Nos habíamos quedado parloteando con Tío José García Domínguez, todo un genio a la hora de manejar la flauta y el tamboril. Muchos del mismo gremio, que habían adquirido preciosos, rematados y artísticos instrumentos, salidos de las manos de reputados artesanos, se hacían cruces al ver que Tío José tocaba mejor que ellos con una simple flauta que él mismo se había fabricado de una rama de olivo, incluso algo torcida. Porque Tío José hacía bailar a las piedras. Nunca se gastó un cuarto en comprar una gaita. Con la que él elaboró mientras pastoreaba las ovejas, tenía más que suficiente. Era ‘canchaleru’ de pura cepa. Y es que se les llama ‘canchalerus’ a los hijos del pueblo de Aceituna porque son duros como los ‘canchalis’ (peñascos graníticos). Austeros y duros en el trabajo. Desprendidos, hospitalarios y recios en la fiesta. Frutos Pérez Rina, paisano suyo, que siguió sus pasos y que hoy es tamborilero en la ‘Corrobra Estampas Jurdanas’, nos relataba que, siendo mozalbete, recuerda cómo Tío José, que ya iba entrado en años, cogía ‘los cacharrus’ cuando llegaban las fiestas de San Sebastián o Santa Marina y empalmaba el día con la noche, acompañado por los quintos, sin parar de tocar. Tío José tuvo la suerte de salirle una hija tamborilera: Felipa García Santos. Algo insólito, pues el oficio de tamborilero siempre fue considerado como algo propio de varones, que no de hembras. Pero bienvenidas sean las mujeres a estos quehaceres de la flauta y el tamboril cuando ya muchos de nuestros pueblos tienen vacante la plaza de tan noble oficio. A Felipa, se le ha unido otra paisana, Montse Pérez Garrido, que tiene una hija, Tania, que está siguiendo sus mismos pasos. Tampoco podemos olvidar a Poli Pérez Durán, legítimo heredero de aquellos insignes tamborileros, casado con una jurdana de Pinofranqueado y que, en más de una ocasión, también ha tocado, como Frutos, bajo las banderas de la ‘La Corrobra’.
En aquellos años mozos, cuando ya nos desperdigábamos tras las fiestas patronales de los pueblos del contorno, conocí a un puñado de tamborileros. Si sentía sones de gaita y tamboril en algún bar, allí que me presentaba, dejando al resto de compañeros el verbeneo o la discoteca. Me atraían poderosamente aquellos músicos populares, que, a su vez, eran propietarios de ricos saberes ancestrales. En más de una ocasión, me dejaron en tierra porque preferí seguir la fiesta tamborilera que embarcar en el coche que me había traído. Me amaneció varias veces en el corte y, luego, me las apañaba haciendo dedo para regresar al pueblo. Otras noches acabé en una cama de la vivienda de algún tamborilero o familiares, como unas fiestas de San Ildefonso, en Mohedas de Granadilla, cuando anduve en compañía del buen camarada Tomás Rodríguez Caletrío. Tomás, junto con sus paisanos Jaime Peñasco González y Mariano Batuecas Alonso, estuvieron, posteriormente, encuadrados en el grupo ‘Estampas Jurdanas’, que conformé partiendo de la gavilla de alumnos míos del Hogar-Escolar de Nuñomoral, en la comarca de Las Hurdes. De hecho, el nombre de ‘Estampas Jurdanas’ fue una ingeniosa y bienvenida ocurrencia de uno de ellos, Antonio Mariscal Díaz, que representó varias veces el papel del ‘Graciosu’, que venía a ser el que ponía orden y corregía si se equivocaban a los danzarines que ejecutaban ‘El Ramu de San Brá’, ‘Los Paleus’, ‘Los Chancus’, ‘El Cordón’ y otros bailes y danzas que rescatamos de su olvido y volvieron a hacerse realidad en las fiestas de San Blas, las más celebradas del mentado concejo de Nuñomoral.
