatada. Es la exigencia de los nuevos tiempos. La pela es la pela y hay que contentar a la mucha juventud emigrante y local, lógicamente. Ciertamente, el día de Nochevieja no era un día fiesta grande en nuestras infancias. En el medio rural, siempre se llevaban la palma los días de Nochebuena, Navidad, Año Nuevo y Reyes. El sentir atadas nuestras cuerdas vocales, imposibilitadas de darle al palique y cantar como tenores, por mor de las estridencias musicales, dio lugar a que se deshiciera la cuadrilla. Cada mochuelo a su olivo.
Me quedé solo y me dediqué a callejear sin rumbo fijo. Calles solitarias, en la penumbra. A ratos, vi la luna fría de diciembre. El embarazo del satélite comenzaba a desinflarse lentamente. Recuerdo otra fase lunar semejante en otro diciembre, cuando se produjo una intenta lluvia de meteoros, ‘Las Gemínidas’, de alta actividad. De esto sabe mucho mi amada musa ‘Ojos Añiles’, pues sus hermosas pupilas se van tras las astronomías en cuanto te descuidas. Pero aquella noche decembrina se puso turbio el firmamento y yo me reencarné en un cosaco con un barril de ron cargado al hombro y los malos hados me transformaron en un gigantesco pulpo y en un oso de musculados brazos. A veces, el mal fario te pone zancadillas y te indigesta la comida de hermandad. La penitencia continúa y el viacrucis nunca acaba. Decía mi gran amigo Cecilio Martín Martín, al que llamaban ‘El Paja’, de la alquería jurdana de Las Mestas, que ‘en la luna fría de diciembre, a la Dentona tan solu le quea un diente’. Y nos seguía relatando que este personaje, medio bruja y medio vieja, medio huraña y medio loca, medio espanto y medio histriónica, solo tenía doce dientes en la boca. Cada mes se le caía uno. Cuando, en la fría luna de diciembre, solo le quedaba uno y se percataba de ello, huía a su cueva, en lo más intrincado del monte, echándose a dormir hasta que le volvían a salir el resto de los dientes. Referían que, si algún año perdía el último diente y no se cercioraba de ello, el mundo se acabaría.
Ruando por los nocturnos barrios de un pueblo que casi alcanzó los 2000 habitantes y, hoy en día, no llega a 800. Un ejemplo entre miles de la España Vaciada, Apaleada y Crucificada. Mucho nos tememos que no haya vuelta de hoja. La palabrería barata de los vendedores de humo se la lleve el viento. Promesas para apañar votos y, luego, solo aparecen rótulos de ‘Se Vende’ claveteados en las puertas. Los poderosos, llámense liberales, conservadores o socioreformistas, los de siempre, siguen siendo los dueños del mundo. Unilateralismo y Globalización. ¡Apañados vamos! Doblo una esquina y un gato cruza raudo y desaparece en la oscuridad. El jurista y psiquiatra Bernard L. Diamond afirmaba que ‘si hubiera que elegir un sonido universal para la paz, votaría por el ronroneo’. Mi musa, la que me tiene completamente abandonado, es íntima de los gatos. Los adora con locura. Creo que aprendió a ronronear, pero no tuve la suerte de que emitiera un solo ronroneo junto a mi pabellón auricular. No pierdo la esperanza. Yo amo a todos los animales, incluso a los extinguidos dinosaurios; pero soy más de perros. Tuve uno y se lo tragó la tierra el 28 de junio de 2019, justo el día en que terminaba el curso escolar. Aún le guardo luto.
Me encanta la noche en estos días de la fría luna de diciembre. Sosiego el espíritu deambulando por estas retorcidas calles y rincones que tantos recuerdos me traen y por los que correteé cientos de veces en años de la infancia y pubertad. Miro a lo alto y la luna ya no se ve; ni siquiera su halo se transparenta entre las nubes. Igual que aquella otra noche de diciembre. La espina sigue clavada y sus manos, merecedoras de un sentido soneto, no sé a qué aguardan para arrancármela. Pica el aire de abajo. Miro desde lo alto del ‘Barriu de la Cuesta’ hacia las sierras de Hervás y la noche se desdibuja y van brotando las claras del día. Entramos en el nuevo año.
Enero nos ha abierto sus lindas noches con sus mágicas lunas, propicias para el ronroneo de los gatos. Corramos, pues, la cremallera de esta crónica con un fragmento del poema ‘Gata Mía’ (poemario: ‘Soñando con Gatos’’), de nuestro ya conocido poeta Lupe Lope de la Ópera.
GATA MÍA
Voviérame yo un gato de su casa
y pudiera escudriñar los escondrijos
donde esconde secretos que bien guarda.
Nunca Ella echaría a un mizo a patadas,
pues era asombroso su amor por los mininos.
Y Ella, Mi Gata, que, en noches invernales,
me maullara de celos por tejados,
ronroneándome quedamente en mis oídos,
y, junto a mí, comiera de mi mismo plato
las sabrosas espinas del pescado.
Y Ella, Mi Gata, se aovillara conmigo en el sofá
y jugáramos los dos con ovillo al balompié,
y si yo metía el pie muy mal metido,
no arqueara su lomo tan esbelto
ni erizara azabaches de sus pelos.
Y Ella, Mi Gata, refregara hermosura de su cara con la mía,
humedeciendo con sus labios mi epitelio,
deslizando la punta de su lengua
por tobogán resbaladizo de mi cuello
y horadando laberintos de mi oreja.
Y Ella, Mi Gata, clavaría añil profundo de sus ojos
en caobas pupilas, solo mías,
y yo volviérame morroño azul,
no tan bello como Ella, pero sí
para ir emparejado con Ella por la acera.
Y si algún día, Gata Mía, Mi Gata,
el crepúsculo viniera cargado de tormenta,
saca tus uñas retráctiles y úsalas como navajas.
Busca mi yugular y ofréceme a Selene,
que ella ilumine mi huella hacia huella que no esté objetivada.
Imagen superior: La luna fría de diciembre (Foto: María Victoria Chicano)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en enero de 2024