En aquellos correteos de nuestras mocedades, también arribamos más de una vez en el pueblo de Montehermoso, el más grande de la zona y cuya marcha festiva se desbocaba la noche de los sábados. Había buenos tamborileros en lugar tan emblemático en todo lo concerniente al folklore de estas tierras. Después de mucho brincar por las montañas de Las Hurdes, acabé, con mi mochila pedagógica a cuestas, en el instituto ‘Gabriel y Galán’ de tal localidad. No me arrepiento. Elegí buen traslado. En días festivos, tal que San Blas, cuando ‘Los Negritus’ chocan sus palos, rememorando antiquísimas danzas de posible factura guerrera, o en las fiestas de ‘San Bertolu’ (San Bartolomé), conocí y me extasié ante los toques de tamborileros como Tío Argimiro Quijada Pulido, ‘Cazulu’, que se nos marchó un 9 de agosto de 2011, cuando ya peinaba más de 90 años. O Tío Ciriaco Pérez Hermoso, ‘Mediaonza’, que tomó el mismo rumbo, nada más y nada menos que con 101 años, el 8 de enero de 2017. Recuerdos también de Tío Victorio Garrido, con cuya gaita y tamboril bailaron largo tiempo los componentes del conocido grupo folklórico ‘Sabor Añejo’. Nuestro buen amigo y alma máter del mundo cultural y tradicional de Montehermoso, Juan Jesús Sánchez Alcón, que no sabemos a cuento de qué no le han nombrado cronista de su pueblo o no le han ofrecido hacerse cargo de una oficina de turismo de la localidad (tiene más méritos contraídos que ningún otro), nos ofrece otros nombres de tamborileros activos en aquellos años: Alejandro Mesa Bautista, ‘Ruta’; Víctor Gordo González, ‘Peluco’; Luis Miguel Osuna Hermoso; Ovidio Garrido, que acompañaba el día de San Blas a ‘Los Negritos’ (en nuestros actuales días, es el tamborilero Millán Garrido Clemente el que asume tal responsabilidad). La nueva hornada de estos excelsos músicos que ha ido surgiendo en los últimos lustros en esta representativa localidad, nos son bastante conocidos, como Jaime Garrido Clemente, Sergio González Fabián (tamborilero del mentado grupo ‘Sabor Añejo’), Jeremías Pérez Lorenzo, Víctor Pulido Lorenzo o Agustín Vicente López.
Gracias al caro amigo Juan Jesús, hemos sabido, como así aparece en su blog ‘Montehermoso Cultural’, sobre vida y hechos del renombrado tamborilero montehermoseño Antolín Garrido Iglesias, del que el eximio etnomusicólogo Manuel García Matos dijo que fue ‘el mejor tamborilero de Extremadura, en su época, tanto por su extenso repertorio como por ser un perfecto ejecutante’. Antolín, junto con los muchos obreros de Montehermoso, salieron a la calle, en manifestación y se dirigieron a la plaza del Ayuntamiento. Corría el 18 de septiembre de 1932. Protestaban y exigían al alcalde, Juan Gordo Paniagua, Tío Juan ‘Patillas’, que se pagaran a 4 pesetas los jornales en las obras públicas, y no a 2,50, como pretendía hacer el regidor, acusado de ‘ser el enemigo más encarnizado de la clase obrera’. Se personó la Guardia Civil. Volaron algunas piedras y hubo disparos. El pueblo acusó al alcalde y a un hermano, que era el juez de paz, de haber empuñado sendas pistolas. Una de las balas penetró en el antebrazo de Antolín Garrido y otra le rozó la epidermis. Llegaron más refuerzos de la Guardia Civil y fue tomada por estos el pueblo. Tiempos de la II República española, cuyos gobernantes de izquierdas pretendían mejorar ostensiblemente la situación de las clases bajas, sometidas continuamente a numerosos abusos caciquiles.
Trifulcas
Honda huella nos dejó el pueblo de Montehermoso en unos años en que la vida se nos vestía de colores. Sangre juvenil corría por nuestras venas. Bien lo decía el cantar que me desgranaba uno de aquellos tamborileros montehermoseños: ‘Andi hay mozus hay fachenda; / andi hay mozas, alegría; andi hay viejus regruñonis, / sermonis todus los días’. Fama tenía la mentada población por las pendencias que se armaban los días de fiestas, cuando se tenían unas copas de más. Se había ganado el sobrenombre del ‘puebru de las picaínas’ o de ‘las pinchaínas’, al son de que, en algunas trifulcas, se tiraba de navaja y se pinchaba al que se ponía por delante. Casos hubo, pero también acaecieron en los pueblos del contorno, sin irnos más lejos, que los abuelos contaban algunos episodios sobre las quimeras que se producían entre los mozos de acá y acullá. De los palos engalanados que se llevaban a las romerías, para esgrimirlos si llegaba el caso, o de las facas metidas entre la faja. Y relataban de las intervenciones del ‘arcaldi-mozu’, que siempre solía ser respetado y ponía paz en las contiendas, sobre todo las que tenían lugar entre los ‘gallus-mozus’, los más bravucones y que solían adornarse el sombrero con plumas de gallo y, a la mínima, ya estaban haciendo la raya en el suelo con el palo o la ‘cayá’, esperando al ‘gallarucu’ (valentón) que tuviera salero para cruzarla. Si algunos se atrevían, ya estaba liada y se oían gritos de ‘¡Quimera!, ¡Quimera!, ¡Quimera!’… Casi siempre era a cuenta de las mozas.
Nosotros no conocimos tales altercados, pero sí peleas donde volaban las botellas. Tiempo de discotecas. Mejor en compañía de algún tamborilero que sometiendo los oídos a las estridencias de la música enlatada. También se ligaba sin dejarse arrastrar por la barahúnda discotequera. Puede que, en algún ensueño, propio de una alegoría romántica, se te viniera a tu vera alguna joven de cabello negro, ojos garzos y pendientes de salamandra plateada tarareándote al oído ‘Always on my mind’, de Elvis Presley, que la verdad no pegaba mucho con los ritmos del tamboril y la flauta. No obstante, te llegaban los melódicos susurros a lo más dentro y te ibas tras de ella, porque ya decía el existencialista francés Blaise Pascal que ‘el corazón tiene razones que la razón no entiende’. Nos puede la nostalgia y en nuestra mente no muere lo que se amó de verdad. Pero siguen bloqueadas puertas y ventanas y solo la intuición revolotea por nuestro cerebro, que continúa guardando en su rincón más preciado la voz azulada y cristalina de otros tiempos y siempre abierto a un mañana al que se le negó un ayer cargado de amorosos sueños. A desencriptar, pues, las claves y que el mensaje llegue nítido, emitido directamente por la propia voz, con decisión y valentía. La materia gris del cerebro siempre será receptiva. Y puede que la ficción se hiciese realidad y nos quedasen tirados en Montehermoso, como pasó la vez de antaño. Tras llevar al tamborilero a su casa, con una cogorza que no se tenía en pie (nosotros, cuatro saltimbanquis inmersos en la ‘nocharrá’ andábamos poco más o menos), buscamos coche, pero se habían esfumado todos. A peonza por ‘La Cañá de Rebollaris’. Gracias a que la merluza se nos había disipado al llegar a la ‘Rivera del Broncu’, que llevaba bastante caudal y había que hacer equilibrios para vadearla sobre las toscas pasaderas. Dos leguas y media corridas. Cuando llegamos a dormirla, ya subía el sol por encima de las sierras.
Foto superior: ‘Carnaval Canchaleru’. Los tamborileros Poli Pérez Durán, Montse Pérez Garrido y Frutos Pérez Rina encabezan el pasacalles. Año 2018. (Foto: José María Domínguez Moreno)
Texto de Félix Barroso para su columna A Cuerpo Gentil, las opiniones e imágenes publicadas en esta columna son responsabilidad de su autor
Publicado en noviembre de 2023